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MUNDO | 15-12-2015 16:44

Venezuela, hora cero

Maduro admitió la derrota del chavismo, pero falta que acepte las consecuencias del triunfo opositor y el poder de la nueva legislatura.

Vencedores y vencidos harían bien en entender cabalmente a Saramago, cuando dijo que “la derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva; en cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”.

La cuestión, en el caso de los vencidos, es cómo interpretan la reversibilidad de la derrota. Si en lugar de aceptar la responsabilidad, se victimizan de alguna conspiración siniestra, difícilmente puedan corregir la verdadera causa de esa derrota.

Los gobiernos formateados en el Estado de Derecho suelen justificar sus derrotas diciendo que perdieron porque no comunicaron bien o porque se equivocaron en la forma de encarar la campaña electoral. Mientras que los gobiernos de vocación “mayoritarista”, que, como tales, demonizan a los adversarios porque tienen el instinto de eternización en el poder, explican sus derrotas como consecuencias de malévolas conspiraciones y sus efectos negativos en la vida del pueblo.

Es lo que hizo Nicolás Maduro para explicar el aplastante triunfo opositor en las elecciones legislativas que significaron la peor debacle electoral del chavismo.

Falta ver si la oposición entiende cabalmente la parte que le corresponde en el razonamiento del gran escritor portugués: “la victoria jamás es definitiva”. Si lo tiene en cuenta, trabajará en cerrar la brecha que divide a ese gigante de dos cabezas que, hasta ahora, no han sabido coordinar sus respectivos razonamientos.

Una de las cabezas opositoras es el gobernador de Miranda. Enrique Capriles. Su estrategia de legalismo y moderación había perdido la pulseada contra el impaciente activismo callejero de Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledesma.

Juntos fueron el tridente que intentó desgarrar al chavismo en las barricadas. Expresaban el hartazgo de una oposición descreída de salidas institucionales y sólo apostaba a ganar la calle y continuar la protesta hasta la caída de Maduro y su gobierno de inútiles presuntuosos.

El camino señalado por el ala dura pasaba por la Plaza Maidan Nezalezhnosti, el espacio público del corazón de Kiev donde las multitudes resistieron represiones, hasta derribar al gobierno pro Rusia de Viktor Yanukovich.

Contra el modo ucraniano, y en desoladora soledad, había quedado Capriles y su prédica de no apartarse del camino señalado por la Constitución Bolivariana.

La aparatosa detención de Ledesma, la injusta pérdida del escaño de María Corina Machado y el encarcelamiento de Leopoldo López en una prisión militar, son los estragos que los partidarios de la tempestad padecieron por afrontar la batalla callejera, mientras Capriles seguía sentado en su sillón de gobernador, confortable pero relegado dentro del liderazgo opositor.

El eclipse duró hasta que la victoria electoral que dejó grogui al chavismo reposicionó al gobernador del Estado de Miranda y su método constitucionalista de enfrentar al formidable poderío que construyó Hugo Chávez y heredaron Maduro y Diosdado Cabello.

La contundente mayoría conquistada en las urnas alcanza incluso para sacar a Maduro del poder mediante la convocatoria a un referendo revocatorio o una asamblea constituyente. Ergo, haber obtenido más del 65 por ciento de los votos, conquistando 112 escaños, abre el camino por el que la oposición podría arribar al poder.

El temperamental Leopoldo López y sus dos aliados en los campos de batalla deberán resignarse y aceptar el camino institucional, que no permite derribar “ya” el gobierno de Maduro, pero posibilita adelantar los tiempos y también posibilita la desarticulación institucional del poder chavista y la deconstrucción ideológica y cultural del proceso bolivariano.

A su vez, Capriles tiene que reconocer el músculo simbólico que aportó el padecimiento carcelario del joven líder de Voluntad Popular. Está a la vista que su bella esposa se constituyó en la imagen visible de la oposición. La presencia de Lilian Tintori en los actos opositores resaltaba la arbitrariedad de Nicolás Maduro y les recordaba a los venezolanos y al mundo que los herederos de Chávez tienen “presos políticos”.

El “urnazo” que dejó grogui al gobierno es un logro de Capriles, pero también de López y su batalladora mujer. Las dos cabezas de la oposición deberán, de ahora en más, coordinar pensamientos y acciones, para desarticular y deconstruir al modelo de liderazgo edificado por el comandante Hugo Chávez.

Hasta aquí, Nicolás Maduro reconoció nada menos que la derrota, pero sólo la derrota. Falta ver si reconoce las consecuencias de esa derrota. O sea, falta comprobar que el presidente acepta plenamente las reglas establecidas en la Constitución Bolivariana. Y según esas reglas, con la cantidad de bancas conquistadas por la oposición, habrá un equilibrio de poder hasta ahora inexistente entre la Presidencia y la Asamblea Nacional.

El nuevo poder legislativo asumirá el cinco de enero. Si en los días que faltan para esa fecha, el chavismo utiliza la mayoría aún vigente y dicta leyes a mansalva, podría quitarle a la legislatura entrante las atribuciones que tenía en el momento de haber sido votada. Y una manganeta de ese tipo sería lo que hizo Fujimori, pero por otros medios.

En 1992, el entonces presidente del Perú, Alberto Kenyo Fujimori, cerró el Parlamento dando un golpe de Estado del Poder Ejecutivo contra el Poder Legislativo.

A nadie se le ocurriría hoy actuar de ese modo, pero que legisladores salientes aprueben a toda velocidad un cúmulo de leyes que resten poder y atribuciones a una legislatura que ya ha sido votada, sería el equivalente actual de aquella modalidad golpista.

También lo sería si el Poder Ejecutivo impidiera la ejecución de la amnistía a los presos políticos, que la Constitución otorga al Poder Legislativo con el voto de una mayoría simple. Peor aún si, mediante estratagemas fraudulentas, se le hubiese retaceado a la oposición las dos o tres bancas que necesita para alcanzar los dos tercios de los escaños, mayoría finalmente admitida por el Consejo Nacional Electoral y con la cual puede realizar un referéndum revocatorio o una asamblea constituyente.

Reconocer la derrota es importante, pero insuficiente. El gobierno chavista debe reconocer las consecuencias de esa derrota y aceptar el nuevo equilibrio del poder.

Las dudas de que así ocurra surgen de las primeras actitudes poselectorales de Maduro y de la naturaleza del liderazgo chavista. Los liderazgos formateados en el Estado de Derecho saben entrar al poder y también saben salir serena y ordenadamente. Pero el chavismo es un “liderazgo de ocupación” y estos se apropian del Estado, colonizan las instituciones y establecen capas sedimentarias en todo el espacio público.

Ese tipo de liderazgo sabe entrar, pero no sabe salir del poder. Están programados para acumular poder, no para cederlo, ni siquiera en cumplimiento de leyes que ellos mismos dictaron.

por Claudio Fantini

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