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MUNDO | 17-04-2016 09:39

Noche en vela, los Indignados a la francesa

Las razones que impulsan a la creación del movimiento. Reclamos de los jóvenes a las generaciones anteriores por la falta de equidad.

Desde el 31 de marzo, miles de jóvenes franceses se concentran cada noche en la Plaza de la República, en el corazón de París. En un ambiente festivo –con música, picnics que se prolongan hasta el amanecer y foros improvisados– debaten sobre las enormes dificultades que enfrentan al terminar los estudios y las incertidumbres que vislumbran para el futuro: desempleo, inseguridad laboral, salarios miserables, alojamiento inaccesible.

Ese movimiento espontáneo, que copió su ritual de las concentraciones organizadas a partir de mayo de 2011 por Los Indignados en la Plaza del Sol, de Madrid, fue bautizado Nuit Debout. El nombre, que se puede traducir como Noche de pie o Noche en vela, remite a un párrafo del Discurso de la servidumbre voluntaria, donde Étienne de La Boétie proclama: “Los tiranos sólo son grandes porque nosotros estamos de rodillas”.

En poco más de dos semanas, el modelo de Nuit Debout se extendió como un reguero de pólvora a las grandes ciudades francesas y –en un paradójico efecto de boomerang– volvió a su país de origen: en plena crisis política, varias ciudades españolas se inspiraron de la iniciativa francesa y resucitaron el espíritu de Los Indignados.

En las turbulentas jornadas de mayo de 1968, que se caracterizaban por su ambiente festivo, los estudiantes rebeldes pedían amor libre, revolución, protestaban contra la sociedad de consumo y postulaban “gozar sin límites”.

Anecdóticamente siempre se dice que esa rebelión juvenil comenzó porque las autoridades de la universidad de Nanterre –en las afueras de París le prohibieron a los varones el acceso al pabellón de dormitorios femeninos–. En señal de protesta, las chicas colgaron sus slips en las ventanas.

En cambio, los jóvenes que participan en “Nuit Debout” o Los Indignados españoles tienen el ceño adusto, la frustración, la angustia marcada en el rostro y no quieren revolución sino estabilidad, no piden quimeras sino un recibo de pago a fin de mes y no se forjan ninguna ilusión. En un mundo que siempre mejoró, esta es la primera generación convencida de que su futuro será peor que el de sus padres.

A enorme distancia de las utopías que forjaban sus ancestros de 1968, Nuit debout nació como una protesta contra el proyecto de flexibilización laboral que propicia el gobierno socialista del presidente François Hollande. Con el pretexto de modernizar el Código de Trabajo, la reforma propone limitar la protección frente a despidos colectivos, facilita los licenciamientos por motivos económicos y reduce el monto de indemnización en caso de despido abusivo, tolera el aumento del tiempo semanal de trabajo, limita el monto de retribución por horas extras, permite modular los horarios de descanso y los días de vacaciones, autoriza las negociaciones por empresa y permite realizar referendos internos para validar los acuerdos, lo que excluye a los sindicatos.

El reclamo. Los estudiantes reclaman “posibilidades de empleo” al final de sus carreras, los empleados exigen estabilidad laboral y los jóvenes sin preparación aspiran simplemente a encontrar un trabajo en un país que, a pesar de ser la sexta potencia económica del planeta, tiene 3,5 millones de desocupados (10,5% de la población activa). Todos, en una palabra, sueñan con poder abandonar la casa de sus padres, fundar una familia, poder comprarse una vivienda, tener acceso al consumo exuberante que les propone la sociedad y gozar del mismo nivel de vida que tuvieron sus padres.

Las razones que impulsaron a los promotores de la Nuit debout a salir a la calle y congregarse todas las noches en la Plaza de la República son la mejor demostración de la desazón que invade a la juventud de 2016 en la mayoría de los países industrializados.

En Estados Unidos, el inesperado éxito que tuvo Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata se explica por su talento para expresar muchas de las reivindicaciones de esa juventud sin futuro. Lo mismo ocurre con Podemos en España, el laborista Jeremy Corbyn en el Reino Unido, el partido Syriza en Grecia, los socialistas de Die Linke en Alemania, el Sinn Fein en Irlanda o incluso el Partido Nacionalista Escocés (SNP).

Este fenómeno, que algunos sociólogos se sienten tentados de calificar como un anti-mayo de 1968, ¿es una revolución conservadora?

Probablemente es mucho más que eso.

Lucha de generaciones. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, publicó a fines de marzo un comentario sobre la cólera de la juventud en ambas orillas del Atlántico y el “creciente divorcio” que se advierte entre las generaciones. “Los norteamericanos y los europeos de la clase media de más edad vivieron una existencia agradable. Cuando entraron al mercado de trabajo, los esperaba una multitud de empleos bien remunerados. Para ellos, la interrogación se limitaba a decidir qué oficio querían elegir y no consistía en saber si deberían vivir en la casa de sus padres hasta encontrar un empleo que les permitiera abandonar el hogar”, escribió.

Stiglitz recuerda que esa generación sin precedentes podía contar con la seguridad en el empleo, casarse joven, convertirse en propietario y comprar acaso una casa de vacaciones, y finalmente jubilarse con la seguridad de percibir una mensualidad razonable. “Globalmente, los individuos de esa generación esperaban vivir una existencia más próspera que la de sus padres”, explicó.

Los jóvenes de hoy, por el contrario, sólo pueden esperar lo opuesto. “La inseguridad laboral los persigue durante toda la vida. La mayoría de los diplomados universitarios deben buscar durante meses antes de encontrar un empleo y, con frecuencia, después de haber aceptado varias pasantías no remuneradas (…) Los jóvenes universitarios están asfixiados por las deudas (…) El acceso a la propiedad es para ellos un sueño lejano”, insistió.

El drama de la vivienda –que para muchos jóvenes representa un problema de dignidad– alcanza proporciones dramáticas en Grecia, Bulgaria, Eslovaquia y Malta, donde más de 50% de quienes tienen entre 25 y 34 años viven en el domicilio paterno, según estimaciones de Eurostat, el organismo estadístico de la Unión Europea (UE). El fenómeno alcanza a 40% de la juventud en Portugal, Italia, Hungría y Rumania. En todos esos países existe una relación directa entre ese drama y la tasa de desempleo, que afecta entre 30 y 45% de la población juvenil europea. El caso de Alemania confirma ese postulado: en ese país que tiene una tasa de desempleo juvenil de 7,5%, sólo 14,7% de los 25-34 años sigue viviendo en el Hotel Mamá, como se dice sarcásticamente.

El fenómeno no es diferente en Estados Unidos: The Pew Research Center calculó que 29% de los jóvenes norteamericanos del mismo segmento de edad continúa residiendo con sus padres.

Como buen economista, Stiglitz sabe que sólo un crecimiento robusto permitirá ofrecer mejores posibilidades laborales. Y que el bajo nivel de salarios subsistirá mientras la tasa “oficial” de desempleo de 4,9% continúe ocultando una “desocupación disimulada” que es “mucho más elevada”.

Stiglitz también denuncia el fracaso de las “reformas” prometidas por las élites políticas, que debían aportar una “prosperidad sin precedentes”.

“Esas reformas (…) sólo favorecieron al top 1%. Todos los demás, incluyendo los jóvenes, sólo vieron surgir una inseguridad sin precedentes”, afirmó. En consecuencia, el actual período político se define –a su juicio– “por “tres realidades: una injusticia social de amplitud sin precedentes, desigualdades masivas y pérdida de confianza con respecto a las elites”.

La falta de equidad entre generaciones que evoca Stiglitz se advierte con claridad, en el caso de Francia, en la atribución de recursos públicos. En un estudio realizado por France Stratégie, organismo de reflexión dependiente del primer ministro, Marine Boisson-Cohen y Pierre-Yves Cusset calcularon que, sumando todos los presupuestos de protección social y programas de asistencia, los mayores de 60 años reciben, en promedio, 17,2% del PIB (6 puntos más que en 1979). En contraste, los gastos consagrados a los menores de 25 años descendieron de 8,5% a 8% en el mismo período. “El esfuerzo de la nación –concluyen– se concentra cada vez más sobre los seniors”.

La frustración juvenil se advierte con mayor nitidez en las aristas más filosas de la sociedad: la delincuencia y el vandalismo. Los analistas de Interpol descubrieron que los actuales disturbios son menos ideológicos y menos políticos que las protestas del pasado. Los vándalos no asaltan supermercados para llevarse comida, sino que se dedican sobre todo a saquear comercios para llevarse artículos de consumo inaccesibles para un desocupado o un joven que gana el salario mínimo: teléfonos móviles, electrodomésticos, ropa y zapatillas deportivas de marca.

“Esa tendencia revela que el principal motor de la protesta es quizás el ansia de consumismo y la frustración [de un sector de la juventud] por no tener dinero para comprar lo que otros ya tienen”, conjetura el sociólogo holandés Tim Boekhout van Solinge, especialista en disturbios urbanos.

En su estudio comparativo a nivel internacional sobre los disturbios urbanos, los investigadores sociales Dominique Duprez y Michel Kokoreff intuyen que la ausencia de politización de esos sectores es lo que impidió hasta ahora que atacaran organismos oficiales, bancos o empresas emblemáticas del “capitalismo explotador”.

Una de las mayores preocupaciones, tanto de Stiglitz como de otros académicos, reside en que la crisis ha dejado una enorme cantidad de Neet (Neither in education, nor employment or training = sin educación, empleo ni capacitación). En el peor momento de la recesión, en 2010, Italia llegó a tener 2,1 millones de jóvenes de 15 a 29 años que no tenían siquiera educación de nivel secundario, no trabajaban y no asistían a ningún curso de formación profesional. Esas cifras representan 22,1% de ese segmento de la población, según las alarmantes conclusiones de un informe del instituto estadístico Istat.

La proporción es apenas inferior (en torno de 20%) en Francia, Reino Unido, Polonia y Portugal, mientras que en la República Checa, Eslovenia, Finlandia, Dinamarca y Estonia oscila entre 10% y 15%, según un estudio de la OCDE (Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico).

Después de ocho años de crisis, esos jóvenes se sienten “abandonados por sus mayores, desclasados y totalmente desalentados en cuanto a su futuro”, sostiene la socióloga italiana Chiara Saraceno.

El líder de la rebelión estudiantil de 1968, Daniel Cohn-Bendit, se niega a opinar sobre el carácter de esta nueva cólera juvenil. Pero, como no ha perdido su olfato de viejo mastín de la política, intuye que el mundo está asistiendo a un hecho sin precedentes en su historia: una guerra civil generacional. Siempre hubo, desde luego, conflictos generacionales. Esta, sin embargo, es la primera vez que una generación se considera canibalizada por sus mayores. En ese sentido, según Stiglitz, la juventud tiene todo el derecho de estar en cólera. Ese resentimiento, sin embargo, corre el riesgo de desembocar en un conflicto inédito pero extremadamente grave, como son siempre los enfrentamientos entre padres e hijos.

(Desde París)

por Christian Riavale

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