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MUNDO | 29-07-2017 00:07

Alerta Turquía: La era Erdogan se endurece

Mientras elige como enemiga a Angela Merkel, el presidente turco se erige en “prócer” de su propia “fecha patria”.

Turquía vivió la creación de una fecha patria. La gesta evocada tiene un prócer que vive y gobierna. Y su primer conmemoración hizo evidente la intención de convertir el suceso en el inicio de una nueva era para los turcos.

Hay gestas que decantan en la historia y el tiempo convierte en fechas patrias. El “onbesh temmuz” (15 de julio) tuvo la envergadura y la cuota de heroísmo necesarios. Pero el gobierno no esperó el juicio del tiempo. Valiéndose de su liderazgo, de aparatos de propaganda y de la estructura del Estado, Recep Erdogan creó su propia “Toma de la Bastilla”.

Para la mayoría, el presidente fue el héroe que, en lugar de huir, regresó de Marmaris a Estambul para encabezar la resistencia civil que hizo fracasar la sangrienta rebelión.

Pero para muchos en la oposición, Erdogan usó aquella trágica jornada para imponer una versión sesgada de los hechos y lanzar una cacería de brujas contra dirigentes, intelectuales y periodistas que cuestionan su liderazgo.

Los defensores del laicismo ven a Erdogan como una versión turca de Vladimir Putin. Hay quienes dudan de la versión oficial que señala a Fethullah Gülen como autor intelectual y al Hizmet, su poderoso y oscuro movimiento religioso que devino en Estado paralelo, como una organización terrorista que cooptó oficiales y los condujo a la asonada golpista.

Algunos incluso piensan que el propio presidente orquestó la sublevación, para justificar la feroz embestida que lanzó contra críticos y opositores, creando las condiciones para la construcción de un poder desmesurado. Si logra su objetivo, Turquía se alejará de la cultura secular y el institucionalismo que impuso Atatürk al crear la república. En la era Erdogan, el laicismo sería reemplazado por un ultranacionalismo religioso.

Hasta aquí, el partido que gobierna ha sido moderadamente islamista y compara el contenido religioso de su ideología con el de las democracias cristianas. Ahora se verá si de verdad es un islamismo “moderado”, o si ha sido un fanatismo paciente, que esperó el momento oportuno para imponer reformas religiosas hasta diluir el laicismo de la Turquía moderna.

La era Erdogan podría, además, imponer un nuevo ultranacionalismo. El hecho de que “Los Lobos Grises” apoyen al presidente, es una señal en ese sentido.

Se trata de una organización ultranacionalista que resalta la raza turca y sus orígenes en las estepas centroasiáticas. Un fascismo turco que niega el Genocidio Armenio, desprecia las pretensiones identitarias de los kurdos y los derechos religiosos de minorías como los alevíes.

Si bien el atentado de Alí Agca contra Juan Pablo II no respondió a un plan de Los Lobos Grises sino a la “Conexión Búlgara”, que el hombre que disparó contra el Papa en 1981 fuese un allegado a esa organización muestra el extremismo que la caracteriza.

Pues bien, Los Lobos Grises son fervientes oficialistas que ondean sus banderas y gritan sus consignas en los actos de Erdogan.

Observado desde su región, se ve un estadista racional y moderno. Pero observado desde Europa, lo que se ve es un déspota amasando un poder descomunal.

Lo que nadie discute es la inteligencia y la astucia con que Erdogan se convirtió en el protagonista central de la política turca. Desde que gobernó Estambul muestra capacidad de gestión y eficacia. La dupla que integró con Abdulláh Gül potenció la economía, además de implantar eficientes políticas sociales que dieron al Partido Justicia y Desarrollo (AKP) el respaldo masivo de las clases media y baja.

Más allá de estas indiscutibles fortalezas, están los puntos de observación desde los cuales se ve, o bien un prócer viviente, o bien un líder autoritario.

Erdogan aparece democrático y racional si se lo observa desde países centroasiáticos y desde el Oriente Medio, donde hay dictadores sanguinarios y están la teocracia de los ayatolas y dinastías absolutistas como la saudí, además de haber pasado por el poder déspotas desopilantes como Niyyasov, quien se hizo proclamar “turkmenbashí”: padre de los turkmenos.

Pero desde Occidente se ve culto personalista para imponer verticalismo e intolerancia con la crítica. Para tener un perfil completo hay que mirarlo desde los dos puntos de observación.

Sin duda supera en osadía y capacidad de gestión a sus antecesores. Además, también en la era ataturkista hubo corrupción, autoritarismo y persecución a minorías como la kurda, además de “negacionismo” con el Genocidio Armenio. Así fueron desde Abdulhalik Renda hasta Ahmet Sezer, pasando por Bülent Ecevit y Turgut Ozal, entre otros.

En todo caso, en materia de autoritarismo y negacionismo, Erdogan no implicó una vuelta de página. En lo que se diferencia, es en ambición histórica.

El “Onbes Temmuz” (15 de julio) es, desde ahora, la Toma de la Bastilla del actual líder. Su poder convirtió esa fecha en el cimiento de “la era Erdogan”.

La solidez de ese cimiento está en la historia: la asonada del 2016 fue la única que fracasó. En las ocasiones anteriores, valiéndose del rol de guardianes de la institucionalidad secular que les confirió Atatürk, los militares concretaron sus golpes de Estado.

En 1960 el general Cemal Gürcel derribó y ejecutó en la horca a Adnan Menderes. Once años después se levantó el general Memduh Tagmac y le costó el cargo a Suleimán Demirel. Y en 1980, el golpe que dio Kenan Evren instaló una dictadura.

Al siguiente gobierno derrocado lo presidía el islamista Necmettin Erbakan. Su caída en 1997 tuvo entre sus consecuencias el encarcelamiento del alcalde de Estambul, por protestar contra el golpe leyendo en público un poema religioso de Ziya Gökalp, en el que el poeta nacional-islamista compara las mezquitas con cuarteles, las cúpulas con cascos, los minaretes con bayonetas y los creyentes con soldados. Aquel alcalde era Erdogan.

Para muchos, es el líder más grande que tuvo la República desde que fue fundada en 1923. Para la oposición ataturkista, la izquierda, los kurdos y otras minorías étnicas, se trata de un déspota que usa la rebelión militar para aplastar adversarios acusándolos de terrorismo.

Que el monumento a los mártires del 15 de Julio haya sido erigido frente al inmenso palacio presidencial construido por Erdogan, personaliza la gesta en el presidente. Su centralidad en los monumentales actos conmemorativos y el relato que lo agiganta y demoniza a sus adversarios, busca mostrar un prócer viviente que alcanza en estatura al mismísimo Atatürk.

Ha comenzado la era Erdogan. O al menos eso intenta uno de los líderes más eficaces y osados que ha tenido Turquía desde que emergió entre los escombros del imperio otomano.

por Claudio Fantini

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