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SIN CATEGORíA | 02-07-2017 21:10

Familia Schroeder: los vinos del dinosaurio ganan el mundo

La bodega que nació hace 15 años es hoy un ícono de los vinos patagónicos. Y mientras su malbec y pinot noir conquistan los mercados extranjeros, sus espumantes son un must de las góndolas locales.

A sólo 53 km de la ciudad de Neuquén (que creció notablemente en la última década con el empuje petrolero), se encuentra Bodega Familia Schroeder, insignia de los vinos patagónicos que desde hace poco salen al mundo con esa marca.

De hecho,  Wine of Patagonia (WOPA), entidad formada en 2016 por unas 20 bodegas de Río Negro, Neuquén, Chubut y La Pampa, es fruto del empuje de Roberto Schroeder, presidente de la entidad y de la bodega. "WOPA nace ante la necesidad de comunicar mejor los atributos de los vinos de las bodegas patagónicas, y de armar un plan estratégico sólido, con mayor proyección y efectividad".

Y sus miembros explican que sus vinos no tienen nada que envidiarles a los mendocinos, ya instalados en el mundo. “Si bien en Mendoza se busca calidad por altura, en el sur es por latitud. Nuestros vinos son muy elegantes y no tan estructurados. Patagonia es el mejor lugar para el Pinot Noir", explica Schroeder.

El viñedo. En la joven región de San Patricio del Chañar (una planicie suavemente ondulada en el tramo central del valle del río Neuquén), sobre la ruta provincial 7, a 39º de latitud sur y 300 metros sobre el nivel del mar, las 140 hectáreas de la Familia Schroeder son un paraje soñado. Y la bodega se recuesta contra la ladera de la meseta, lo que le permite una vista inmejorable.

Leonardo Puppato, enólogo de Schroeder explica que en la Patagonia, a 39º de latitud sur, se produce en los viñedos el mismo efecto que con la altura. "Pero en verano hay 40 minutos más de sol que en Mendoza, logrando ciclos de maduración más completos".

Junto a Puppato, guía de lujo, la caminata por el viñedo permite ver como el riego por goteo transforma este desierto en un oásis. Y las brisas patagónicas preservan las vides de las plagas. Casi no hacen falta herbicidas salvo azufre para el ovidium: los vinos resultan casi orgánicos sin necesidad de certificación.

La bodega. El paso por cada una de las etapas de elaboración a través de las pasarelas interiores, permiten llegar al corazón de la bodega. Familia Schroeder utiliza la gravedad en el traslado de la uva, logrando así una menor manipulación.

De los tanques se filtra a las barricas (logran 2.300.000 litros anuales), y el paseo continua justamente por la sala donde se almanecan barricas y espumantes, para finalizar en la cava donde se conservan los restos fósiles del dinosaurio Panamericansaurus Schroederi (de 75 millones de años), hallados durante la construcción de la bodega.

El restaurant. El paseo no puede estar completo sin una degustación de vinos y espumantes. Y la opción superadora es almorzar en Saurus Restaurant, maridando los platos elaborados con ingredientes regionales con los vinos de la bodega.

El Merlot y Pinot Noir de la Patagonia son dos cepas que aquí lograron su plenitud. Vinos de colores intensos provenientes de un terruño de bosques petrificados y fósiles de dinosaurios. Vinos que guardan en sus taninos el susurro de mitos y leyendas.

El Pinot Noir Select 2015 de la bodega ha sido premiado recientemente por James Suckling con 91 puntos. Pero también su malbec se luce: el Saurus Barrel Fermented Malbec 2016 y el Saurus Malbec Select 2016 obtuvieron 92 puntos en la misma prueba.

Y Schroeder también brilla con sus espumantes y blancos: desde el Deseado de Torrontés, al Sauvignon Blanch (frescos en boca gracias a su acidez natural). Y todos se llevan bien con la carta del Chef Ejecutivo Ezequiel González, que se renueva cada temporada para seguir cautivando a los más exigentes comensales.

Sus platos aprovechan los ingredientes regionales que se combinan para crear una propuesta gastronómica de alto nivel. Hay membrillos quemados con remolachas, queso brie y avellanas; mollejas de cordero, papas y pimientos asados; pulpo a la leña; langostinos salteados con gajos de pomelo; y conejo confitado.

Y eso es solo la entrada. Entre los principales brillan el cordero arrollado, la trucha horneada, y la merluza negra al sartén con manteca cítrica. De postre: peras cocidas en pinot noir tardío; creme brulee de vainilla; y crema moldeada de castañas con quinotos en almibar.

Una experiencia inolvidable para los que visiten el circuito del vino neuquino que evoluciona cada temporada.

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