Friday 29 de March, 2024

POLíTICA | 01-09-2017 00:00

Por qué Mauricio Macri quiere ser Perón

El Presidente tiene relato y genera intrigas. La apuesta para dividir al sindicalismo y al peronismo. Factor CFK.

Bajemos un cambio. Vamos hasta el archivo a rebobinar un poco. Escuchen a Mauricio Macri en octubre del 2015, mientras inauguraba el monumento a Juan Domingo Perón frente a la Aduana porteña: “Unos dicen que son peronistas, pero se dedican a manipular las cifras de pobreza. El peronismo no es prepotencia ni soberbia, es justicia social, luchar por igualdad de oportunidades.

Ese es el peronismo que yo reivindico. El peronismo no es narcotráfico, es la búsqueda de la justicia social y por eso quiero invitar a los peronistas a luchar por el país que soñamos. Hay mucha gente sufriendo, esperando soluciones que no llegan. Perón y Evita hicieron algo histórico en la Argentina: darles derechos a los trabajadores. Yo creo en el diálogo con las organizaciones sindicales, porque un gobierno no está para reprimir trabajadores. Debemos trabajar para lograr tener pobreza cero, con eso defenderemos las banderas del justicialismo, eso es justicia social”.

Ustedes me dirán: y bueno, en plena campaña presidencial los candidatos son capaces de cualquier cosa por un montón de votos, lo cual, a esta altura de la soirée, resulta indiscutible. Y me dirán que la pobreza volvió a dispararse desde que él es Presidente y que bastante prepotente es y que algo de represión a laburantes ya hubo y demás...

Está bien, está bien... Calma, calma... No he venido hasta aquí a convencerlos de que Mauricio Macri es un peronista hecho y derecho (aunque convengamos que, gobernados bajo esa identidad política durante 24 de los 34 años de democracia, tampoco es que salimos del pozo de la mano de nenes y nenas de modales refinados).

Yo sólo vengo a contarles que el hijo de Don Franco quiere ser Perón; cómo piensa lograrlo; hasta dónde le dará el cuero (porque, ojo: no es el primero en intentarlo), y qué serios peligros afronta el plan.

Pasen, vean y después digan lo que quieran.

Peronismo explícito

Fueron diez días de gestos fuertes, sorpresivos, polémicos. Entre las PASO del domingo 13 y las horas posteriores a la marcha cegetista del martes 22, el Gobierno jugó al límite, incluso de la “ética republicana” que pregona, para marcar la cancha de la disputa en varias dimensiones.

Manejó los tiempos del escrutinio provisorio estirando hasta bien entrado el lunes 14 la sensación de que Cristina Kirchner había sido derrotada en el crucial territorio bonaerense. Con una inesperada (para muchos indignante) picardía, culturalmente propia del rival, reforzó la polarización y trazó una línea de largada hacia las parlamentarias de octubre como si se tratara de un ballottage. Volvió real lo imaginario. Relato.

El jueves 17, creó durante un par de horas una mayoría ficticia en el Consejo de la Magistratura para suspender y mandar a juicio político al camarista federal Eduardo Freiler. Mientras el senador Mario Pais juraba con demoras en la Corte Suprema para reemplazar al desplazado Ruperto Godoy, los consejeros macristas apuraron la votación y lograron el cometido. Con muñeca, volvieron estatutario lo ilegítimo. Intriga.

Tras largas idas y venidas en secreto con los principales caciques de la CGT, logró esmerilar la convocatoria a la marcha del 22, le restó volumen (hubo mucha gente, pero visiblemente menos que en las anteriores) y, una vez terminada, respondió al eventual llamado por parte del moyanismo a un paro general en septiembre despidiendo a dos altos funcionarios del Ministerio de Trabajo nombrados en acuerdo con la “patria sindical”. Al echar a Luis Scervino de la Superintendencia de Servicios de Salud, el Gobierno no sólo rompió con el sindicalista José Luis Lingeri (padrino político de aquel): sobre todo se sentó sobre la “caja” de las obras sociales, unos 30.000 millones de pesos por año. Ejerció autoridad manifiesta, también estimulado por los bochornosos palazos que se cruzaron los camioneros en la Plaza de Mayo. Decisión.

Relato + intriga + decisión = ¿a qué les suena?

No es la primera vez que Macri se propone disciplinar a la pesada fauna de los gremios de esa manera. Ya lo había logrado como jefe de Gobierno porteño interviniendo durante un año la obra social de los municipales de los históricos Amadeo Genta y Patricio Datarmini. Lo hizo a riesgo de quemar las naves: expuso en la tarea nada menos que a su ministro de Economía, el ex contador de SOCMA Néstor Grindetti, quien hoy lidia en la selva del GBA como intendente de Lanús. Los municipales están mansitos desde el 2009.

La designación de Jorge Triacca (h) –su padre fue jefe de los trabajadores del plástico hasta la muerte– significó una señal de buena voluntad. Poner cara de perro ahora y disponerse a la pelea es el reverso de la misma moneda. A diferencia de Fernando de la Rúa, con quien se pretendió compararlo, Macri no declama autoridad golpeando el puño en la mesa de un programa de TV: parece decidido a ejercerla, cueste lo que cueste en términos de imagen.

Los gremialistas le temen. El resultado de las PASO y el consenso “amarillo” creciente en la sociedad pese a los serios problemas económico-sociales configuran una parte del miedo de una dirigencia vetusta y desprestigiada, pero no el principal. Apartados del poder que representa el dinero de las obras sociales, saben que en cualquier momento pueden empezar los “carpetazos” sobre sus injustificables fortunas, amasadas con los aportes de los trabajadores. La Casa Rosada quiere exigirles declaraciones juradas de bienes a los dirigentes.

¿Forzará un pacto? ¿Irá a la guerra? Ni una cosa ni la otra en sí animan al Presidente. Su obsesión es consolidarse como capitán del barco.

Decía Perón: “Los muchachos son buenos, pero si se los controla son mejores”. Control es poder.

De la K a la M

Kirchnerismo y macrismo fueron las dos marcas registradas con que salimos del “que se vayan todos”. Minoritarios ambos en un principio y ayudados por la amenaza de hecatombe institucional absoluta, tanto los K como los M resultaron construcciones transversales.

Apelaron a reagrupar distintas identidades políticas, unos desde la “liturgia” peronista y los otros, desde la “cultura” no peronista. La grieta es el engendro que les permite tapar cuántas manos se dieron desde la competencia y cuánto se parecen desde la diferencia.

Crecieron desde el manejo del Estado y la obra pública, tantas veces confundiendo los límites. Se eligieron y se sintieron cómodos cinchando desde una supuesta “izquierda” bastante conservadora y una presunta “derecha” bastante moderna, blandita ma non troppo.

Primero con Néstor, pero más que nada con Cristina, la identidad pingüina resultó ser la menos peronista del peronismo desde el “pase a la inmortalidad” del General. ¿Pretenderá Macri encabezar la construcción más peronista del no peronismo? Fuera de micrófono, sus acólitos aseguran que mucho de eso hay.

El kirchnerismo terminó embarrando su poético “proyecto político” en las sucias ambiciones de una maquinaria electoral aplastante. ¿La efectiva maquinaria marketinera-electoral del macrismo terminarádesenterrando un proyecto político que trascienda un mandato y renueve el mapa partidario? Eso parece prometer el manual de Jaime Durán Barba.

Veremos qué pasa. Por lo pronto, quienes identifican sin fisuras al macrismo con el “neoliberalismo de los 90” deberían permitirse dudar (ni hablemos de la infantilidad piantavotos de comparar macrismo con dictadura).

La ortodoxia económica cuestiona al actual Gobierno por su “gradualismo populista de ojos claros”.

Muchos olvidaron ya que, a fines del criminal Proceso de Reorganización Nacional, SOCMA contrató con cargos gerenciales a los peronistas Carlos Grosso (hoy asesor en las sombras de Mauricio M), José Bordón y José Manuel De la Sota. Uno fue el primer intendente porteño de Carlos Menem y los otros dos, antimenemistas a la larga, ocuparon las gobernaciones de Mendoza y Córdoba.

La figura política más admirada por los Macri, padre e hijo, es el desarrollista Arturo Frondizi. Don Franco llegó a sentar a su hijo frente a él, cuando quería convertirlo en líder de la empresa familiar. Frondizi, un radical alejado de la vieja UCR, alcanzó la Presidencia de la Nación en 1958 con el 47% de los votos, “milagro” que consiguió gracias a un pacto con Perón, que estaba en el exilio. Consistía en devolverles la personería a los sindicatos y, al cabo de un tiempo, restaurar los derechos del caudillo proscripto. El emisario a Madrid para sellar aquel acuerdo fue Rogelio Frigerio, economista muy lector de Carlos Marx y abuelo del actual ministro del Interior. Los militares derrocaron a Frondizi en 1962 para abortar el plan.

Volteretas de la historia. El viejo Frigerio terminó sus días como altísimo directivo de Clarín, donde apadrinó a Héctor Magnetto para que modernizara el grupo. El nieto homónimo de Frigerio, también economista, llegó al PRO desde su militancia en el peronismo, fue el responsable político del affaire PASO y quien más operó en estos días sobre la CGT para desactivar la protesta del jueves 22, o quitarle fuerza.

Desarrollismo, capitalismo a la sombra del Estado y populismo de élites anidan en los genes del macrismo económico y, ahora, político. El sujeto social al que apunta su discurso es más amplio que “el pueblo”. Es “la gente”. ¡Uy! Como Clarín.

En las tertulias del llamado “círculo rojo”, varios empresarios celebraron esta semana “la nestorización de Mauricio”, tranquilizados por la sensación de autoridad generada por sus últimas maniobras. A Macri no le hace gracia la comparación: superado el fantasma delarruista, quiere ser más que Néstor Kirchner.

Y eso que, de alguna manera, Néstor pudo haber sido él. Se equivoca Durán Barba cuando asegura que “hace 10 años, a nadie se le hubiera ocurrido que Macri llegaría a Presidente”. En el 2003, se le ocurrió a Eduardo Duhalde, entonces ocupante de emergencia del Sillón de Rivadavia y peronista de raza. Cuando definió llamar a elecciones y no presentarse, les ofreció su apoyo al cordobés De la Sota, al bonaerense Felipe Solá y al cuarentón MM. Recién ante la negativa de los tres acudió a Kirchner, como última instancia. El único arrepentido acabó siendo Duhalde.

El staff peronista de Cambiemos ocupa lugares clave, mucho más que los “socios” radicales. Eugenio Monzó preside la Cámara de Diputados. Frigerio tiene línea directa con los gobernadores. Diego Santilli recorre y custodia los territorios humildes de la CABA junto a Horacio Rodríguez Larreta, de formación desarrollista-peronista (ver nota sobre la Villa 31 en página 84). Al cabo de más de una década, los resultados electorales en la Capital Federal sólo confirman que, allí, la “alianza social clásica del peronismo” –amplios sectores pobres + influyentes grupos acomodados– apoya a Macri.

“Si los K nacionalizaron su esquema santacruceño corrupto, ¿por qué no vamos a nacionalizar el porteño, que está más a la vista y es moderno?”, se entusiasma un alto funcionario de la ciudad.

En la provincia de Buenos Aires, el ministro de Seguridad, Cristian Ritondo, y el de Producción, Joaquín de la Torre (ex intendente de San Miguel), buscan apoyos electorales entre los “barones del conurbano”. Sin serlo, María Eugenia Vidal es la figura “más peronista” del grupo gobernante. Su discurso de buenos modos pero con destellos de dureza está enhebrado a base de cloacas, veredas, transporte y lucha contra los narcos, lo cual le vale el respaldo de cada día más madres pobres desesperadas por el flagelo de la droga. Durán Barba y su equipo monitorean a diario encuestas y mapas del GBA, de municipios, de barrios, de cuadras casa por casa para direccionar el mensaje de campaña. Mal no les va. Quieren más que nada en el mundo una “segunda vuelta” contra CFK y, por qué no, que la ex presidenta llegue como candidata al 2019, magullada.

“Para muchos compañeros, el principal problema es el tapón que significa Cristina. Y bueno, si la sacan Vidal y Macri... bienvenidos sean”, desliza un intendente del segundo cordón. El deseo se expande por el desperdigado peronismo a nivel nacional.

Promediando su segundo mandato, Cristina combatió a las corporaciones sindical y judicial. Quedó a mitad de camino. Macri quiere llevárselos puestos a los tres.

La vida por Perón

Dice el politólogo Ignacio Labaqui, profesor de la UCA: “El macrismo aprendió a usar algo muy peronista: el poder del Estado. Hace una campaña organizada, les saca el jugo a las necesidades del electorado popular con elementos materiales: aumento de planes sociales, “reparación histórica” a los jubilados, Metrobús, énfasis en la obra pública, lucha contra las mafias, educación... La situación no es mucho mejor ahora, pero ahí pone el énfasis Cambiemos. El peronismo no es de izquierda, tiene un gran componente conservador. Una parte del voto puede ir hacia Cambiemos, sin necesidad de sumar referentes peronistas de peso”.

Suma Hernán Camarero, titular de la cátedra de Historia Argentina en la UBA: “Cambiemos no tiene mucho que ver con las viejas formulaciones de derecha. Es lo más exitoso de este sector en décadas, quizás el nacimiento de algo muy novedoso. Una ‘derecha’ con votos populares. Entienden bastante de hacer política desde el Estado, que es ‘hacer peronismo’: identificar al enemigo, cooptarlo, corromperlo o demolerlo. Para el peronismo, la política es guerra y el PRO se puso a la altura. Macri se peroniza, construye poder y divide contrincantes. Algo no menor: el poder le gusta, lleva diez años gobernando y va por más”.

Desliza un senador del PJ: “El PRO tiene hoy la mirada inteligente, pragmática, amplia, que tal vez el peronismo perdió, menos ideologizada pero más real. Por ejemplo: trabajó la ley de Emergencia Social con los movimientos sociales, fue a las villas, quieren hacer peronismo sin que se note”.

Remata el histórico Julio Bárbaro: “El peronismo está ante una encrucijada. Puede terminar como el radicalismo, siendo actor secundario de una alianza más amplia. Una parte del peronismo se fue a la derecha y Macri podría encarnarlo”.

El peronismo se amasó entre viejos yrigoyenistas y laboristas con peso sindical. Perón los deglutió al fusionarlos bajo su mando. Muchos no peronistas –o anti– quisieron ser Perón. Frondizi, con el General bien lejos. Raúl Alfonsín desde la fundación de un “tercer movimiento histórico” con una pata sindical en el Encuentro de los Trabajadores Argentinos y peronistas “renovadores” al lado. De la Rúa, en alianza boba con un grupete de peronistas progres. Hasta el genocida Emilio Massera se había propuesto ser Perón. Todos fracasaron con ruido en el intento de gobernar a largo plazo “a pesar” del peronismo. Macri entiende que la cuestión es liderarlo, fragmentándolo.

Los peligros radican en su estilo y en el triunfo aún indivisable de su modelo económico. Es un jefe ambicioso, pero cerrado, despectivo y exitista. Sabe que discutir una reforma laboral en medio de una economía adversa fue letal en el 2001. Y que un escaso 35% de los votos es poca cosa. Más ensueño que realidad, por el momento. Un tercio del país está en la lona.

*Jefe de Redacción de NOTICIAS.

por Edi Zunino*

Galería de imágenes

En esta Nota

Comentarios