Friday 29 de March, 2024

MUNDO | 22-07-2017 00:08

Otro flanco de Trump: ¿se viene el impeachment por incapacidad mental?

Las desmesuras, las agresiones y las actitudes grotescas del presidente podrían derivar en un juicio político.

Muchos norteamericanos sienten lo que sentían muchos ecuatorianos entre 1996 y principios de 1997: vergüenza y bochorno por las actitudes, gestos y dichos de su presidente.

A esta altura, no son pocos los legisladores demócratas que se preguntan si no podrán hacer con Donald Trump lo que los legisladores ecuatorianos hicieron con Abdalá Bucarán en febrero de 1997: destituirlo por “incapacidad mental”.

Por cierto, así como dejó dudas la muerte del presidente Jaime Roldós en un accidente aéreo, dejó muchas dudas la votación en el Congreso que destituyó al líder “roldocista” a sólo seis meses de haber asumido la presidencia. No obstante, es igualmente cierto que la cantidad de actitudes ridículas y el mesianismo desopilante que mostró Bucaram en ese breve lapso, avergonzaba incluso a la dirigencia y militancia de su propio partido.

A su comportamiento bochornoso (que incluía desde aparecer cantando en programas de chismes a decir todo tipo de barbaridades), se sumaron escándalos de corrupción y una serie de medidas que mostraban su total ineptitud para gobernar. El resultado fue la poco transparente votación del Congreso ecuatoriano que destituyó a Bucaram por “incapacidad mental”.

La pregunta en Estados Unidos es si a esta altura de su errática gestión, el presidente Trump no ha dado muestras suficientes de incapacidad para comportarse como se espera de un presidente norteamericano. Sus desmesuras agraviantes, sus gestos ridículos, y sus actitudes insólitas ya han cruzado muchas rayas. La pregunta que sobrevuela a los norteamericanos es si su presidente cuenta con la inteligencia y la sensatez necesaria para ocupar ese cargo.

Su campaña electoral estuvo plagada de gestos racistas y autoritarios. Desde que saltó al escenario político, comenzó a ofender a la nación mexicana. Ya sentado en el Despacho Oval, insultó o tuvo gestos ofensivos con otros mandatarios, como el primer ministro australiano, y la canciller de Alemania. Twitea compulsivamente para agraviar a periodistas que lo cuestionan y, en su guerra abierta contra la prensa, llegó al extremo ridículo y violento de difundir un meme en el que aparece golpeando furiosamente a la cadena CNN.

Desde que habita la Casa Blanca, Trump ha mostrado la misma egolatría caricaturesca que mostraba en el mundo empresarial, y conduciendo un reality show en el cual impartía su “sabiduría” en los negocios y denigraba a los discípulos sin pasta para amasar fortunas.

La misma egolatría que lo hizo dar un empujón al primer ministro montenegrino, Dusko Markovic, para colocarse en el centro de una foto protocolar en la cumbre de la OTAN que se realizó en Bruselas. Ser agresivo, denigrante y grotesco puede ser otro Talón de Aquiles donde se clave la flecha de un juicio político. El que hasta ahora se considera su principal debilidad es el “Rusiagate”.

Tras reunirse en privado durante dos horas con Vladimir Putin, el presidente norteamericano dijo que ambos habían estado de acuerdo en “dar por superada la cuestión” de la injerencia rusa en el proceso electoral de los Estados Unidos. ¿Era consciente de lo que decía? ¿Cree verdaderamente Trump que la injerencia fraudulenta de una potencia extranjera para imponer el resultado de una elección estadounidense, es algo que él y Putin pueden dar “por superado”?

La realidad que cualquiera puede entender fácilmente es que los mandatarios ruso y norteamericano no pueden dar por cerrado un affaire en la que ellos son, precisamente, los sospechados. El FBI, la CIA y el NSA no tienen dudas que los hackers de Rusia actuaron para perjudicar la campaña de Hillary Clinton. De tal modo, lo que están investigando ahora es si el beneficiado de esa acción, o sea Donald Trump, sabía que el Kremlin estaba actuando para convertirlo en presidente.

A juzgar por los elogios que le hizo al líder ruso desde las primarias republicanas y las veces que lo propuso como modelo de liderazgo, Trump lo sabía. También generan la misma impresión sus pronunciamientos y actitudes respecto a la OTAN y a la Unión Europea, entre otros puntos claves del tablero internacional.

Si a eso se suman las razones por las que Michel Flynn (ex coronel y director de la Agencia de Inteligencia de la Defensa) debió renunciar como Consejero de Seguridad a poco de asumir, la destitución de James Comey en el FBI, y las reuniones que su yerno y otros allegados tenían con la elite rusa, parece probable que el Rusiagate se convierta en impeachment.

No son Trump y Putin quienes deben dar vuelta esta página. Son los jueces y los legisladores norteamericanos, quienes pueden o no, dar por superado el caso. Tanto ellos como los estrategas del Pentágono, saben que el jefe del Kremlin lleva tiempo aplicando la “Doctrina Gerasimov” (pensamiento del general ruso que pugnaba por desarrollar tácticas que permitieran trabajar en las sombras.

Mientras Rusia participa en la guerra siria y en el conflicto del Este ucraniano, el Kremlin se guía por el pensamiento del general Valery Gerasimov, quien promueve una serie de instrumentos no militares para avanzar hacia objetivos estratégicos. Entre esos instrumentos se destaca el uso del cíber-espionaje para influir en las elecciones de los países sobre los que busca tener algún tipo de control.

La llegada de Trump a la presidencia podría deberse a un éxito en la aplicación de la “Doctrina Gerasimov”. De hecho, las consecuencias fueron, de inmediato, favorables a los objetivos estratégicos de Rusia. En Washington hay un gobierno deambulando en su propio laberinto. O bien por responder a los designios del Kremlin o bien por una calamitosa ineptitud de Trump, Estados Unidos se está retirando torpemente del orden que esa misma potencia creó tras la Segunda Guerra Mundial.

Con Harry Truman en la presidencia y Dean Acheson en la Secretaría de Estado, Washington diseñó un tablero internacional organizado en torno a la ONU, el FMI, la OMC, con el “mundo libre” protegido por la OTAN. La Doctrina Truman y el Plan Marshall fueron claves en ese orden que ahora Trump, vertiginosamente, está transformando en un desorden internacional.

La multipolaridad era imaginable, pero no que Estados Unidos pasara de potencia protagónica a Estado paria. Un gigante que se aísla al desertar de compromisos cruciales, como el libre comercio y la lucha contra el calentamiento global. Semejante estropicio, o bien se debe a una aplicación exitosa de la “Doctrina Gerasimov” por parte del Kremlin, o bien a la ineptitud descomunal de un presidente adicto a la desmesura y al grotesco.

Por ambas razones, el fantasma del impeachment seguirá rondando sobre Washington.

*Profesor y mentor de Ciencia Política, Universidad Empresarial Siglo 21.

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por Claudio Fantini

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