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CULTURA | 20-01-2016 15:27

La ficción de Jorge Asís

Más apreciado por sus análisis políticos que por sus novelas, la narrativa del “Turco” empieza a ser revalorizada. Razones para convertirlo en autor de culto.

Muchos conocen a Jorge Asís, ese turco de bigotes profusos y un poco fanfarrón, desprejuiciado, que desfila, de vez en cuando, en estudios televisivos, renovando epítetos o cultismos que su interlocutor simula entender, u ostentando esa habilidad para condensar en una metáfora lo que otros a duras penas pueden explicar en farragosos artículos.

No todos saben, sin embargo, que su obra literaria es, por lejos, una de las más valiosas de su generación. Paradójicamente, ha sido enormemente popular y, en simultáneo, un incomprendido “avant la lettre”. A la inversa de lo que ocurre habitualmente, pasó de éxito de ventas a objeto de culto.

Por eso cada tanto, y aunque a él no le guste, conviene hacerle un “rescate”: restituirlo al panteón de escritores notables, de donde los cancerberos del mundillo literario lo desterraron, acaso en gran parte porque trascendió el pago chico de las letras, “de ese ambiente literario tan rebosante de enanitos y canallas, capillistas que se elogian recíprocamente y se disputan un poder rabiosamente ilusorio”, dice en “Cuaderno del acostado” (1988), una novela brillante en la que a través de su “alter ego”, Rodolfo Zalim, narra las penurias por las que atravesó durante el alfonsinismo: las primeras interdicciones.

Historia. Pero su carrera literaria —vayamos cronológicamente— empezó quince años antes, a principios de los setenta, con novelas como “La manifestación” (1971), “Don Abdel Salim, el burlador de Domínico” (1972), “La familia tipo” (1974), “Los reventados” (1974), y la que tal vez sea su obra más conocida: “Flores robadas en los jardines de Quilmes” (1980), la memorable historia de Rodolfo y Carmen, que a la fecha lleva vendidos —y la cifra es inédita para la literatura argentina— trescientos cincuenta mil ejemplares. O sea: cometió el error de ser un escritor exitoso en una época de exilio y silencio, y de esbozar una crítica demasiado prematura de la militancia.

Poco tiempo más tarde, a ese bestseller, primer libro de la trilogía “Canguros”, le siguió el compendio de instrucciones para sobrevivir en el cretácico porteño de los setenta: “Carne picada” (1981), y luego vino “La calle de los caballos muertos” (1982), donde narra un tema de profunda actualidad: el devenir mafioso del barra a través de un grupo de marginales de Bernal que instauran una pyme del delito, al mismo tiempo que las dirigencias establecen grandes empresas de corrupción.

En general, digamos que las novelas de Asís transcurren en una geografía urbana implacable: una picadora de carne donde impera el “struggle for life” (“lucha por la vida”) darwiniano, la supervivencia del más apto; es decir, del que sabe acomodarse y aprende a prescindir del molesto imperativo categórico, porque, como dice el narrador de “Carne Picada”, “a los medianos o los grises Buenos Aires no les presta la menor importancia, y a los derrotados, a los tristes, se los devora”.

Los personajes con frecuencia suelen ser parte de ese detrito urbano que, como en Arlt, busca el “golpe de suerte” salvador: pobres desgraciados que no tienen pruritos en operar al margen de la ley y que se burlan de los “canguros” que abarrotan de carne humana los bondis y se someten al flagelo injusto del asalariado.

Aunque claro que, al final, de una forma u otra, terminan fracasando. En sus libros aplican las leyes de Murphy. “En Argentina siempre todo termina mal”, suele decir Asís, y él, por supuesto, no ha sido la excepción.

Política. En 1984, y luego de varios años de escribir artículos para Clarín a través de otro de sus alter ego, “Oberdán Rocamora” –un hábil redactor de aguafuertes de corte arltiano que ficcionaliza personajes estrambóticos, como aquel hombre que “no conseguía una mujer desde que el hotel alojamiento costaba seis mil pesos”–, escribe un libro paradigmático: “Diario de la Argentina”, una novela que aborda, en clave de ficción, otro tema muy actual: la relación del periodismo con el poder político. O más precisamente: del diario Clarín con la dictadura.

A partir de entonces, y hasta la década del '90, se convirtió –según su relato– en un proscripto: sus libros dejaron de venderse y ningún medio le dio trabajo. Nadie quería desavenirse con el “Diario…”, y menos aún el alfonsinismo, que lo silenció también de los medios oficiales.

Luego vino el menemismo, las embajadas, y una historia que es bastante más conocida.

Actualmente, y desde hace muchos años, encontró en la política figuras que bien podrían haber salido de su pluma y a las que trata, justamente, como personajes de ficción: les sospecha motivaciones psicológicas, los adoba de metáforas, devela casos de oxímoron, o clasifica el bestiario de la política con irónicos epítetos y apodos: “El Coti 'Richelieu' Nosiglia”, “El ángel exterminador” (Macri), “El renovador de la permanencia” (Massa). Quizás rebautizarlos es un modo apropiárselos y hacerlos entrar al engranaje de su implacable máquina literaria. A veces poner un nombre, como ha dicho Todorov en “La conquista de América”, es una forma de ejercer la dominación, y los buenos novelistas lo saben.

En fin, digamos, parafraseando a Foucault, que para Asís el periodismo político ha sido la continuación de la literatura por otros medios. En “Cuaderno del acostado” –citémoslo de nuevo– hay una síntesis perfecta de su “techné”: “Quiero jugar con la verdad a la literatura”, dice, “pero con la absoluta convicción de que estoy haciendo literatura con la verdad, y simultáneamente traicionándolas a ambas”.

El turco sabe que, en el fondo, bien ejecutada, la traición revela, a veces, la verdadera naturaleza de lo traicionado.

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