Friday 19 de April, 2024

POLíTICA | 22-12-2015 20:22

El pacto contra CFK, todos por la gobernabilidad

Las alianzas de Macri para marginar a la ex presidenta. Peronismo amable y coqueteo con Massa. La venganza de Clarín y el rol de Lorenzetti y Moyano.

No es un error, se trata del poder. Mauricio Macri no sumó dos jueces en comisión a la Corte Suprema de Justicia, sin acuerdo de los dos tercios del Senado, por una falla de su tan declamado espíritu republicano. La jugada de candidatear a los juristas Carlos Rosenkratz y Carlos Rosatti –asesor del ex presidente Raúl Alfonsín y ministro de Justicia de Néstor Kirchner, respectivamente– forma parte de la estrategia de “primerear” y “demostrar poder”. Macri no sólo precisa acumular credibilidad pública y fortaleza partidaria que sostengan sus decisiones de cambio y las duras soluciones a la crisis económica heredada.

Las motivaciones no son difíciles de desentrañar. Están sobre la mesa. El Presidente no es peronista ni radical y, por el contrario, lidera la primera coalición de centro derecha –con radicales, peronistas y conservadores en su propia conformación– que gana las presidenciales desde la vuelta de la democracia. Y las ganó perdiendo la primera vuelta por unos pocos puntos y superando al peronismo en el ballottage por menos de 700.000 votos. La composición del Congreso nacional, por lo tanto, expresa la ajustada victoria del frente Cambiemos y de la correlación de fuerzas resultante: el Senado sería controlado por los opositores y en Diputados estará obligado a negociar, ceder y acordar.

Como cuando Kirchner se enfrentó a la esquiva base electoral de la que disponía en el 2003 (perdió frente a Carlos Menem con el 22% de los votos), Macri tampoco tiene otro camino que la audacia política: Kirchner, en su momento, aceleró el juicio político y la destitución de los integrantes de la Corte menemista como una poderosa señal de su voluntad de transformación pese a representar efectivamente una minoría. Macri no sólo pretende ahora una Corte Suprema intachable: apunta a construir un poder propio y una vasta alianza que haga imposible la vuelta del kirchner-cristinismo en el 2019. Para ello, deduce, no basta con el 51% del ballottage ni los dos o tres puntos de ventaja. Al Presidente le gusta planificar todo y sacó sus propias conclusiones políticas, pese a no provenir de la política.

La supuesta desprolijidad constitucional que se le achaca en estos días es ciento por ciento política, un precio bastante módico a pagar en relación con el costo de, por ejemplo, una “asonada” judicial que podría promover el cristinismo opositor con la procuradora Alejandra Gils Carbó –que sigue negándose a renunciar– a la cabeza. La política aconseja mantener la iniciativa y “primerear”: en octubre, la propia ex presidenta también intentó candidatear a Domingo Sesín y Eugenio Sarrabayrouse a la Corte y precipitar su aprobación en el Senado a 20 días de las elecciones. La oposición alegó “falta de legitimación política” y volteó las nominaciones.

Los ganadores. A su favor, el macrismo cuenta con una base social objetiva: los intereses de la clase media y alta de los principales centros urbanos del país y de la Zona Núcleo del complejo agro-industrial. Los estratégicos sectores exportadores, capaces de agregar valor a la “reprimarización” de la economía operada por la batuta de CFK en los últimos años. La mayor innovación de Macri ha consistido en aunar a peronistas disidentes, radicales dispersos, líderes mediáticos con el Grupo Clarín a la cabeza, empresarios de alto y medio rango, tecnócratas y profesionales destacados, militantes independientes y multitud de ONGs con un objetivo común: extirpar el virus del “populismo” en la región. Por ahora, el Pacto –así con mayúscula– es sólo un plan a cuatro años de plazo. A la plataforma de despegue del nuevo gobierno, algunos le suman una línea financiera presuntamente acordada con la Reserva Federal de los Estados Unidos. En realidad, nunca fue una opción: sí existe el apoyo del gobierno norteamericano a operaciones de desembolso rápido del Banco Mundial y del BID, organismos donde la posición norteamericana es, como siempre, decisiva.

Mientras tanto, lo primero que hizo Macri fue tender la mano a sus propios competidores derrotados en las elecciones y arrastrarlos tras sus iniciativas. Incluido Daniel Scioli, hasta ahora desesperado por liberarse de la culpa por la derrota, sólo atribuible a Cristina. El ex gobernador se ofreció incluso a recorrer el mundo con el Presidente para conseguir atraer, juntos, inversiones al país. Hasta se habló –en un plano muy superior– de la embajada en Roma, Italia, como destino probable del ex vice. Macri apresuró también el diálogo y una agenda tentativa con los gobernadores, en su mayoría peronistas. La ex presidenta quedó de ese modo desvinculada hasta de quien fue su candidato.

El mensaje que dejó flotando Macri ante los gobernadores es la necesidad de un nuevo cálculo del reparto de los fondos coparticipables, después de una larga década de postergación de las provincias en beneficio de un Estado que fue haciéndose cada vez más unitario. Son esos mandatarios los que harían viables algunos proyectos oficialistas en el Senado. Con otro de los presidenciables, Sergio Massa, se espera una relación intensa de acercamientos y contradicciones: su acuerdo en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, le permitirá a la gobernadora María Eugenia Vidal controlar la Legislatura bonaerense, aunque la incursión del Frente Renovador en un eventual proceso de renovación futura del PJ hará que Massa vuelva a exhibir su perfil opositor al macrismo. Por ahora, el tigrense ya ofreció sus equipos técnicos al macrismo. Así de explícito es el romance actual.

En el esquema acuerdista que se plantea el macrismo se pueden diferenciar distintos niveles. El coyuntural, de precios y salarios, a corto plazo (si es posible a mediados de enero), es el que más apremia en los primeros días de gobierno. A nivel sindical, la prioridad la tienen la CGT del camionero Hugo Moyano y la del gastronómico Luis Barrionuevo. Entre los empresarios, la Unión Industrial Argentina (UIA), aunque todavía subsisten allí roces no superados entre Macri y el Círculo Rojo. El Presidente, por ejemplo, les advirtió a los 1.500 empresarios que asistieron a la reciente conferencia en Parque Norte que no tolerará “abusos” en los precios. Agregó con ironía: “No tenemos ningún Guillermo Moreno, ni lo vamos a tener, pero como gobierno contamos con los instrumentos necesarios para corregir cualquier abuso en términos de precios”.

Por su lado, el nuevo presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, plantó bandera ante los bancos que intermediaron la firma de los contratos de dólares futuro. Finalmente, el Rofex declaró la emergencia y llamó a deshacer las posiciones de los contratos que se habían vendido a partir del 30 de septiembre pasado y con vencimientos hasta junio de 2016. En realidad, corrigió el precio original de todas las posiciones abiertas en 1,25 y 1,75 pesos, con lo que el Central se ahorraría de emitir no menos de 15.000 millones.

Escudo anti K. En el nivel del mediano plazo, se habla de un “pacto de gobernabilidad”. Para que avancen los proyectos de ley en las Cámaras, sobre todo aquellos que impactarán en las reformas macroeconómicas y en los nuevos dispositivos tributarios. Macri aspira, además, a mantener bajo control los hipotéticos movimientos desestabilizadores de la minoría ultra K (según amenazan algunos líderes de La Cámpora y otros grupos asociados a la consigna de “volver con Cristina en el 2019”). Pese a la larga lista de desafíos, lo cierto es que, en menos de una década, la alianza con base en el PRO se ha posicionado como la fuerza líder en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires y también en la Nación. Un fenómeno político sólo equiparable al hecho de que ningún presidente no peronista ha logrado completar, hasta ahora, su mandato en la Argentina. La intransigencia opositora del PJ en el llano siempre fue el mayor obstáculo, pero acaso no esta vez: al acercamiento de Scioli se suma la buena sintonía entre Macri y el peronista salteño Juan Manuel Urtubey, que también quiere liderar su partido. “Tenés que ayudarnos a dar vuelta la página del kirchnerismo dentro del PJ”, le propuso el gobernador al Presidente aun antes de que asumiera. La idea es aislar dentro del espacio a Cristina y sus cada vez menos incondicionales.

El gobierno de Macri tendrá que buscar, primero, el consenso de puertas hacia adentro, para unir a las diferentes percepciones que anidan en la coalición, pero también hacia afuera. Si bien sus exitosos resultados electorales en distritos clave como Córdoba, Santa Fe o Mendoza, junto al histórico desplazamiento del peronismo en la provincia de Buenos Aires por primera en democracia, permite a Cambiemos contar con una fuerza territorial considerable, Macri gobernará, objetivamente, sin el respaldo de la mayoría del Congreso y estará obligado a convencer a los legisladores de otras bancadas para que apoyen sus propuestas en cuestiones tan candentes como el nombramiento de jueces en la Corte Suprema, la negociación con los holdouts y el levantamiento del cepo y la unificación del mercado de cambios.

El frente interno de Cambiemos tiene sus particularidades: un sector critica a Macri por ser excesivamente condescendiente con la herencia kirchnerista en vez de inventariarla y denunciarla para empezar a explicar por qué la dureza del ajuste en marcha. Y exaltan la voluntad presidencial de que avancen, sin interferencias ni favores ni pactos, las investigaciones sobre corrupción de los ex funcionarios K, sin excluir a Cristina. Este sector es el que aplaude la reciente denuncia judicial de Margarita Stolbizer sobre los plazos fijos que Cristina heredó de Néstor Kirchner y no declaró. La foto del Presidente con Stolbizer luego de esa novedad es una señal inequívoca sobre la agenda que se avecina en los tribunales de Comodoro Py, y que inquieta al cristinismo (ver recuadro).

En esa misma línea, un dato consignado por el periodista Marcelo Bonelli en el diario Clarín afirma que el papelón del traspaso sin Cristina se dio luego de que Macri no le garantizara a ella la inmunidad judicial que exigía. “Yo no manejo la Justicia”, habría sido la lacónica y parcialmente sincera respuesta de Macri al pedido de la ex presidenta.

Jaime Durán Barba, el asesor estrella del PRO, tiene encuestas sobre cuántos argentinos quisieran ver presa a Cristina: el 14 por ciento. Es un número que genera discusiones dentro del macrismo sobre la conveniencia de alentar una ofensiva judicial que ya comenzó por sí sola, y que en los últimos días complicó a Amado Boudou, Ricardo Jaime y Hebe de Bonafini.

Durán Barba cree que Cristina se fue del poder de la peor manera y ahora está indefensa ante la multitud de enemigos que se fabricó. “Se llevó la banda presidencial a El Calafate, una vergüenza. Nunca se preparó para el día en que tuviera que volver al llano. Su situación ahora es muy, muy complicada”, dice.

El Pacto final. Parece una obviedad, pero Mauricio Macri decidió comenzar por el principio. En su primer mensaje presidencial optó por poner énfasis en objetivos que unen a los argentinos y también por marcar nítidas diferencias entre el futuro y el pasado inmediato. Nada que ver con la confrontación permanente, la división de la sociedad, la ausencia de diálogo y de transparencia en los actos de gobierno o el aislamiento con buena parte del mundo, que fueron marca registrada de la era K.

La red que el frente Cambiemos imagina como destino final de la estrategia incluye al presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti, un pilar –analizan en el macrismo– en la resistencia de los últimos cuatro años a los ataques del cristinismo para colonizar a la Justicia y ahogar su funcionamiento independiente. Su amable bienvenida a los nuevos jueces de la Corte designados por Macri no pasó inadvertida.

Daniel Scioli sería otro de los aliados clave, la pata peronista del antikirchnerismo pese a su cristinismo. Una de las patas posibles, al menos. Se perfilan también el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey y eventualmente, José Manuel de la Sota y Sergio Massa, los posibles nombres de un nuevo “peronismo renovador” en el PJ, como la “cafieradora” (por Antonio Cafiero) de los '80. “La oposición peronista a Macri no puede ser K”, confiesan en el sciolismo. Massa, además, ha quedado posicionado como el referente obligado de las necesarias y posibles coincidencias del nuevo gobierno con buena parte de la oposición en función de la gobernabilidad y de la apertura económica al mundo.

El líder camionero Hugo Moyano viene conversando con Macri sobre la eventualidad de una CGT reunificada en torno al propio Moyano, Antonio Caló y Luis Barrionuevo, un triunvirato más expresivo del genuino sindicalismo peronista y “garantía de gobernabilidad”. Habrá que conocer los efectos dañinos de la devaluación y el levantamiento del cepo cambiario para saber si lo que prima es el conflicto o el pacto.

¿Y Héctor Magnetto? El Grupo Clarín, claramente victorioso en la puja con el gobierno de CFK, aspira a concretar la idea convergente de un acuerdo económico y social que sostenga el camino del desarrollo, la palabra milagrosa que definiría el horizonte común de la Argentina que viene. Y promete darles amplio despliegue a los sinsabores judiciales que la ex presidenta y su elenco puedan sufrir de ahora en más. Se la tienen jurada.

Está en marcha el pacto para blindar la gobernabilidad del nuevo Gobierno. Y para que CFK no vuelva nunca más.

por José Antonio Díaz

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