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MUNDO | 22-04-2017 00:00

Estados Unidos y Corea del Norte: Jugando con fuego

Lanzado de lleno a la ostentación belicista. Donald Trump merodea el cataclismo que podría causar un ataque a Corea del Norte.

Mientras se atragantaba con el postre de chocolate, Xi Jinping habrá pensado que su anfitrión es capaz de cualquier cosa. Si delante de sus invitados, que eran nada menos que el presidente chino y la primera dama del gigante asiático, Donald Trump dio la orden de lanzar 58 Tomahauk sobre Siria y, a renglón seguido, se puso a alardear sobre la modernidad y letalidad de los misiles norteamericanos, entonces también podría patear el avispero norcoreano sin pensar en las consecuencias.

Para dejarlo claro: al líder chino no lo debe haber impresionado la lluvia de misiles subsónicos lanzada desde el Mediterráneo, sino que Trump lo anunciara mientras degustaban los postres. En materia de modales, una grosería, y en términos diplomáticos un estropicio. Pero el mensaje no estaba en el ataque contra el régimen sirio, sino en el momento y la forma de ordenarlo.

Así no actúa un equilibrado gobernante de la democracia más poderosa de Occidente, sino los déspotas y los demagogos peligrosos. Ergo, habrá concluido el presidente chino, Trump puede ser tan temerario como para lanzar un ataque sobre Corea del Norte. Y nadie sabe a ciencia cierta lo que puede provocar una acción militar en ese enigmático rincón del planeta.

Es posible que su amenazante régimen se derrumbe como un castillo de naipes si le destruyen buena parte de su arsenal, pero también es posible que se cause una erupción volcánica que arrase todo lo que está a su alrededor.

El ejército norcoreano aún no cuenta con un misil intercontinental que le asegure una respuesta nuclear devastadora alcanzando, por lo menos, a Honolulu. Pero a Corea del Sur la tiene de rehén. Seúl está al alcance de sus misiles de mediano alcance y la puede borrar del mapa en un santiamén.

Cuando el general MacArthur entró en la Península con un vasto ejército multinacional, calculó que en un puñado de meses acabaría con el Estado comunista creado cinco años antes al norte del Paralelo 38. Pero ese puñado de meses terminó durando tres años y Mac Arthur tuvo que volver a casa conformándose con liberar a los surcoreanos. Con sólo cinco años de existencia, Kim Il-sung, ayudado por China, había podido resistir la embestida de la coalición encabezada por Estados Unidos.

Hoy, el nieto del fundador cuenta con un poderío militar vigoroso; con arsenales nucleares; con el único totalitarismo absoluto que queda en el mundo; con una sociedad militarizada de personas convertidas en autómatas que ven a sus líderes como semidioses, y con una estructura militar que funciona con coordinación milimétrica.

El creador del Estado norcoreano creó también el sistema de culto personalista más delirante y eficaz. Mezclando marxismo con creencias ancestrales elaboró la doctrina Juche, según la cual Kim Il-sung tenía rasgos sobrenaturales y poderes mágicos.

En las escuelas norcoreanas, los niños estudian como si fuera real que el nacimiento de Kim Jong-il, hijo del fundador y padre del actual líder, fue anunciado por un ruiseñor que recorrió aldeas y ciudades contando la buena nueva con vos humana.

Seguramente, no todos en la sociedad norcoreana creen que la dinastía Kim pertenece a la raza de los dioses que moran en el sagrado Monte Paektu. Pero quien no crea la desopilante mitología oficial, debe simular creerla porque si no se lo inculcarán en los campos de concentración, o lo ejecutarán.

Los japoneses creyeron que el emperador era una deidad, hasta que vieron a su representante firmar la capitulación sobre la cubierta del acorazado Missouri. Pero en Corea del Norte nadie vio rendirse a Kim Il-sung ni a sus herederos. Ergo, en la sociedad puede haber millones de kamikazes dispuestos a inmolarse en un holocausto atómico, si lo ordenase el supremo líder.

Ese nivel de control sobre tantas mentes, sumado al poderío militar, hace que un ataque a Corea del Norte sea una temeridad de consecuencias impredecibles.

Sin embargo, es probable que jugar a la guerra con la sociedad más militarizada del mundo no sea un acto tan arriesgado, sie el plan fuese otro. Desde hace tiempo, la nomenclatura china le está perdiendo la paciencia al siempre díscolo régimen de Pionyang. Lo prueba el asesinato de Kim Jong-nam en el aeropuerto de Kuala Lumpur.

Si el actual líder norcoreano hizo matar a su hermano desterrado, sin siquiera intentar que parezca un accidente, fue porque sabía que China planeaba reemplazarlo en el poder por el primogénito de su padre, Kom Jong-il. Sabiendo del fastidio chino con el robusto joven que encabeza el régimen, Trump apostó a que Xi Jinping lo presionaría para que cesen las pruebas nucleares y balísticas. Y Beijing presionó a Pionyang amenazando con cortarle el suministro de petróleo y con dejar de comprarle carbón.

La pregunta es qué ocurrirá si la presión no surte efecto. ¿Habrá un ataque norteamericano?

El desfile militar que hubo en Pionyang parecía una postal de la Guerra Fría. Con sus uniformes absurdamente repletos de condecoraciones, los militares y el líder supremo observaban el paso de las tropas y de los inmensos misiles, igual que hacía la nomenclatura soviética en la Plaza Roja y Mao Tse-tung en Tiananmén. Pero también Trump hizo una exhibición belicista deplorable.

El ataque a ISIS en Afganistán fue un acierto táctico y estratégico. La “madre de todas las bombas” tuvo un buen blanco y un buen escenario. Las montañas de Nangarhar, que rodean la ciudad de Jalalabad, lindan con Pakistán y marcan el inicio del cordón que más al norte se convierte en la cordillera del Hindu Kush, están plagas de cuevas que son bunkers naturales para las milicias.

La batalla de Tora Bora contra los milicianos de Al Qaeda que protegían a Bin Laden, prueba lo difícil que resulta para una fuerza regular combatir en semejante geografía.

Ahora es ISIS la que campea en esas cumbres y se oculta en sus cavernas. La súper-bomba es un arma adecuada para atacar en esa zona, donde además hay poco riesgo de muertes civiles.

Pero la lógica táctica y estratégica de ese ataque, se transformó rápidamente en una escena deplorable, cuando la administración Trump empezó a difundir fotos y videos del artefacto no nuclear más destructivo que existe, salvo que “el padre de todas las bombas” no sea una mentira rusa. Con ese torrente de fotos y videos mostrando la bomba de frente y perfil, Trump mostró el gigantesco proyectil como si fuera Enzo Ferrari mostrando el último modelo de su escudería. Una suerte de versión hollywoodense de la ostentación armamentista que los totalitarismos hacían junto a la muralla del Kremlin, en Tiananmén y en la Plaza Kim Il-sung, en el centro de Pionyang, donde el régimen más militarizado del mundo exhibió su poderío y puso el dedo en el gatillo nuclear.

por Claudio Fantini

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