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MUNDO | 14-05-2016 17:40

Quiénes son los inquilinos del poder en Brasil

El tibio apoyo al nuevo presidente Michel Temer y la fe en el economista Henrique Meirelles. Los movimientos en el tablero social.

Dilma Rousseff no pudo continuar con la hegemonía del Partido de los Trabajadores, que gobernó durante 13 años y cuatro meses, y dejó el poder, en medio de una crisis económica y social, con una catastrófica imagen: menos del 10% de apoyo. Pero Michel Temer, su ex liado y vice, actual mandatario, tampoco tiene el consenso necesario para transmitirle al mundo (sobre todo a sus vecinos, que miramos atentos), que las curvas de la crisis, que no hacen más que bajar, van a repuntar.

De hecho, el apoyo de Temer es aún menor del que gozaba Dilma: apenas del 8%. En ese marco, el líder del Partido del Movimiento Democrático Brasileño debió armar su gabinete para remontar el alicaído barrilete económico que es Brasil, y que hace meses vuela a la deriva, mientras a sus espaldas, el PT será una amenaza constante con la intención de recuperar el poder que siente que le han arrebatado políticamente.

La escalada de Michel Temer al poder, sin pasar por las urnas (al estilo House of Cards), lo encuentra con un descenso del Producto Bruto Interno estimado en el 3,9 % en 2016 y un desempleo de 10,9 % en el primer trimestre del año (4 puntos más alto que en 2011 y más de 2 puntos arriba del 2015). Brasil tiene, además, una inflación que acaricia el siete por ciento, habiendo tenido un pico de más de diez en 2015. Todos los datos aportados por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) del Banco Central.

Para pelear ese round, Temer convocó a un grupo de empresarios y banqueros que deberán realizar los siempre impopulares ajustes. Pero sobre todo, la confianza del mandatario está puesta en Henrique Meirelles. Su as de espada. El economista de 70 años que fue presidente del Banco Central durante los dos gobiernos de Lula (entre 2003 y 2010), podría llevar al mercado interno y a la región la tranquilidad que Temer no contagia.

En esa experiencia, Meirelles dejó una muy grata imagen, una inflación controlada y un PBI en continuo aumento. Además, ofició de garante para destrabar la relación y generar confianza entre los empresarios locales y un presidente sindicalista.

En la balanza, el gobierno de Temer y Meirelles tiene la confianza del mercado de que el cambio de aire puede ser beneficioso y al Congreso de su lado. Por la otra parte, la desconfianza de la gente, al PT como enemigo íntimo, y la necesidad de producir más ajustes, lo que provocará más furia social.

Pero en este juego de traiciones, algunos analistas brasileños llaman la atención sobre un aspecto: Meirelles, ese nombre al que los mercados le responden, también tiene aspiraciones políticas. Fueron públicas sus intenciones de ser el vicepresidente de Dilma en su segundo mandato, puesto que finalmente ocupó quien ahora lo convoca: Michel Temer. En este culebrón brasileño en el que todo puede pasar, no es un dato que deba ser obviado.

Otra de las cartas de Temer es José Serra, un economista con basto pasado en la política: exdiputado, exministro y exgobernador. Actual senador que argumentó el avance del juicio político contra Dilma “por la marcha de su propia insensatez”. Y consideró que era “un remedio amargo” el proceso que le toca vivir a su país.

“Es un golpe” había publicado en su perfil de la red social Facebook por la mañana del jueves. La estrategia que jugará ahora el PT se dejó ver en el primer discurso de la presidente en suspenso: “Están en juego los logros de estos últimos años”, remarcó una y otra vez.

Sabe Dilma que el gobierno de Temer prepara un ajuste. Inevitable para reflotar la economía. Y que esa medida, siempre impopular, mancillará más sobre la raquítica imagen positiva con la que el exvice asume el poder.

En ese contexto Temer tiene que poner en marcha nuevamente la estancada economía. Contará con el respaldo silencioso de otros gobiernos de la región, que necesitan que Brasil se cure para que no siga contagiando. Pero mientras tanto, gobernará en una olla a presión: “El mayor problema del país es que lo dirija un presidente sin votos ni legitimidad”, sentenció Dilma antes de abandonar el Palacio de Planalto.

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