Tuesday 16 de April, 2024

POLíTICA | 14-10-2015 15:09

Macri desmotivado

Le cuesta remontar la cuesta después del Niembrogate. Sigue atado a una alianza débil que no garantiza “gobernabilidad”.

Fue una especie de lapsus freudiano: “Decime, Masche, ¿un liderazgo se hace o nace?”, preguntó de memoria Mauricio Macri (líder del PRO y candidato presidencial) a Javier Mascherano (futbolista del Seleccionado y del Barcelona), improvisado “motivador” en la Usina del Arte del voto opositor. “Líder te hace la gente que ve en vos alguien para inspirarse”, sentenció el volante. “Lo primero que tiene que hacer es buscar la unidad”, recomendó enseguida al voleo. Pero con una salvedad expresa del propio jugador: “Lo importante es intentarlo, y si no se logra, uno se queda tranquilo”. ¿Así de fácil se resignaría Macri si es finalmente derrotado en primera vuelta el 25 de octubre? O dicho más explícitamente: ¿tiene Macri personalidad política suficiente como para capitalizar electoralmente desde las furias anti-K de la clase media porteña hasta las creencias pro capitalistas del empresariado alineado con el Círculo Rojo? ¿No estará ya mismo desmotivado? ¿Hasta cuándo dará pelea? El sello peronista ha demostrado ser, históricamente, un mejor salvoconducto hacia el ejercicio del poder que un grupo voluntarista de la centro-derecha naif.

¿Y la polarización? Hasta ahora, el frente macrista Cambiemos apenas si logró ganar las PASO presidenciales en la ciudad autónoma de Buenos Aires y Mendoza. En las generales de esos distritos, se impuso por tres y cinco puntos respectivamente. Las encuestas minuto a minuto tampoco detectan hasta aquí la supuesta polarización entre el PRO y el Frente para la Victoria, tan pronosticada por Jaime Durán Barba. La noche del ballottage en la Ciudad fue decididamente amarga: el candidato salió a festejar tarde al escenario, pero para defender, nerviosamente (y se supone, sin convicción), las estatizaciones de Aerolíneas Argentinas e YPF y la continuidad de la Asignación Universal por Hijo y de las jubilaciones en manos de la ANSES. O sea, para intentar travestirse de kirchnerista de la última hora. ¿Qué mejor manera de demostrar que se sintió “tocado” y “herido”, precisamente en su liderazgo? Aníbal Fernández lo leyó al vuelo: “Es una situación incomodísima para alguien que pretendía ser la gran figura de la oposición en el país. El día que ganó Rodríguez Larreta arañando el tarro, Macri dejó de ser Mauricio para pasar a ser Néstor Carlos Macri".

Errores y juego sucio. Ni hablar del calvario que Macri tuvo que vivir desde entonces. Los contratos millonarios a favor de sus amigos Fernando Niembro y Eduardo Amadeo llegaron a enojar hasta a sus aliados mediáticos de “Clarín” y “La Nación”. La infausta comparación entre corruptos establecida por Rodríguez Larreta, su sucesor, lo igualó aun más con sus rivales: “Boudou debería haber hecho hace dos años lo que hizo Niembro ahora”, se le ocurrió declarar al nuevo jefe de Gobierno electo. Mismo estatus corrupto, la misma vara, quiso decir. Sólo que el poder oficial protege más y mejor que un poder por ahora vecinal, diría Aníbal. La tardía insistencia en el error de recorrer la provincia de Buenos Aires con Niembro, supuestamente para contrarrestar las denuncias, y el abrupto despido final a las pocas horas, hicieron recrudecer las dudas propias y ajenas. Luego siguió el confuso y nunca explicado recorte presupuestario de 450 millones de pesos al Hospital Garrahan por parte del gobierno porteño. Y el festival mediático de los alcahuetes oficialistas porque, de ese modo, el PRO estaría impidiendo la puesta en funcionamiento de un Centro de Oncología Pediátrico previsto para noviembre. ¿Era el momento de que el macrismo presumiera de rigor en el otorgamiento del subsidio?

A la defensiva, pero desesperado por contraatacar, Macri empezó a prometer: 1) urbanizar 100 villas y asentamientos por año durante dos períodos de gobierno, o sea un total de 800 asentamientos, algo menos de la mitad de los que existen actualmente; 2) otorgar 1.000.000 de créditos hipotecarios a 30 años con fondos de la ANSES y cuotas similares a las de un alquiler; 3) entregar 750.000 escrituras en cuatro años para la gente que tiene su casa pero no cuenta con un documento oficial, una situación que estaría afectando a casi un millón de familias en todo el país, y 4) se construirán 100.000 viviendas nuevas por año y se lanzará un nuevo programa de mejoras y remodelaciones para brindar 170.000 “soluciones” en el lapso de un mandato.

Esa dinamización del perfil propositivo –y social y políticamente correcto– del frente Cambiemos apunta a compensar ciertas propuestas apocalípticas de algunos de sus economistas asesores que han creado más temor al “ajuste” que confianza en un plan serio de reactivación productiva y estabilidad macroeconómica. Macri quedó asociado a la terapia de shock, una especie de candidato del miedo que viene sosteniendo la derecha empresaria cuando, en el fondo, su percepción íntima y personal es decididamente gradualista. Es más probable, por ejemplo, que el ingeniero se sienta interpretado por un curso negociador con los buitres y holdouts como el que propone el candidato Daniel Scioli que por el pago completo sin chistar de la sentencia del juez neoyorquino Thomas Griesa.

Al fin y al cabo, su eventual mandato presidencial debería estar marcado por la gobernabilidad y no por los estallidos sociales. Sus propios fieles compañeros de ruta se siguen preguntando si Macri podría gobernar sin una alianza más amplia y profunda que la excesivamente frágil construida hasta aquí con el radicalismo y la Coalición Cívica, fuerzas que, en conjunto, representan menos del 20% de los votos de la coalición PRO. El jefe de Gobierno todavía es el dueño mayoritario de esos votos y no debería inhibirse de enriquecer su base de sustentación. Es lo que está tratando de acelerar contrarreloj hacia los peronismos de José Manuel de la Sota, Adolfo Rodríguez Saá y el que todavía cobija Sergio Massa en el Frente Renovador. Incluso obtuvo en estos días el reconocimiento del camionero Hugo Moyano, de la CGT opositora: “Este gobierno (de Macri en la Ciudad), supuestamente de derecha, no como los 'progresimios' que gobiernan, fue de los primeros que pagaron indemnizaciones a los trabajadores. Y eso hay que reconocerlo, nos dieron más respuestas que otras gestiones”. Habrá que ver si esta alianza suma.

Clima enviciado. Las versiones son contradictorias y, en algunos casos, sospechadas de formar parte de infinitas operaciones políticas tramadas por la mala fe de los kirchneristas o facilitadas por los propios errores e irregularidades de una fuerza política que nació y se forjó en el Estado casi como el Frente para la Victoria. Que Scioli se habría estancado en las encuestas (desde las PASO). Que el oficialismo, sin embargo, podría ganar por diez puntos de diferencia más por las pérdidas del voto a Macri que por el crecimiento del FPV. Que la dura resistencia que opone el massismo a la polarización Scioli-Macri estaría perjudicando la potencialidad del ingeniero para crecer por arriba del 30% que sumó en las PASO. En el oficialismo, por su lado, no dramatizan la hipótesis de que Scioli no llegue al 45%. Apuestan al 40% y a los diez puntos de ventaja. Macri se siente un poco víctima del doble estándar: los hechos de corrupción, por ejemplo, no parecen cuestionar la capacidad del kirchnerismo para gobernar y disciplinar y sí la del PRO –según él– para garantizar la gobernabilidad y gestión futuras. Así, a río revuelto y a primera vista, en cambio, el único beneficiado es el oficialismo, aunque se sobreentienda que Scioli no es Cristina.

por José Antonio Díaz

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