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MUNDO | 25-10-2017 09:53

El huracán Trump destruye todo acuerdo a su paso

El presidente estadounidense busca permanentemente el conflicto, en el frente interno y externo a la par. La humillación a la devastada Puerto Rico, y decisiones que aíslan al país.

¿Es posible que se aplique la vigesimoquinta enmienda de la Constitución norteamericana? Cada vez hay más dudas sobre la capacidad mental de Donald Trump para gobernar la principal potencia mundial.

Él mismo parece empeñado en demostrar la necesidad de recurrir a la cláusula constitucional que pondría fin a su mandato, antes de que lo haga un juicio político por la injerencia rusa para hacerlo presidente.

En un puñado de días, el habitante más grotesco que ha tenido la Casa Blanca provocó estropicios con potenciales consecuencias gravísimas. Por caso, ofender a los portorriqueños. A renglón seguido de la devastación que le causó el huracán María, Puerto Rico sufrió la humillación que le provocó el paso absolutamente inútil de Trump.

La insólita imagen del presidente que arroja royos de papel entre gente desamparada, como un déspota populista de país subdesarrollado, se sumó a la descalificación del gobierno local y a un discurso en el que describía el socorro y la reconstrucción como una carga que Estados Unidos no tenía por qué seguir sobrellevando.

En las palabras y los gestos de Trump, Puerto Rico aparece como un ajeno país del Caribe y no como la isla que el Capitolio puso bajo dominio norteamericano en 1917, a través de la Ley Jones. La inutilidad de Trump para organizar la ayuda y la reconstrucción, sumado a sus gestos y palabras ofensivas, dan la impresión de que no sabe que los puertorriqueños son norteamericanos. Como si ignorara que, sobre finales del siglo XIX, la guerra contra España hizo que el país europeo, al perder Filipinas, Cuba y Puerto Rico, pasara a Estados Unidos el rango de potencia de ultramar. Ahí comenzó la injerencia estadounidense que terminó absorbiendo a Puerto Rico hasta convertirla en Estado Libre Asociado.

Entre las consecuencias de la ignorancia y la ineptitud con que actuó Trump en el dantesco panorama que dejó el huracán, podría estar el renacer del independentismo boricua. La humillación es combustible para los nacionalismos. Y eso le dio Trump a Puerto Rico, en lugar de ayuda y solidaridad en la devastación.

Aliado. En el mismo puñado de días, tomaba otras decisiones que profundizan el aislamiento de los Estados Unidos y regalan escenario internacional al protagonismo de China y Rusia.

Dos de esas decisiones son consecuencias de cumplir, obnubilado, lo que le pide otro gobernante que conduce un país al aislamiento: Benjamín Netanyahu.

El premier israelí es muy eficaz en muchos campos, pero en otros resulta controversial hasta el punto de llevar a Israel hacia una peligrosa insularidad. Eso lo asemeja con Trump, de quien lo diferencia su capacidad de liderazgo y eficacia en la gestión, faltantes críticos en el presidente norteamericano.

El hecho es que, por cumplir con Netanyahu, sacó a Estados Unidos de la UNESCO. El brazo de la ONU para la educación y la cultura es una caja de resonancia de la política mundial. En ella suelen imponerse mociones tan controvertidas como el documento que se refirió al Monte del Templo llamándolo sólo Haram al Sharif, como si no tuviera vínculo alguno con el judaísmo. Pero más allá de ese pronunciamiento absurdo y de no lograr que las escuelas israelíes y palestinas eduquen a los niños en el entendimiento y no en el desprecio por el otro, la medida de Trump para satisfacer a Netanyahu profundizó la soledad de su gobierno.

Ronald Reagan también sacó a Estados Unidos de la UNESCO, frustrado por los consensos que lograba la diplomacia soviética. Recién George W. Bush reincorporó la potencia a ese organismo de la ONU. La diferencia es que la Norteamérica de Reagan, en plena Guerra Fría, no se aislaba sino que, por el contrario, lideraba el bloque occidental. En cambio, desde que Trump es presidente, Estados Unidos no sólo no lidera, sino que se aísla peligrosamente.

Acuerdos. Mientras intenta demoler el NAFTA tras haber enterrado el Tratado Transpacífico, el presidente saca a Washington del Acuerdo de París sobre cambio climático y, a renglón seguido, da un paso en dirección de salida del acuerdo nuclear con Irán.

Si Trump no rompió totalmente ese acuerdo, no fue por escuchar a los otros dos gigantes que lo firmaron (China y Rusia) ni por escuchar a los tres aliados europeos que también forman parte del pacto: Gran Bretaña, Francia y Alemania. Trump dejó un pie norteamericano en el plato porque eso fue lo que le reclamó Israel, cuyos servicios de inteligencia así lo sugirieron.

De haber sido por Trump, el sólo hecho de que lo hubiera firmado Obama lo decidía rotundamente a convertirlo en papel mojado.

Sin embargo, aún siendo una acción limitada, la medida puede ser negligente y contraproducente. Sobre todo, por el efecto que podría tener en la crisis nuclear con Corea del Norte.

Si Trump borra con el codo lo que firmó Obama con la mano ¿por qué deberá el mundo seguir confiando en los acuerdos que se alcancen con los Estados Unidos? ¿Por qué aceptaría Kim Jong Un negociar con Washington el desmantelamiento de su arsenal atómico, si el actual presidente norteamericano desconoce el acuerdo nuclear que su país y otras potencias firmaron con Irán?

Rex Tillerson buscaba tender un cerco diplomático que obligue al régimen norcoreano a negociar, cuando Trump tuiteó que su secretario de Estado estaba perdiendo el tiempo. El mensaje insinuaba que la única solución a la crisis es la “destrucción total” de Corea del Norte.

La reacción de Tillerson fue llamarlo “imbécil”. Otras voces del Partido Republicano advirtieron que el presidente lleva el mundo hacia un holocausto nuclear. Y el gobierno alemán dijo que la política de Trump hacia Irán y Corea del Norte, con la “destrucción de acuerdos”, lleva hacia “un mundo muy peligroso” y que está demoliendo “la credibilidad de Estados Unidos”.

Alemania insinuó algo más: si Europa ya no puede confiar en Estados Unidos, deberá buscar más acuerdos con Rusia y China, cuyos gobiernos, por cuestionables que sean en muchos aspectos, cumplen con lo acordado en lugar de patear tableros largamente negociados.

El único que le palmeó la espalda fue Netanyahu, quien quizá lo convenció de que su influencia sobre grandes lobbies que gravitan en la política norteamericana, lo puede salvar del impeachment por el “Rusiagatte”, o bien de la cuarta sección de la vigesimoquinta enmienda de la Constitución. Esa por la cual le podrían quitar la presidencia alegando “incapacidad mental” para gobernar.

por Claudio Fantini

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