Thursday 28 de March, 2024

POLíTICA | 30-09-2017 08:30

La historia de NOTICIAS con María Julia, el chivo expiatorio del menemismo

De la tapa a la hoguera. El ex director de NOTICIAS y autor de la investigación por la que terminó presa, revela el backstage de la historia.

María Julia Alsogaray siempre demostró una actitud dual con NOTICIAS. Lamentó su recordada tapa con escasa ropa transformada en símbolo de la frivolidad menemista.Pero también se sintió enamorada por esa imagen seductora que recorrió el mundo. “Nunca me vi tan bien, ésa es la verdad, pero cometí un error político”, reconocía. Tan bonita se veía que mandó comprar revistas para regalar y, tiempo después, preguntó a la redacción si no quedaba alguna para ella. No, no quedaba ninguna.

La tapa la enmarcó y no se cansó de mostrarla a todos los que iban a su casa. Era en el mismo petit hotel de Junín 1435, del barrio porteño de Recoleta, que en noviembre de 2009 fue rematado en 1 millón de dólares para pagar el juicio por enriquecimiento ilícito por el que resultó condenada.

De la tapa a la cárcel. La querella contra María Julia se inició luego de una investigación que me tocó hacer para la revista en 1993, tres años después de la célebre foto. Allí nos preguntábamos cómo hacía para vivir cobrando un sueldo de 1.640 dólares mientras gastaba no menos de 14 mil por mes. Además de haber ahorrado el suficiente dinero para comprar su casa de 1 millón de dólares, más las importantes refacciones que le hizo.

La instrucción judicial comenzó ocho días después, tras la denuncia de un particular. El juez que llevó adelante la causa fue Juan José Galeano, que en marzo de 2010 sería destituido tras el fallo de la Corte Suprema de Justicia por las irregularidades cometidas en la investigación del atentado a la AMIA.

Fue el mismo juez que un día me convocó a declarar por ser el autor de la nota. El poder menemista estaba en su esplendor. Dos secretarios de su juzgado me tomaron una declaración que, por el tono de las preguntas, parecía corresponder más a un acusado que a un testigo. Como redactor jefe de NOTICIAS, durante la década menemista me cansé de recorrer juzgados por juicios de la familia presidencial y de sus funcionarios.

Nunca sentí la presión judicial como aquella vez. Cada pregunta apuntaba a demostrar la flaqueza de nuestra investigación y cada una de mis respuestas intentaba convencerlos de que quienes debían investigar eran ellos, a partir de las líneas inconclusas que podía haber dejado abierta la nota.

Todo terminó mal, cuando me interrogaron así: “Díganos, ¿cuál es su verdadera ideología?”. Fue la última pregunta que me hicieron. Les dije que me hacían recordar a los interrogadores de la dictadura militar, con la diferencia de que en democracia yo tenía el derecho de mandarlos a la mierda. Me advirtieron que en ese momento podían ordenar mi detención y, de hecho, los dos secretarios salieron disparados hacia el despacho contiguo en busca del juez Galeano. Al rato regresaron los tres, pero fue el juez el que habló: “Firme la declaración y váyase”. Les dije que agregaran la última pregunta y mi respuesta. No lo hicieron. Y yo cometí el error de no insistir.

La condena contra María Julia Alsogaray llegó en 2004, once años después de aquella investigación, cuando el menemismo ya había perdido influencia y los jueces pretendían despegarse de su pasado y mostrarse inflexibles con la corrupción política. Antes de comenzar el juicio, un funcionario judicial vinculado con el proceso me habló para hacerme una pregunta insólita: “¿Qué haría la revista si no hubiera elementos suficientes para condenar a la señora Alsogaray?”. Sonaba a un pedido de permiso, a un abrir el paraguas ante una eventual falta de pruebas para condenar a la ex funcionaria.

Ése era el triste recorrido de la Justicia argentina. Al principio, investigar a un miembro clave del poder menemista podía terminar con la detención de un periodista. Al final, cuando ese poder había desaparecido, se tanteaba al mismo periodista como si su opinión importara algo a la hora de determinar la culpabilidad o la inocencia de una persona.

Con pudor, algo así le respondí a aquel llamado absurdo, agregándole que hicieran lo que tenían que hacer y no se preocuparan por lo que los medios luego pudieran pensar. Finalmente, María Julia fue condenada y permaneció presa durante diecinueve meses.

Diálogo desde prisión. Un día de mayo de 2005 se me ocurrió llamarla a la cárcel. Dudaba de cómo podría reaccionar ante quien ella podría considerar como el responsable inicial de su condena. Yo ya era director de NOTICIAS y la excusa era pedirle una entrevista con un redactor. Pero además la llamaba por otra cosa.

Me atendió el teléfono en su celda. La prisión en la que estaba alojada no era una cárcel de presos comunes. Se trataba de la División de Delitos Complejos de la Policía Federal. Desde una ventana cercana a su celda, la ex funcionaria podía ver el shopping Paseo Alcorta, de Cavia y avenida del Libertador. Por esa época, compartía prisión con el cura Christian von Vernich, condenado años después por causas de asesinatos y tormentos durante la dictadura. Von Vernich daba misa todos los domingos y María Julia no faltaba nunca para rezar y pedir perdón por sus pecados.

Hablamos un buen rato. Me contó cómo vivía en prisión y su esperanza de recuperar pronto la libertad. Se refirió al atardecer como el peor momento del día, el que la ponía más melancólica. Disfrutaba con la notebook que le habían permitido ingresar y decía que se la pasaba chateando con sus familiares y amigos. Estudiaba ruso, porque su hijo mayor, que vivía en los Estados Unidos, se había puesto de novio con una rusa. Leía en inglés “La Rebelión de Atlas” (la novela de Ayn Rand, de más de mil páginas), y tenía en espera otro libro en francés, para alternar los idiomas a modo de ejercicio intelectual. Y compartía retrete con su vecina de celda, una mujer detenida por narcotráfico. Al final, me aseguró que en su interior era la misma de siempre y que se sentía más orgullosa que nunca por la fortaleza de sus hijos.

Parecía que no le disgustaba hablar conmigo a pesar de haber sido el “culpable” de su situación. Antes de cortar, le pregunté si estaba dispuesta a concedernos una entrevista. Sin pensarlo mucho dijo que sí. Me sorprendió su rápida respuesta y me quedé en silencio unos segundos: “No se sorprenda —me apuró—. Tiene que ver con la actitud que la revista mantuvo conmigo a través del tiempo. Nadie podrá decir que ustedes me trataron en forma complaciente, ¿no?… Pero de esa difícil relación, rescato la coherencia editorial y que cada vez que hablaban de mí se preocupaban en llamarme para que tuviera el derecho de opinar, con independencia de si yo tenía algún cargo o ya no. Ese interés me indica a mí una inquietud genuina por conocer mi pensamiento y no por mi circunstancia”.

Quizá la ex funcionaria estaba sensibilizada porque hacía un mes la revista le había pedido una columna a modo de despedida, tras el fallecimiento de su padre Álvaro Alsogaray. Un mes después, finalizábamos la charla telefónica acordando una entrevista que le iba a realizar Darío Gallo por mail, porque ella no quería que la vieran en su estado actual. Le corté deseándole suerte, sin atreverme a decirle lo que quería, pero anticipándole que iba a escribir un editorial sobre ella. Lo hice esa misma semana.

La hoguera social. Allí expliqué lo que todavía pienso: María Julia Alsogaray fue el mayor chivo expiatorio de aquella época. No solo de un peronismo del que fue socia pero al que no pertenecía, sino de todo un sector social que había comprado al menemismo, con ella como uno de sus principales exponentes.

No tenía que ver con los delitos que hubiera cometido, sino con ser la única persona que terminó presa por lo que se llamó la corrupción menemista. Fue ella la elegida, una mujer no peronista que perdió la protección del Partido Justicialista. El partido que había designado a una porción importante de los jueces argentinos y que sabía proteger de ellos a sus principales dirigentes. Pero no a sus aliados circunstanciales. Al peronismo no le molestó demasiado verla presa, casi como una ofrenda hacia una sociedad que necesitaba al menos una señal de justicia.

El ritual del sacrificio parece una necesidad social para quemar pecados propios y ajenos. Se sacrifica a alguien para liquidar con él todas las culpas colectivas, y resurgir de allí con la conciencia ilesa.

Para pesar de María Julia, la causa judicial demostró que su enriquecimiento personal hubiera sido imposible dentro de la ley. En su afán por probar lo contrario, había aceptado que recibía 40.000 dólares mensuales de fondos reservados que estaban “destinados a complementar la remuneración de los funcionarios de nivel político”. Lo que NOTICIAS y otros medios habían denunciado tantas veces, que los ministros de Menem recibían sobresueldos, ahora era aceptado por una ex funcionaria desesperada por escaparle a la prisión. Aseguró que, en el caso de los ministros, ese complemento salarial llegaba a los 100.000 dólares por mes. Y que el titular de la cartera económica, Domingo Cavallo, les había recomendado incluirlo en la declaración jurada ante la DGI.

Una de las preguntas que contestaría vía mail en la entrevista desde la cárcel, volvía con el tema de la célebre tapa de la revista con ella posando con un tapado de piel:

Noticias: En una publicación se tituló que usted estaba presa “por la famosa tapa de NOTICIAS”, más que por cualquier otra causa. Como la abanderada de la ostentación…

María Julia: Leí la nota. Mi interpretación es que se quiso decir que el exceso de exposición actuó en mi contra. La tapa de NOTICIAS, de la que reivindico la estética y la buena onda que transmitía, constituyó al mismo tiempo un pico y una verdadera aceleración de mi mediatización. Siempre me asombró el interés de los medios, no ya por mis acciones sino por mi vida y me preguntaba si eso no estaría fogoneado por alguno de mis “compañeros” de ruta que, al mismo tiempo que envidiaban el centimetraje que se me dedicaba, estaban también felices de que el mismo se aplicara a temas intrascendentes.

El reportaje fue publicado el 7 de mayo de 2005 y fue tapa: “Habla María Julia (con NOTICIAS, la revista por la cual terminó presa)”. Allí se hablaba también de la corrupción tanto del menemismo como del kirchnerismo (una excentricidad de época para un periodismo que en su mayoría, al igual que en la sociedad, no veía corrupción alguna). Ella dejaba entrever que si la Justicia estaba dispuesta a ir a fondo sobre el tema, lo que sabía “podría constituir un aporte”.

De forma imprevista, cinco días después, María Julia fue liberada. Todas las miradas se dirigieron hacia el gobierno K, habitual operador (como otros gobiernos antes) de las decisiones más importantes y mediáticas de la Justicia. Como un analista independiente, el entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, se limitó a opinar: “Siempre queda la sensación espantosa de que en la Argentina impera cierto sistema de impunidad perversa”.

No era sencillo el lugar desde el que hablaba Fernández. No sólo por su rol de ese entonces, sino por haber sido funcionario del Ministerio de Economía durante los años en los que, según María Julia Alsogaray, se repartían los sobresueldos. Aunque, claro, él no tenía por qué saberlo.

Decir que tanto dinero robado, tantos políticos corruptos y tantos jueces ineptos son producto de un castigo divino sobre nuestra sociedad, es decir que somos bobos. Porque sería ingenuo creer que todo eso se pudo hacer sin una dosis de consentimiento social.

El ascenso y caída de María Julia Alsogaray fue también el del apogeo y fracaso de la utopía menemista, en medio de una sociedad que gozó primero y se exculpó al final enviando a la hoguera a la mayor celebridad de su tiempo.

por Gustavo González

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