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MUNDO | 16-05-2016 07:09

Brasil: ¿Qué pasaría si se adelantan las elecciones?

Dilma está en el cadalso. El nuevo sufragio evitaría la era de inestabilidad y convulsión social que puede provocar un impeachment contra la presidenta suspendida.

Como en la Italia del juez Di Pietro y la ofensiva judicial “manos limpias”, donde se derrumbaba el gobierno pentapartidario y entraban en descomposición los partidos comunista y democristiano, Brasil exhibe una inmensa paradoja: ostenta un sistema judicial sano y un sistema político en estado catatónico.

El resultado de la ecuación compuesta por un sistema judicial fuerte y un sistema político débil, es la fragilidad institucional, cuyo riesgo principal es la inestabilidad y la convulsión como estado permanente.

En Italia, la crisis política era una constante que no afectaba la economía, porque aunque los partidos se volvieron débiles, las instituciones eran fuertes. En Brasil, por el contrario, la crisis económica genera crisis política, y ésta empeora la economía, generando un círculo de decadencia.

Lo que puso a Dilma en el cadalso no fueron los deslices administrativos que forzadamente convirtieron en acusación, sino la crisis económica en la que ella tuvo responsabilidad. Si la suma de crisis económica más crisis política por el “petrolao” puso a la dirigencia en un salvaje sálvese quien pueda y diluyó el liderazgo de Dilma, al punto de hacer imposible que pueda retomar la gobernabilidad, entonces la solución estaba en negociar el adelantamiento de elecciones.

De ese modo, se habría evitado que a una presidenta debilitada la reemplace un vicepresidente opaco, que dirige el partido más manchado por la corrupción, junto con el PT, como Michel Temer.

Cuando Bill Clinton fue suspendido para afrontar el juicio político por el caso Mónica Lewinsky, quien lo reemplazó fue el vicepresidente Al Gore, un hombre de su mismo partido, que se limitó a mantener los lineamientos hasta que el mandatario reasumiera. Por cierto, también mantuvo el gabinete. Por eso, tras salir inocente, Clinton reasumió sin que se produzcan crisis de ningún tipo.

En Brasil no sucederá eso. Temer no es del mismo partido de Dilma y, al traicionarla, se convirtió en un enemigo que, para colmo, usará los 180 días de interinato para efectuar reformas que desmantelen los lineamientos generales de la administración Rousseff.

Además, exponiendo una voluntad conspiradora o, por lo menos, una irresponsabilidad descomunal, anunció que efectuará esas reformas y comenzó a conformar un nuevo gabinete.

Si ella ganara el juicio político, como Clinton, al reasumir el cargo se produciría una nueva y desopilante crisis. De tal modo, el Senado hará el proceso sabiendo que, encuentre lo que encuentre, está obligado a declararla culpable y destituirla. Ergo, Dilma fue condenada antes de ser juzgada.

La antesala de la crucial sesión del Senado, corroboró el género del proceso que busca la destitución de Dilma Rousseff. Se trata una opereta, esa derivación decimonónica de la ópera en la que prima lo inverosímil, lo absurdo.

A horas de que los senadores votaran sobre el impeachment, el titular interino de la Cámara de Diputados resolvió, sin consultar con nadie, la anulación de la votación en la que una abrumadora mayoría había habilitado el juicio político, pasando la cuestión a la cámara alta. Pero la presidenta, Lula y el PT no habían alcanzado a festejar el giro sorpresivo cuando el presidente del Senado anuló la anulación que, horas antes, había hecho su par del otro cuerpo legislativo.

En un puñado de horas, el diputado Wildar Maranhao le había sacado a Dilma la soga del cuello, y el senador Renán Calheiros se la había vuelto a colocar. Y para dilucidar cuál de las dos decisiones que marcharon a contramano está más cerca de la razón objetiva, tal vez haya que recurrir a la teoría de las verdades contrapuestas, que elaboró Karl Popper.

Según el autor de “La sociedad abierta y sus enemigos”, dos razones pueden ser verdaderas aunque se contradigan mutuamente. Ese parece el caso de lo ocurrido en la antesala de la votación del Senado.

Es cierto el argumento con que Maranhao anuló la votación de los diputados, diciendo que actuaron cumpliendo las directivas de sus respectivos partidos, en lugar de hacerlo guiándose exclusivamente por la valoración objetiva de la acusación que motiva el juicio político.

En aquella ridícula sesión, los diputados votaron esgrimiendo razones que nada tenían que ver con el motivo de impeachment. Casi todos los que se pronunciaron contra la presidenta, le dedicaron el voto a Dios o a familiares, como si estuvieran recibiendo un Oscar, y muchos de ellos balbucearon argumentos que demostraban, incluso, que no tenían idea de la acusación que pesa sobre la jefa de Estado.

Es cierto también, como explicó Calheiros al anular la anulación, que son los senadores quienes no deben pronunciarse desde la disciplina partidaria, porque en caso de juicio político actúan como jueces del mandatario juzgado.

Sin embargo, la interpretación de la constitución bien puede dividirse, porque si en caso de impeachment los senadores son jueces, en el mismo caso, al decidir elevar la acusación al Senado, los diputados actúan como fiscales, y los fiscales deben decidir de acuerdo a la evaluación objetiva del caso, y no de acuerdo a la conveniencia política del partido al que pertenecen.

Además, mucho antes de la votación, el grueso de los senadores había adelantado su pronunciamiento. ¿Puede un juez adelantar su sentencia antes de realizar el juicio?

En todo caso, lo que aportó la escena de opereta ocurrida en la antesala del pronunciamiento del Senado, es que los rasgos absurdos de la votación de los diputados y del posterior intento de anulación, revelan el estropicio institucional que está ocurriendo en Brasil.

La idea de canjear el impeachment por la realización de elecciones presidenciales adelantadas, tiene más lógica que el linchamiento institucional perpetrado por una dirigencia mediocre y turbia.

Adelantar el comicio habría cubierto dos necesidades: el final de un mandato que se quedó sin poder político ni posibilidad de recuperar la gobernabilidad; y que su reemplazante tenga la legitimidad de las urnas, en lugar de recaer sobre un oportunista tan viscoso como Michel Temer, quien gobernará sin más razón que haber optado por llegar, de cualquier modo, al despacho principal del Palacio Planalto y a los aposentos de la residencia Alborada.

La salida más racional era un presidente con la legitimidad que Temer no tiene. Que se haya optado por otra vía, lo que muestra no es solidez y lógica institucional, sino la decadencia dirigencial que encendió la hoguera para sacrificar un chivo expiatorio, y así expiar las corruptelas y mediocridades que generalizaron la indignación social.

En comicios anticipados, no ganaría ninguno de los manchados dirigentes del PMDB, mientras que Aecio Neves, la carta fuerte del PDS, también está siendo investigado por corrupción.

Por falta de chances en las urnas, los principales promotores de la caída de Dilma optaron por el juicio político. Un camino que podría conducir a la inestabilidad política y la convulsión social.

por Claudio Fantini

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