Thursday 28 de March, 2024

MUNDO | 26-09-2015 03:36

Lo que Francisco expresó en EE.UU. y lo que calló en Cuba

El contraste de las declaraciones del Papa en su gira. El acuerdo de la Iglesia con Fidel.

"El capitalismo ha sido el único sistema de la historia en el cual la riqueza no se adquiere mediante el saqueo, sino mediante la producción; no por la fuerza, sino por el comercio; y el único que ha defendido el derecho de los hombres a su propia mente, a su trabajo, a sí mismos”, escribió Ayn Rand.

Un pensamiento que puede ser discutido en algunas afirmaciones, pero no puede ser descartado en su totalidad. Sobre todo porque es cierto que los sistemas económicos e institucionales premodernos sólo pudieron construir riqueza saqueando, forzando y apropiándose de la libertad de las personas; mientras que el intento pos-capitalista que significó el marxismo fracasó en la creación de crecimiento económico sostenido y, lejos de eliminar el Estado como prometía Marx, creó el Leviatán del totalitarismo.

Bien lo sabe Ayn Rand, quien creció en la Unión Soviética como Alisa Zinovievna Rosembaum, antes de exiliarse en Estados Unidos y adoptar el seudónimo con el que firmó novelas consagradas como “El manantial” y “La rebelión de Atlas”.

A su paso por Estados Unidos, el Papa expresó en gestos su aversión al capitalismo, ya planteada en las reflexiones de la encíclica “Laudatu si”. En rigor, el anticapitalismo está en los genes de la Iglesia cuya doctrina social inspiró el peronismo juvenil de Bergoglio. Y el anticapitalismo católico es premoderno.

Sobre el pensamiento social, económico y político de la Iglesia siempre gravitó una nostalgia medieval. Esa nostalgia implica cuestionar todo poder que se coloque por sobre la autoridad eclesiástica. Es en la teología católica donde deben inspirarse las leyes, la educación y la organización de la sociedad.

Francisco no apoya el régimen de partido único y la exclusión y persecución de toda disidencia. Pero en Cuba no hubo gestos ni mensajes explícitos a favor de los excluidos, silenciados y perseguidos por su posición contraria al régimen.

Se lo hicieron notar los periodistas en el avión que lo trasladó a Washington. Concretamente, le preguntaron por qué no recibió a la disidencia, y respondió que no estaba programado que concediera audiencias, añadiendo que incluso había negado una a un jefe de Estado.

Sin embargo, en Estados Unidos hubo reuniones que implicaron gestos explícitos contra el sistema económico que tiene a ese país como principal emblema y bastión en el mundo. Reunirse con homeless implicó, por un lado, el acto cristiano de acercarse al marginal, pero por otro, el acto de señalar la secreción de marginalidad que produce el sistema al cual el Papa anatematiza.

En Cuba, la marginalidad extrema se da, sobre todo, en la política. Por eso vale preguntarse por qué se acercó a los marginados de un sistema y no a los marginados del otro.

Lo criticable no es lo que hizo en Estados Unidos, sino lo que no hizo en Cuba. Cuestionamiento que no tendría cabida si también en el territorio norteamericano el pontífice se hubiera abstenido de gestos críticos, como se abstuvo en la isla de los hermanos Castro.

Es fácil cuestionar al capitalismo, reunirse con homeless o lo que fuere en un país que, entre sus falencias, no tiene precisamente la de limitar la expresión en los niveles de los países gobernados por partidos comunistas.

En Cuba, el Papa no hizo más que seguir la regla fijada por Juan Pablo II en su primera visita. Para hacer posible aquel histórico paso ocurrido en 1998, el Papa polaco acordó con Fidel más margen de maniobra para la iglesia cubana y más libertad de culto, especialmente para los católicos, a cambio de que no haya pronunciamientos ni injerencia alguna del clero y del pontífice en los asuntos políticos de la isla.

Desde aquel acuerdo, la iglesia cubana puede, por ejemplo, recibir donaciones de los exiliados en Miami y convertirlas en ayuda social a los cubanos necesitados.

Eso explica que una iglesia que había tenido duros roces con el régimen en las décadas anteriores, dejó de tenerlos desde aquella visita de Karol Wojtila. También podría explicar por qué se expresan críticamente sobre sus respectivos gobiernos las iglesias de Venezuela, de Ecuador y, aunque moderadamente, de Argentina, pero sigue guardando un estricto silencio la iglesia cubana.

Francisco suele opinar críticamente a través de las iglesias locales, pero se abstiene de hacerlo en Cuba. No es una decisión propia, sino la continuidad de la política que permitió al Vaticano generar la primera apertura en Cuba, que fue en lo religioso, y también ampliar su influencia en esa sociedad.

El problema es que hacer crítica socio-económica en Estados Unidos después de haber evitado cualquier mención o contacto con los disidentes excluidos de la política en Cuba, inevitablemente suena demagógico.

También suena a demagogia el cuestionamiento al sistema económico que más innovación tecnológica produjo, posibilitando alimentar cada vez más a una población mundial en crecimiento geométrico. Sobre todo si proviene de una iglesia que, de gobernar el mundo como gobernó la Europa medieval, prohibiría los métodos anticonceptivos y el control de la natalidad, provocando un estallido demográfico que, en economías sin innovación tecnológica ni multiplicación de riquezas, generaría hambrunas y otras tragedias maltusianas.

Sin los saltos tecnológicos producidos en la modernidad, y con crecimientos demográficos explosivos como los que muestra el mundo menos avanzado en términos de tecnología y secularidad, la estadística mostraría con claridad el acierto de Thomas Malthus en su “Ensayo sobre el principio de la población”: los habitantes crecen en progresión geométrica mientras los alimentos crecen en progresión aritmética.

Como a la modernización que amplió la capacidad de producir alimentos, bajando los niveles de hambre y de mortandad existentes en tiempos premodernos, la produjeron principalmente las economías abiertas y libres, la Iglesia debería replantearse, o bien su doctrina socio-económica, o bien su rigidez respecto de la anticoncepción y los controles de natalidad.

En esos dos terrenos, el castrismo está en las antípodas de la posición eclesiástica. Pero tampoco en eso hubo críticas papales.

Frases como las referidas a la ideología o a la resistencia al cambio, sonaron menos explícitas que Wojtila reclamando que “Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”. Y menos aún que Ratzinger pidiendo avanzar hacia la “sociedad abierta”, concepto acuñado por el filósofo francés Henri Bergson pero impuesto por Karl Popper como descripción de la esencia liberal de la democracia occidental.

Por aquellas referencias que hicieron sus antecesores a pesar de lo pactado con Fidel, y sobre todo por los gestos críticos hacia la sociedad norteamericana que dejó su paso por Estados Unidos, los silencios de Francisco en Cuba se pudieron escuchar.

por Claudio Fantini

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