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POLíTICA | 10-02-2016 15:30

Interna de mariscales: los ultra-K contra la "liga de gobernadores"

Cuenta regresiva hasta las elecciones del 8 de mayo. Entre Gioja y Massa.

Por ahora es una pequeña catarsis de pases de factura y minúsculas batallas por asegurar espacios de resistencia o renovación. En el peronismo, el que pierde da un paso al costado, se aparta. No hace autocrítica ni debate democráticamente las razones de la derrota electoral. Simplemente, las paga. Por las buenas o por las malas.

Después de cada derrota electoral, el entretenimiento peronista básico siempre consistió en renacer desde la oposición. Por ejemplo:

• Después de la histórica derrota ante el alfonsinismo en 1983, la vieja guardia del “pejotismo” –o sea, la ficción de un Partido Justicialista orgánico, horizontal y democrático para competir electoralmente– se recicló en la llamada “renovación peronista” de la mano de Antonio Cafiero, Carlos Menem y Carlos Grosso. Se repartieron palos en contra de la “burocracia sindical” y la “derecha peronista”, en ese entonces los “mariscales de la derrota”. Algunos se refugiaron en los gremios y otros se disimulaban entre los legisladores que nadie conocía.

• Cuando Eduardo Duhalde pierde en el 2003 ante la Alianza de De la Rúa y “Chacho” Álvarez (y el aporte solapado del menemismo), Menem intentó volver a la Presidencia a través de un tercer mandato. El engendro murió antes de nacer: Duhalde hizo su propio ajuste de cuentas y eligió a Néstor Kirchner. Con Menem fuera de juego –era el “mariscal de la derrota” que tocaba–, Kirchner primero “borró” a Duhalde y después absorbió a los restos del menemismo (con cuidado de no mostrarlo demasiado).

• Aún en el 2009 –cuando Kirchner y Scioli eran derrotados por Francisco de Narváez, prácticamente un candidato de Tinelli–, el ex presidente presentó aparatosamente su renuncia en Olivos. Por “dignidad peronista”, aceptan los referentes históricos de ese peronismo. La moraleja es la misma: el que pierde, paga. Sale de escena y asume el costo político de la derrota (cuatro u ocho años sin cargos ni “caja” ni negocios públicos). A veces, el que paga los platos rotos es el “pejotismo”, otras veces el sindicalismo.

Ahora, la novedad es que el peronismo perdió ante la alianza Cambiemos, unos recién venidos a la política. Parece que duele más. Incluso por el estado de bancarrota que dejaron en las empresas y bancos del sector público (sin rendición de cuentas). Por eso el “pejotismo” actual, después de perder la Nación, la provincia y la Ciudad de Buenos Aires, entre otras jurisdicciones igualmente ricas y productivas, es una mezcla confusa de “mariscales de la derrota” y aspirantes a formar una informal “liga de gobernadores” que duda entre aliarse con el macrismo para hacer gobernables sus provincias fundidas o romper y apostar a una nueva “renovación peronista”.

No saben todavía si sumar a Cristina Fernández a la lista de “mariscales de la derrota” como Daniel Scioli, Aníbal Fernández, Carlos Zannini, Julio de Vido, los muchachos de La Cámpora y el propio Eduardo Fellner –presidente provisorio del sellito “PJ”–, que buscan evitar el debate político interno sobre el traspié electoral del 22 de noviembre. Fellner, sin embargo, dijo lo que la mayoría piensa: “El adversario es más fuerte, los tiempos son difíciles y no podemos bajar los brazos”.

Pues los bajaron. El Consejo Nacional partidario se limitó a fijar dos fechas: el 24 de febrero se hará el Congreso del “sellito” y el 8 de mayo las elecciones para renovar las autoridades “pejotistas”. Se negó, en cambio, a considerar la división del bloque de diputados del Frente para la Victoria que se producía ese mismo día (ni quisieron enterarse), liderada por el ex Anses Diego Bossio, el referente de SMATA Oscar Romero y otros 13 diputados alineados con el gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey y otros gobernadores marcados por un inevitable recambio generacional.

Lo que viene. La sangría es todavía incipiente. El peronismo gobierna una docena de provincias medianas y chicas dependientes de la ayuda financiera de la Nación. Por eso los rupturistas del autodenominado Bloque Justicialista se plantean lo básico: 1) “garantizar la gobernabilidad de las provincias” y 2) “un apoyo especial a los gobernadores justicialistas”. Con un subrayado bien fuerte en su documento de lanzamiento: “Junto a nuestros gobernadores garantizaremos la gobernabilidad de cada una de las provincias gobernadas por nuestro partido, realizando así nuestro aporte a la gobernabilidad nacional”. La pérdida en Diputados podría reproducirse en poco tiempo en el Senado: el rionegrino Miguel Ángel Pichetto –de aquilatada experiencia como menemista y kirchnerista– aboga hoy por una “oposición responsable” y surge como el principal aliado de Cambiemos. Acaba de presentar proyectos que están en la agenda pública del oficialismo: la modificación del mínimo no imponible de Ganancias, la baja del IVA a los beneficiarios de planes sociales y la creación de una agencia contra el narcotráfico. Como jefe del bloque mayoritario, promete ayudar con los paquetes de leyes institucionales, económicas y sociales –empezando por la legitimación de los DNU– que prepara Macri para el arranque de sesiones en marzo.

Los operadores macristas se ilusionan: podrían contar con casi 30 de los 42 senadores del Frente para la Victoria –peronistas “reciclados” y “delegados” de los gobernadores–. Con los 16 de Cambiemos y los diez del PJ Federal alcanzaría, por ejemplo, para votar el acuerdo a los pliegos de los candidatos propuestos a la Corte Suprema o derogar las leyes cerrojo y de pago soberano, más la emergencia de seguridad. “El peronismo no puede ser un órgano de bloqueo”, dice Pichetto.

No bloquear. La reconstrucción peronista dependerá de varios factores. Por ejemplo, si se normaliza por medio de internas abiertas o si se acuerda una lista única encabezada por el ex gobernador sanjuanino y hoy diputado nacional José Luis Gioja como la mejor opción para presidir el peronismo en su renovado papel de oposición. Si bien esta variante es respaldada por un grupo presuntamente mayoritario de gobernadores y diputados, nadie tendría predicamento suficiente como para desafiar la conducción del aparato ultrakirchnerista que maneja aún hoy Cristina Fernández. Los desempolvados ex funcionarios Jorge Capitanich y Guillermo Moreno, por ejemplo, guapean con que quieren ir a internas y sincerar quién es quién. Se escudan precisamente en que la ex presidenta conduce el grupo más numeroso de diputados y senadores opositores e infunde una suerte de temor. No hay otro jefe del partido que pueda hacerle sombra, aunque también se admite que, así conducido, el peronismo puede seguir perdiendo elecciones.

Finalmente, todo dependerá del nivel de gobernabilidad que alcance la presidencia de Macri. La primera etapa más dura del ajuste de precios y salarios y el recorte sin anestesia de los subsidios económicos ya está provocando los primeros roces con el sindicalismo, las provincias y el sector empresario de la pequeña y mediana industria.

La división justicialista, en cambio, fortalece indirectamente la estrategia del ministro Rogelio Frigerio de ser siempre el más atento a las necesidades de caja de los gobernadores peronistas. Así trabaja Emilio Monzó con los diputados y Federico Pinedo con los senadores: en busca del lado más débil del justicialismo desde que Cambiemos los derrotara hace más de dos meses. La fractura del bloque del Frente para la Victoria en Diputados podría indicar un “nuevo comienzo” para la relación PRO-peronista. Ambas fuerzas están profundamente interrelaciondas, tanto por el diálogo previo como por verse cada uno como la contracara del otro.

por José Antonio Díaz

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