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COSTUMBRES | 05-05-2017 00:00

La psicología del vino

Un sommelier y una psicóloga estudiaron el "alma" de innumerables bodegas y destacaron a 12 creadores notables. El argentino elegido.

No hay dos personas iguales, como tampoco hay dos vinos iguales”. Considerado uno de los mejores sommeliers del mundo, Josep Roca partió de esta premisa para crear, junto a la psicóloga Imma Puig, el exquisito libro “Tras las viñas” (Debate), un recorrido por 12 bodegas del mundo en las que los instintos y el amor por la vid valen mucho más que el marketing. Doce bodegas que, a juzgar por Roca, compondrán el futuro más sincero de la industria.

“Con este ensayo nos acercaremos a la vertiente más humanista del vino”, adelanta el especialista, que en realidad busca hacer foco precisamente en las personas que dan vida a estas etiquetas, entendiendo que en cada una hay también autobiografías, pensamientos filosóficos, confesiones, memorias y hasta anuarios embotellados. Y comprendiendo también, claro, que para hacer un vino excepcional hace falta un talento acorde.

Una selección difícil

No debe haber sido tarea fácil achicar el mundo a tan sólo 12 nombres. En un recorrido que va desde California (Estados Unidos) hasta el valle del Jura (Francia), pasando por Kajetia (Georgia) y hasta por un orgullo propio como Mendoza, se buscó unir extremos. Por caso, la máxima tecnología y los valores y rituales ancestrales del 6000 a.C. Los vinos premium y los más artesanales. Los más rebeldes y los que son un hito en su corriente.

“Estas personas escogidas sintetizan el mensaje de diversidad y riqueza de matices de los pensamientos de la gente que vive el vino como algo trascendente”, describe Roca, quien asegura a la vez que buscó contar qué sucede en este mundo a partir de personas únicas.

En ese camino, el primer caso analizado es el de William Harlan, de Harlan Estate, que marca la diferencia desde el nutrido y sumamente visitado Valle de Napa, en California. Frente a un tsunami de marcas de vino comercial, los autores rescatan que Harlan evoluciona al margen de los turistas haciendo acopio de tesoros que se acercan mucho más a los vinos de la vieja Europa que a los popes norteamericanos. “Vinos sencillos, honestos, sin pretensiones”, que vienen a crear un nuevo sueño americano, más sostenible y auténtico.

Es que para Roca, el vino es la bebida más intelectual que existe. “La transformación de uva en vino es un diálogo entre conciencia y control, entre ciencia e intuición, en el que hay infinidad de pequeños detalles condicionantes, más allá de la madre naturaleza”, sostiene. Y así, considera que si bien los creadores de vino no siempre son artistas, sí aplican sus emociones, y el arte puede estar dentro de una botella si al degustarlo nos conmueve.

También hay lugar para el instinto femenino, como demuestra el caso de Lalou Bize-Leroy, de la bodega Domaine Leroy y Domaine de Auvenay en Borgoña, Francia, que con más de 80 años continúa guiando el devenir de su empresa haciendo hincapié en viñas felices, sabias. Como describe el sommelier, realiza vinos afines a ella: “Potencia descomunal, estructura firme, carácter profundo, fuerza incisiva, dinamismo vibrante y seguridad en el envejecimiento”. Con total sensibilidad, esta enóloga mantiene a rajatabla premisas como podar desde enero hasta abril, pero sólo aquellos días en que la luna atraviesa las constelaciones de Sagitario, Aries y Leo, o mimar cada corte en la vid para acelerar la curación y proteger la herida abierta, así como evitar cualquier tipo de estrés a la planta. Minuciosa y exigente, madame Leroy busca preservar las singularidades de cada palmo de tierra, y así da vida a vinos únicos y exclusivos.

Asimismo se destaca el caso de Reinhard Löwenstein, de la bodega Heymann-Löwenstein en Mosela, Alemania, un enólogo que reivindica la diferenciación, pionero en demostrar que es posible hacer grandes vinos secos (no sólo suaves y dulces) en dicha región. Lo hace cultivando en pizarras, un suelo que profundiza las raíces de las vides y un método que comenzó hace 400 millones de años “como un suelo surgido del interior de la Tierra con la memoria de los mares del Sur”.

En general, los elegidos del libro se distinguen por hacer vinos más sustentables y con mayor respeto a la tierra, aunque desde distintos prismas. “Hay personas que representan el lujo y la experiencia, como Harlan, otros el escuchar a las plantas, como Lalou Bize-Leroy, o el sentimiento espiritual y atávico de cultura antigua que trae John Wurdeman desde Georgia. Cada uno tiene una visión del diálogo con la naturaleza”, sostiene Roca. Y consultado sobre si este es el camino del futuro o más bien son casos especiales, agrega que amor y dedicación es igual a respeto por las siguientes generaciones, “porque el vino es legado y conciencia; hoy más que nunca apegada a la sostenibilidad y a la visión ecológica y holística de la democracia en la Tierra”.

El caso argentino

Entre estos 12 apóstoles del vino también hay lugar para un argentino. Es el mendocino Matías Michelini, a cargo de las bodegas Zorzal, Passionate Wines y SuperUco, cuyo capítulo merece el título “Elogio de la locura”. Fue elegido porque plantea una misión revolucionaria en el terreno local: cambiar el vino argentino a partir de una mirada contemplativa del suelo vivo y una libertad que pregona sin descanso. “La obsesión por lo natural y su esfuerzo por preservarlo se traducen en un salvaje compromiso ecológico”, ilustran los autores. Y en las páginas que le dedican se traza un retrato de un hombre pasional y tan enamorado de la tierra como del vino, que hasta se define con frases como “Cuando no hago vino, hago vino.

Para mí es también una afición”, y cuya etiqueta que más lo identifica se llama Demente, dado que se compone de ocho viñedos diferentes fermentados uno encima del otro de modo consecutivo a lo largo de 40 días. “Quería que fuera una película de la zona”, se enorgullece.

Aunque de lectura obligada para los amantes del vino, este libro también es una grata puerta de entrada para los no eruditos. Una poesía que esboza la línea de vida más encantadora de la copa del futuro.

por Vicky Guazzone

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