Thursday 28 de March, 2024

POLíTICA | 17-08-2017 09:18

Elecciones 2017: Clima electoral de un país embrutecido

A la hora de elegir, faltan las ideas y los fanatismos mandan. Los problemas reales quedan tapados por la lógica barrabrava de una "grieta" que es negocio para muy pocos. Hay salida.

- Gastamos más de $3.000 millones en un día para una elección primaria en la que no se elige nada.

- Nacionalizamos la campaña en una sola provincia y le damos tono presidencial cuando es legislativa. Ninguna idea de fondo está en debate.

- Se trata de un show carísimo para que diriman poder un presidente que lleva 19 meses sin encontrar el rumbo, una ex presidenta incapaz de responder un sola pregunta sobre la corrupción y dos ex ministros chupamedias de ella que ahora la niegan para heredar su liderazgo.

- Los medios definen su agenda de modo acrítico en base a encuestas en las que nadie cree, en los despachos de funcionarios polémicos y jueces impresentables, y en la jefatura de una policía manchada por el delito a todo nivel.

- Las candidatas con mejor imagen, famosas por denunciar la corrupción estructural, archivaron sus duros cuestionamientos a Macri y a Massa ni bien se aliaron con ellos.

- De un lado, del otro o en el medio, la grieta se ha convertido en un espectáculo que tapa los problemas más urgentes del país. Y en un gran negocio para todos.

- En las redes sociales se exhibe una sociedad fanatizada, presa del cortoplacismo de una dirigencia que solo piensa en sí misma y siempre le echa las culpas al otro.

- A lo largo de una década y media pasamos del "que se vayan todos" a la pulsión primitiva por destruir al adversario con impronta de barrabravas.

Está bueno votar. Quiero decir: que el pueblo elija, que se exprese. Lo raro, con casi 34 años de democracia encima, es sentir la necesidad de aclararlo de entrada. Como si existiera todavía otra opción entre las sombras, acechante. Como si hubiese a mano una salida mágica. O cierto grupo de iluminados a la vuelta de la esquina con todo claro y predispuestos a salvarnos. A construir un país en serio de una buena vez.

Lo grandioso de la democracia extendida en el tiempo (ventaja que no supimos darnos a lo largo de un siglo entero) es que nos obliga a mirarnos de frente. A hacernos cargo. Pues bien: no lo estaríamos haciendo, muchachos. Nos seguimos dando la espalda. En el mejor de lo casos, nos vemos de reojo. Con desprecio. A cara de perro. Con discursos anclados en tragedias pasadas. Lo lamento, Don Marx: aquí la historia no se repite como farsa. Nuestro género preferido parece ser el psicodrama.

Supongamos que Twitter nos representa. Allí, el nivel del debate político de esta Argentina que halló en “la grieta” su fanatizada zona de confort podría sintetizarse así:

-¡Gato!

-¡Kuka KK!

-¡Ehhh! ¡Vo’ so’ la dictadura!

-¡Andate a Venezuela!

-¡Vamos a volver!

-Naaaa… ¡Mejor volvete a Santa Cruz!

-¡Matate, garca!

-¡Morite, chorro!

Esta especie de bullying masivo en espejo tiene mucho que ver, seguro, con la superficialidad y el embrutecimiento de la dirigencia. A Fernanda Vallejos, la joven economista que encabeza la lista del kirchnerismo bonaerense, la mandaron a callar apenas comparó al “perseguido” Amado Boudou con Yrigoyen y Perón. Brutez histórica de una economista. Evaluación infantil del pasado. A Esteban Bullrich, primer candidato a senador por el macrismo en el mismo distrito, lo mandaron a arrepentirse cuando se alegró de que vayan pibes presos todos los días. Bruteza social de un ex ministro de Educación. Visión retrógrada del futuro.

Ambos polos se parecen en la paranoia y evidencian traumas con el presente. Los K evitan hablar de corrupción. A lo sumo, es un problema generalizado que ya resolverán los jueces. Los M gambetean la economía. Perdidos por perdidos, el problema viene de antes y se resolverá cuando el modelo derrame.

El jueves 3, la bipolaridad nacional se expresó con fuerza en las calles porteñas. De un lado, la ciudad se llenó de ollas populares. Gente humilde y de clase media baja exponía la cruda realidad económica. Eran, más que nada, jóvenes. Del otro, frente a los tribunales federales de Comodoro Py, hubo un nutrido reclamo de justicia. Gente de clase media-media alta, sobre todo mayores, bramaban por cárcel para los corruptos. Dos países en uno. Dos problemas reales confrontados. La corrupción empobrece. La escasez de recursos corrompe. Dos miopías generalizadas. El miope no ve nada más que aquello que decide ver. Tropieza fácil. Toca de oído. En términos políticos (no confundir con los oftálmicos), ser miope es ser bruto.

Ocultar los vicios propios y exponer los ajenos en busca del poder es un método de manipulación más viejo que Maquiavelo. Desnuda en sí mismo que lo importante no pasa por superar las dificultades colectivas, sino por dejar bien clarito quién manda. En el supuesto imperio de la post-verdad y la post-política (caretas de un futurismo vaciado de ideas, en realidad) las formas asesinaron a los contenidos. Ahora, Cristina es zen, habla poco y suavecito y cuestiona injusticias que no resolvió en doce años y medio, a los que deberían sumarse los dos y chirolas de Duhalde, que les sacó las papas del fuego. Mauricio sigue siendo zen pero habla más y cada vez mejor y se emociona y construye un relato emparentable al que cuestionaba, mientras hace populismo sin que se note. Hundidos en “la grieta”, a Sergio y a Florencio aún hay que ponerles apellidos para que se los reconozca y se desviven por demostrar que ya no son los disciplinados súbditos de CFK que fueron. Allá atrás, fuera de foco (a veces por el humo), una izquierda con propuestas salariales nórdicas y modales rusos de 1917 se divide y se divide y se divide y se autocondena a ser funcional a los unos o los otros, según soplen los vientos.

Todos tapan algo, incluso respecto de lo que cuestionan en el rival.

Lejos estuvo la economía cristinista de ser un dechado de virtudes: en 2012 se venía a pique y se ocultaron los despojos bajo la alfombra del verso épico y el No-Indec.

Lejos está el proceder macrista de la transparencia total y absoluta. No lo digo yo: entre 2003 y 2013, fue Lilita Carrió quien le dijo al actual Presidente “contrabandista”, “empresario ligado al robo del país”, “corrupto”, “garante de la impunidad” y hasta “incompetente”, lo cual no constituye delito alguno, pero sirve para completar aquello que la garante moral de Cambiemos pensaba y decidió pasar por alto después en beneficio de la cruzada anti K. Juraba Carrió: “Macri es mi límite”. Lo pasó.

Marga Stolbizer decía, hasta 2015, cosas por el estilo de su actual socio, Massa. Por ejemplo: “Se acordó un poco tarde de hacerle asco a la corrupción. Y nunca antes denunció la falta de políticas nacionales para combatir el narcotráfico, la trata de personas y el lavado de dinero”. La alianza 1País, en su desesperado intento por desagrietarse, se ubica en la contradicción “ni corruptos, ni ajustadores”. Para sellarla, Stolbizer (a quien conozco y respeto desde hace 30 años) borró de su cuenta de Twitter los siguientes posteos:

“Massa y Scioli no pueden ser solución porque son parte del problema”.

“Boudou: cuando en 2011 yo ya lo había denunciado, Scioli y Massa lo abrazaban y compartían boleta. No pueden gobernar el país a futuro”.

"Cuando Massa quiere poner una raya sobre el pasado, suena a amnistía al kirchnerismo y a autoamnistía. Quemando fotos con Jaime/De Vido/Báez/Boudou”.

Otra gladiadora contra la corrupción, la neomacrista Graciela Ocaña, también quemó viejos tuits en los que le daba duro a su actual jefe político. Se referían al escándalo de las escuchas ilegales y al sugestivo pacto de Macri con Hugo Moyano, a quien “La Hormiguita” considera un mafioso. Hasta los más ardientes defensores de la verdad han caído en la nefasta lógica de “la grieta”, tapando lo que dejó de servirles en la coyuntura.

Ocultar la verdad embrutece. Ello incluye la actitud tan a la moda de recortar la realidad entre qué verdad nos conviene y cuál verdad es mejor no menearla demasiado. Las medias verdades son, a la vez, medias mentiras. Los grandes medios y muchos periodistas han caído en el juego.

A quienes intentamos ver las cosas del poder con prudente distancia, Luis Majul nos ubica en la graciosa calificación de “Corea del centro”. Escribió mi amigo Luis:

“Sólo están ocupados en que no se los etiquete. No quieren que se los confunda con el periodismo militante K. Y tampoco desean que se suponga que están de acuerdo con un gobierno ‘de derecha’. (…) Entonces un día fuerzan un argumento anti K y al siguiente sobreactúan una crítica al Presidente. Se presentan a sí mismos como neutrales, pero en el fondo son dogmáticos. Hay una broma para identificar su equidistancia de ‘mentirita’. Se dice de ellos que no pertenecen a Corea del Norte ni a Corea del Sur, sino a un país que no existe: Corea del Centro”.

Es evidente que la década kirchnerista nos hizo mal. Lo desnaturalizó todo y se nos mezclaron los tantos. El lugar del periodismo no queda en ninguna Corea, Luis. Ni siquiera en la del centro. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que si opta por una será parte no sólo de ella, sino, sobre todo, de sus disputas de poder. Actor beligerante. Competidor. Dejemos a Cristina en el Norte, a Macri en el Sur y a Massa-Randazzo peleando ese centro que, en fondo, quiere coparle el Norte a Cristina. Y cuando la izquierda decida existir más allá de los márgenes de la democracia, veremos qué pito toca. Por mi parte, prefiero un periodismo más parecido a los fiscales. Pero tampoco tanto, porque gracias a la justicia hiperpolitizada que supimos conseguir, hay cada fiscal que ¡mamita querida!

Claro que el actor mediático principal de “la grieta” resultó ser el Grupo Clarín. En cierto modo se ganó lejos el derecho: los K lo santificaron como enemigo ideal y le hicieron las mil y una. Es raro, igual, que se le haya dedicado tan poco espacio en la agenda nacional de los periodistas “serios” a contar hasta qué punto Clarín terminó siendo el gran ganador de la “década ganada” y, sobre todo, de los primeros meses de la gestión M. Sigue en guerra el grupo comandado por Héctor Magnetto. Tiene como general en su radio a un gran periodista que “haría lo que sea para que Cristina no vuelva nunca más”. Y libra batalla hasta en el rincón más recóndito. Desde su canal noticioso de cable decidió poner a dos buenos profesionales a pelearle el rating al pseudo-periodista Roberto Navarro, que gana la franja desde C5N. ¡Guarda, che! ¡El periodismo militante se desvive hace rato por igualarnos!

Tanto empeño informativo en que CFK no regrese impide analizar con seriedad por qué sigue existiendo. Por qué la idolatran en los sectores más postergados. Por qué la siguen y la votan tantos jóvenes de clase media-media baja (casi la mitad de los votantes bonaerenses de 18 a 29 años; el 40% de los de 30 a 49). O sea: entender en qué país vivimos (y vamos a vivir), sin pretender tapar una catarata con las manos.

En todos los inicios de gestión, la mayoría de los medios y la mayor parte de la audiencia fue resistente a conocer las oscuridades de los nuevos gobernantes. En octubre del 2003, investigar al “cajero” Julio De Vido era poner palos en la rueda. Lo mismo que ocuparse del “negocio de los derechos humanos” en el 2005. O del “testaferro” Lázaro Báez en el 2007. Perdón por el autobombo, pero NOTICIAS lo hizo. ¿Qué dice de nosotros pasar por alto que ya nos fue muy mal prefiriendo enterarnos demasiado tarde de las cosas? ¿Somos o nos hacemos?

Cito al filósofo Tomás Abraham: “Cuando una sociedad se constituye en un foro de propagandistas, se embrutece. Se vuelve imbécil. Escupe afiches. No piensa más. Elige muñecos y los quema. Se regodea en su fanatismo. Acusa a quien sea de acuerdo a la receta que le entregan los mayordomos del Jefe o Jefa del castillo. No tiene otro ideal que la servidumbre voluntaria”.

Está bueno haber salido del “que se vayan todos” recreando un sistema de representación política que había volado por el aire del desprestigio. Una mezcla de casualidades y talentos hizo que kirchnerismo y macrismo se fueran ubicando (y eligiendo mutuamente) como polos de dicho esquema. Hasta las terceras opciones nacieron de tan beneficioso desencuentro. Los fanatismos acríticos resultantes fueron obra de ellos, pero la sociedad se dejó llevar (embrutecer). No serán gemelos, pero son mellizos. Sin embargo, nada nuevo bajo el sol: venimos reproduciendo el enfrentamiento desde el Siglo XIX, refundando sobre lo refundido y vuelta a empezar.

Donde hasta ayer había corrupción, hoy hay conflicto de intereses. Significan lo mismo: gobernantes puestos de un lado y del otro del mostrador. Tal vez la Caja de Pandora de Odebrecht nos aleccione desde el espanto.

Vivimos confundiendo instrumentos circunstanciales con ideas estratégicas. Privatizar o estatizar. Dolarizar o pesificar. Emitir pesos o endeudarse en dólares. Y todo el mundo haciendo el chingui-chingui, de una vereda y de la opuesta. Le llamamos péndulo. De tanto mirarlo ir y venir, idiotiza. En la base del asunto transcurre un capitalismo berreta, inmediatista, cobarde y sin plan por falta de convicción. La Generación del 80 lo intentó desde el elitismo, Perón desde el populismo y nada más. Un cri cri cri tapado por el griterío de una campaña electoral permanente. Acaso tenga razón Mauricio Macri y haya que votar más espaciado y alargar un poco los mandatos para que la tensión y la atención de la dirigencia se enfoque en hallar el rumbo de una Argentina en serio. El riesgo es que el planteo empiece y termine en votar menos. Sería salir de Guatemala para llegar a Guatepeor. Más pobreza con menos democracia puede dar para cualquier cosa.

Ahí está el nudo. El propio Macri, que primero prometió “pobreza cero” y después aflojó un poco, dijo de todos modos que si no baja la pobreza habrá fracasado. No venimos bien. En 1983 salimos de la dictadura con un 19% de pobres y 34 años después superan lejos el 30%, con el pequeño detalle de que hay 15 millones de habitantes más. Ese es el verdadero drama.

Estupidizados por el fanatismo nos peleamos meses por Milagro Sala, por Hebe de Bonafini, por La Saladita…, pero a nadie se le ocurre pensar si, detrás de esos indudables escándalos de fondos malversados y mafias, no habrá una solución al menos transitoria para la más grave de las grietas: un sector de la economía social, mixto, bien regulado y más todavía controlad.

Esperamos las inversiones como un milagro. Culpamos al “cuco Cristina” por la demora. O a los miembros del gabinete, empezando por el N°1, que no dan el ejemplo e invierten la mayor parte de sus fortunas en el exterior. Le rezamos al “derrame”, vieja ilusión ya fracasada en pos de la concentración de la riqueza y la fuga de capitales. No lo digo yo. Iván Petrella, ex legislador del PRO y actual asesor en política internacional, escribió:

“La ‘teoría del derrame’ entendía que para reducir la pobreza bastaba con el aumento del producto de la economía a través de la política monetaria y fiscal, la desregulación y la privatización de servicios. Casi nadie duda de que la distribución de la riqueza implica necesariamente generación de riqueza. Pero la historia de nuestro país demuestra que el derrame nunca llega a aquellas personas que más lo necesitan. Un Estado que se priva de herramientas para abordar la pobreza de manera más directa condena al fracaso a gran parte de la sociedad. Luchar contra la pobreza requiere de cambios en nuestro sistema político y económico, uno cargado de vicios que probó ser más parte del problema que de la solución. Ese cambio se da instalando un Estado transparente y confiable que tenga la capacidad de sostener un marco macroeconómico virtuoso, de intervenir directamente y sin clientelismo sobre la mejora de las condiciones materiales y de ampliar el capital social de las personas”.

La Argentina necesita con urgencia un pacto refundacional, empezando por un shock educativo. En estos mismos 34 años pasamos de ser ejemplo en América por la calidad de nuestras escuelas y universidades a evitar las Pruebas PISA para evitar más papelones.

Hace mucho más, en el origen de este lío, escribió Mariano Moreno: “Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos, sin destruir la tiranía”. Pues bien: embrutecidos no vamos a lograrlo.

(*) Jefe de Redacción de Revista NOTICIAS | Twitter: @zuninoticias

por Edi Zunino*

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