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OPINIóN | 06-05-2017 00:00

La nueva guerra fría se juega en el espionaje cibernético

Mientras los titulares de los diarios del mundo especulan con una Tercera Guerra Mundial, las batallas se dirimen en la web. Europa y Estados Unidos se refuerzan ante los temidos hackers de Rusia y China.

Como una sombra apocalíptica, la pregunta retumba en todos los rincones del planeta. Los analistas internacionales se topan a menudo con ella: ¿viene la Tercera Guerra Mundial? Al temor lo alimenta que las palancas de las grandes maquinarias militares estén en manos de personajes que irradian desmesura y temeridad.

En la Casa Blanca está la impredecible creación de Steve Bannon, un ideólogo extremista que lleva tiempo predicando la necesidad de reconquistar en una guerra el liderazgo global de Washington. Para el ventrílocuo de Trump, no se trata de ser “el policía del mundo”, sino de marcar el terreno a gigantes como China, que se expande en el Mar Meridional y avanza a paso redoblado en la conquista de mercados y socios económicos, mientras invade el mundo con sus productos.

En el Kremlin está el nuevo “zar de todas las Rusias”, relanzando el expansionismo territorial que inició Iván el Terrible a partir del Gran Ducado de Moscovia, y agigantaron Pedro el Grande, Catalina II y Joseph Stalin.

El Bannon de Vladimir Putin es Aleksandr Dugin, autor de “La Geopolítica de Rusia” e ideólogo del “neo-euroasianismo”. La búsqueda del “lebensraum” ruso está detrás de las conquistas de Osetia a costa de Georgia y de Crimea a costa de Ucrania, además de alimentar la expansión hacia el Donbass y la actual amenaza a los países bálticos, acrecentando a niveles de infarto las tensiones con la OTAN.

Para colmo, el custodio del Palacio del Sol es Kim Jong-Un, el muchachote robusto que parece decidido a ir más lejos que su padre en materia de generar tensiones bélicas. El heredero de la estrambótica dinastía comunista que aspira a ser la versión moderna de la Dinastía Joeson, cuyo reinado se extendió desde el siglo XIV hasta el siglo XX, quiere mostrarse dispuesto a lo que hizo su abuelo al iniciar, en 1950, la guerra que lo enfrentó con Estados Unidos.

En aquel momento, Kim Il-sung actuó por cuenta propia, sin acatar la orden soviética de no invadir el sur de la península. China es hoy la potencia que le ordena a Kim Jong-un cesar las pruebas nucleares y balísticas, pero el gobernante norcoreano muestra la misma indómita temeridad de su abuelo.

En Washington, de momento, al extremismo de Bannon lo está neutralizando el establishment republicano, que logró reemplazarlo en el Consejo de Seguridad Nacional por un experto como el general Herbert McMaster.

Rusia

Tampoco se sabe hasta dónde puede llegar Putin, en su afán por reconstruir el imperio euroasiático y evitar que la influencia mundial de Rusia se diluya ante el poderío avasallante de la economía china.

Menos predecible aún es el “líder supremo” de la sociedad más militarizada del mundo. Es difícil entender por qué se arriesga a perder el petróleo que recibe de China y las exportaciones norcoreanas de carbón a Beijing y Seúl, sufriendo una nueva tanda de sanciones económicas, justo cuando la tenue pero persistente reforma económica iniciada por Kim Jong-il empieza a mostrar buenos resultados. El hecho es que estos liderazgos, más la proliferación de gobiernos extremistas y líderes impresentables han generado la sensación de que se avecina una nueva guerra mundial.

Según el Papa, esa guerra ya está ocurriendo. ¿Es así? En el imaginario del hombre contemporáneo, la idea de una III Gran Guerra tiene dos formas posibles. La primera se desprende de las dos conflagraciones anteriores que fueron calificadas como “mundiales”. En ambos casos, la calificación surgió de una cuestión numérica: la gran cantidad de países que participaron en los conflictos.

Hoy es improbable que ese formato se repita. Quienes quieren ver tal rasgo en la guerra civil siria porque involucra a varios países, deben tener en cuenta que algo similar ocurrió en la guerra civil que desangró al Líbano entre 1975 y 1990. Tampoco se habló de Guerra Mundial durante la trágica desintegración de Yugoslavia, a pesar de que la OTAN entró en acción contra Serbia.

La otra posibilidad que justificaría la calificación de “mundial” para un conflicto en este tiempo, sería un choque nuclear entre dos potencias. De hecho, durante la Guerra Fría fue ese el fantasma que llevó el título “Tercera Guerra Mundial”.

Ciberataque

Lo que más temen hoy las superpotencias no es un ataque con ojivas atómicas o neutrónicas. El riesgo más temido, en particular por Washington, es un devastador “ciberataque”. De haber una III Guerra Mundial, lo más probable es que sea cibernética.

Del mismo modo que los espías que existieron hasta los tiempos de la Guerra Fría, fueron reemplazados por los cíberespías que actúan en la web, la guerra entre superpotencias se desarrollaría en el ciberespacio.

Los espías de hoy no usan microfilms, sino laptops. El espionaje ya no tiene personajes como James Bond, sino como Edward Snowden. A los mayores daños causados por espías a Estados Unidos, los infligieron los ciberespías de China y de Rusia, además de Julian Assange con WikiLeaks.

Un ejemplo de las armas que actuarían en una III Gran Guerra es Stuxnet, el “gusano” cibernético que, en el 2010, tomó el control de mil centrifugadoras que producían uranio enriquecido en la central iraní de Natanz, y les ordenó autodestruirse. Un virus similar provocó estragos en Bushehr, otro de los puntos donde se desarrollaba el plan nuclear de la teocracia persa.

¿Podría un equipo de hackers intervenir los sistemas que activan lanzamientos de misiles intercontinentales?. De momento, la pesadilla del Pentágono no es una lluvia de misiles, sino un ataque cibernético que paralice las centrales nucleares, hidroeléctricas y termoeléctricas, dejando sin energía el país. O que un ataque masivo a las redes haga caer el sistema a nivel nacional. La consecuencia sería la generalización del pánico y de la histeria colectiva. Un caos devastador como el que no podría causar a Estados Unidos ningún ataque con ejércitos, aviaciones o misiles.

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por Claudio Fantini

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