Thursday 28 de March, 2024

CIENCIA | 19-09-2015 00:05

El cerebro de los adolescentes

Los estudios muestran que sus mentes están influenciadas por áreas cerebrales vinculadas con las emociones. Sociabilidad y riesgo.

Durante años se pensó que el cerebro de los adolescentes era una versión incompleta de la mente de una persona adulta. En ese estado “inmaduro”, serían algo así como un error de la naturaleza, una falla que obligaba a los chicos a permanecer en una “edad del pavo”, un limbo, que no les aportaba casi nada de bueno y los ponía en riesgo permanente. Un dolor de cabeza para padres, familiares y amigos mayores, y un mal necesario en la evolución de la vida.

Pero la última década, y la posibilidad de estudiar el cerebro mientras está en actividad, a través de técnicas de resonancia magnética funcional (MRIf) es testigo de un cambio de hipótesis entre los científicos que estudian la mente, desde diversas disciplinas: el cerebro adolescente no es defectuoso, no es un órgano carente, no es la mitad de lo que será en el futuro. El cerebro adolescente tiene una entidad propia, conferida por la evolución del ser humano, que lo fue adaptando a funciones diferentes a las de los niños, y también distintas de las de un adulto.

Las investigaciones científicas muestran que el cerebro adolescente está preparado para responder más velozmente a los cambios del ambiente, modificando las redes de comunicación que conectan las regiones cerebrales. Una plasticidad tan lábil y activa le permite a un adolescente contar con mayores capacidades al momento de pensar y socializar, pero también lo hace más vulnerable a tener comportamientos disruptivos y peligrosos e, incluso, a sufrir trastornos mentales severos.

Hipercomunicación. Hasta ahora, los experimentos hechos por medio de resonancias magnéticas funcionales permiten comprobar que el cerebro adolescente no madura creciendo en volumen, sino interconectando cada vez más y de un modo más eficientes diferentes componentes de las regiones cerebrales, algunas de las cuales se van especializando con el tiempo.

Básicamente, lo que tiene el cerebro de un teenager es más materia blanca. Dicha materia proviene de una sustancia grasa denominada mielina, que envuelve y aísla el largo cable (técnicamente, axon) que se extiende a lo largo de cada neurona. La mielinización o formación de esta materia blanca ocurre desde la infancia y hasta la adultez, y posee el efecto de aumentar fuertemente la velocidad con la que se transmiten los impulsos nerviosos entre las neuronas. Los axones mielinizados transportan las señales 100 veces más rápido que los no mielinizados.

Este proceso también acelera el tiempo que se toma el cerebro para procesar la información, ayudando a los axones a recuperarse más rápido después de encenderse y apagarse, con lo cual están prontamente listos para volver a enviar otro mensaje (impulso) nervioso. Al contar con estos tiempos de respuesta más breves, se incrementa en 30 veces la frecuencia con la que una neurona transmite una información.

Esta combinación de transmisiones más veloces con tiempos de recuperación más cortos otorgan nada menos que 3.000 veces más capacidad cerebral para procesar la información que capta y envía el cerebro en el tiempo vital que abarca desde la niñez hasta la adultez. Resultado: un cableado más extenso y elaborado entre las diferentes regiones cerebrales.

Pero la mielina tiene otra función agregada: cada vez que una neurona se enciende, desencadena una serie de cambios moleculares que fortalecen las sinapsis (conexiones) entre las diferentes neuronas, y es en ese fortalecimiento donde residen las bases del aprendizaje. Para los científicos, esto implica que a medida que un niño se convierte en adolescente, la rápida expansión de la mielina va mejorando la comunicación neuronal y coordina actividades en diferentes partes del cerebro vinculadas a tareas de tipo cognitivo.

Materias. Algo a tener en cuenta es que los cambios en el cerebro no se limitan al tiempo de la adolescencia, sino que se suceden a lo largo de toda la vida. “Sin embargo, es durante la adolescencia que hay un aumento dramático en la conectividad entre las regiones cerebrales vinculadas con el juicio, la toma de decisiones, la planificación de largo plazo, habilidades que son fundamentales más tarde en la vida de las personas”, explica Jay Giedd, jefe de la División de Psiquiatría Infantil y Adolescente de la Universidad de California (en los Estados Unidos).

Pero además de la materia blanca, el cerebro está integrado por materia gris, compuesta por grandes estructuras no mielinizadas (el cuerpo celular de las neuronas, las dendritas que reciben la información de otras neuronas, y ciertos axones). La materia gris aumenta durante la infancia, alcanza su pico máximo a alrededor de los 10 años y declina a lo largo de la adolescencia, para aumentar luego en la adultez y volver a bajar en la vejez.

La materia gris tiene momentos de mayor abundancia en ciertas zonas cerebrales, pero no en todas al mismo tiempo. Primero se concentra en las áreas que los especialistas conocen como sensorimotoras, dedicadas a las sensaciones y respuestas ante la luz, los sonidos, el gusto, el olfato, el tacto. Luego pasa a abundar más en el córtex prefrontal, crucial para las funciones ejecutivas, que incluyen una gran cantidad de habilidades, incluyendo la de organización, toma de decisiones y planificación, además de la de regulación de las emociones.

“Una característica importante del cortex prefrontal es la habilidad para crear escenarios mentales hipotéticos acerca de una situación pasada, presente y futura -describe Giedd, que también se desempeña en la prestigiosa Escuela de Salud Pública el Johns Hopkins-. A medida que maduramos a nivel cognitivo, nuestras funciones ejecutivas nos ayudan a elegir aquellas satisfacciones o recompensas vinculadas con el largo plazo, en lugar de las vinculadas con el corto término”.

Cambios. De manera que la adolescencia está marcada por cambios tanto en la materia gris como en la materia blanca: ambas transforman la red de comunicación que se establece entre las regiones cerebrales a medida que el cerebro adulto va tomando forma. Las funciones del cortex prefrontal no están ausentes en el adolescente, pero lo que que sucede es que no son tan certeras como lo serán en un futuro. Al no madurar sino hasta a alrededor de los 20 años de edad, los adolescentes suelen tener problemas con el control de sus impulsos y cuando deben juzgar si una situación es riesgosa o si realmente les aportará alguna recompensa.

A este mapa cerebral que se va formando poco a poco y que favorece ciertos comportamientos en detrimento de otros, se le suman los cambios que ocurren paralelamente en el sistema límbico cerebral, alimentados por las hormonas. Este sistema regula las emociones y los sentimientos de placer y recompensa. Además, interactúa con el cortex prefrontal en la adolescencia para promover la búsqueda de nuevas sensaciones, la preferencia por el riesgo y el gusto por la interacción con otros pares.

“Lo que más determina el comportamiento adolescente - concluye Jay Giedd- no es tanto el desarrollo tardío de las funciones ejecutivas o el arribo temprano del comportamiento emocional, sino el destiempo en el que se dan ambos desarrollos. Si los adolescentes más jóvenes están impulsados por el sistema límbico, y el control prefrontal aún no es tan fuerte sino hasta los 25 años, esta deja abierta una década en la que predomina el desequilibrio entre la emoción y la razón.”

Seguí a Andrea en Twitter: @andrea_gentil

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