Fue presentada como una idea noble: movilizar a las Fuerzas Armadas a la frontera norte del país para blindar al país del narcotráfico. La reinterpretación del concepto de "soberanía" para definir qué es una amenaza a la misma permitirá que los uniformados preparados para la defensa del país puedan ser utilizados ante delitos, hoy reconvertidos en "atentados a la soberanía".
Sin embargo, tras ese anuncio que se inmiscuye en el antiguo debate de para qué queremos Fuerzas Armadas si no les damos un trabajo que justifique sus existencias, surge un dato que se inscribe como la verdadera noticia: desafectar a la Gendarmería Nacional de su rol principal, que no es otro que la custodia de las fronteras, o sea, de ser Gendarmes de la Soberanía Nacional.
El clima de inseguridad reinante en las grandes urbes, puntualmente en el Gran Rosario y el Gran Buenos Aires, llevó a la necesidad de aumentar el número de efectivos en esas áreas. Mover a las Fuerzas Armadas a la frontera permitirá que esos gendarmes puedan ser utilizados para tareas de prevención del delito y represión de la ilegalidad en áreas densamente pobladas, tareas para las que no se encuentran debidamente entrenados por no tratarse de la naturaleza de sus funciones. O sea: no fueron creados para ello, por más que se los utilice en esas funciones desde hace larga data.
La receta es vieja pero no por ello menos polémica: los Gendarmes para seguridad urbana y no para ser centinelas de la frontera y las rutas, la Prefectura para cuidar un barrio porteño y no para garantizar la eterna línea costera argentina. Lo único que cambió en esta materia es el rol de la Policía Federal, que pasó a prestar funciones federales en vez de ser exclusivamente una custodia de los porteños. Obviamente, el resultado fue negativo para los porteños.
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