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SOCIEDAD | 21-10-2018 12:52

Lo que nadie contó del 33º Encuentro Nacional de Mujeres

Trelew esperó a las feministas en alerta. Pero la tensión cedió. Escaramuzas del choque de dos mundos, en primera persona.

Viajé al 33° Encuentro Nacional de Mujeres por varios motivos. El primero, ideológico, ya que, sin tener una militancia activa en una agrupación, me siento parte del feminismo y sus luchas. El segundo, periodístico: no me permitía perderme la posibilidad de ver qué pasaba en un evento sin precedentes en la Patagonia y que iba a convocar a más de 50 mil mujeres de todo el país. Sobre todo porque nací y viví en Trelew hasta que terminé el colegio secundario. Ese vínculo me permitió tener una mirada “privilegiada” de la trastienda del Encuentro en una ciudad que no está acostumbrada a las convocatorias masivas. Las noticias que trascendieron a nivel nacional, en su mayoría, tuvieron que ver con la cantidad de personas que marcharon el domingo 14 o con los disturbios posteriores. Poco y nada se supo sobre lo que significó este evento histórico para los habitantes de la región. Informaciones falsas y miedos infundados se combinaron, durante los días previos, con el rechazo de un sector de la sociedad que se resistía al Encuentro.

La ciudad con la que me encontré cuando llegué no se parecía en nada a la que visito cada vez que vuelvo. No circulaban autos y las calles estaban conquistadas por grupos de mujeres, jóvenes en su mayoría, que se diferenciaban de los habitantes locales a simple vista: caminaban en grupos con los pañuelos verdes, naranjas y violetas.

La tensión del primer momento fue evidente. “Ustedes no son bienvenidas acá” fue la primera frase que escuchó un grupo de chicas por parte de una trelewense. Recién habían bajado del colectivo, después de 20 horas de viaje, y acababan de entrar a un negocio a comprar comida. La señora detrás del mostrador no estaba contenta con su presencia y se los hizo saber.

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La anécdota podría haber pasado al olvido con facilidad si no fuera porque marcó, al principio, el humor social. A través de grupos de whatsapp locales habían circulado, durante semanas, precauciones para atravesar los tres días que iba a durar el evento. Se aconsejaba cerrar los comercios para evitar saqueos y se le recomendaba a los hombres tener extremo cuidado. La idea de que un grupo de militantes violentas iba a asaltar la ciudad se hizo carne y, en redes, se viralizaron mensajes irracionales como, por ejemplo, que se iban a tirar muñecos de bebés al fuego en una especie de ritual porque las feministas están en contra de la maternidad.

Con el correr de las horas la situación se fue transformando. Desde el sábado 13 a la mañana, comenzaron a funcionar 75 talleres con absoluta tranquilidad. Al ver esto, muchos comerciantes empezaron a abrir sus negocios. Era una posibilidad única para incrementar las ventas en una provincia que atraviesa una feroz crisis económica. Se pusieron improvisados puestos de comida en la calle y muchas casas se abrieron para alquilar habitaciones o baños.

Resistencia. Para entender el rechazo local se puede pensar en dos grandes grupos: por un lado, una parte de los trelewenses estaba atemorizada por la seguridad. Ese grupo fue el que comenzó a “amigarse” con el evento a medida que avanzaban las horas y percibieron que su miedo sólo se basaba en lo extraño de la situación. La otra parte de la resistencia tenía que ver con lo ideológico y aglutinaba a todos aquellos que entienden, por ejemplo, que un grupo de mujeres que anda con el torso desnudo es una ofensa a la moral o el buen gusto. Estos prejuicios calaron hondo incluso en las autoridades locales y afectaron a la organización del encuentro.

“Con mis compañeras nos estamos quedando en Gaiman y el chofer que nos trajo a Trelew nos dejó lejos del lugar de encuentro y no nos dio indicaciones”, me contó una chica que nunca había viajado al sur. La misma historia la escuché por parte de mujeres que se habían movilizado en taxi o remis.

Para las organizadoras, consensuar con el sector del transporte fue lo más difícil. Si bien la provincia había implementado un sistema de colectivos gratuitos entre ciudades, en varios casos las empresas rompían las reglas: cambiaban los recorridos o los puntos de encuentro a último momento y no lo informaban. Además, las autoridades decidieron suspender la recolección extraordinaria de residuos que se había acordado y, también, dieron de baja los puestos para suministrar agua potable que habían prometido.

Los colegios, fundamentales para hospedar a las viajeras y para realizar los talleres, fueron en general otro espacio de resistencia. “Hasta el viernes 12 no teníamos muchas escuelas aseguradas porque las directoras decían que no. Desde el Ministerio de Educación no había una orden clara de abrir las puertas y colaborar. Esta negación tan fuerte no se había visto en otros encuentros”, me dijo una de las organizadoras locales.

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Cambios. El primer lugar chubutense que se evaluó para realizar el encuentro fue Puerto Madryn, pero esa posibilidad no prosperó. La explicación oficial fue que el evento podría haber complicado el turismo en uno de los fines de semanas más demandados del año. El rumor en las calles, sin embargo, era que la ciudad no quería aceptar a las mujeres.

A la hora de definir el recorrido de la marcha, la comisión organizadora acordó que se pasaría a una cuadra de la iglesia de Trelew, pero llegando al final, un grupo minúsculo de manifestantes se salió del camino, intentó prender fuego la parroquia y rompió el vidrio de un banco. Las fuerzas de seguridad actuaron de inmediato y, aunque el grueso de los manifestantes ni se enteró, por unos minutos hubo una fuerte represión con corridas, balas de goma y detenidas. De todas formas, cualquiera que haya formado parte de la marcha sabe que ese episodio está lejos de representar lo que sucedió.

La conciencia por el autocuidado y la protección de las compañeras era compartida por todas. De hecho, para quienes íbamos a manifestarnos sin agrupación, resultó algo complicado poder acceder a las filas de la marcha: las mujeres, agarrándose las manos, hacían cordones que limitaban el acceso a las que no formaban parte del grupo. El objetivo era evitar el ingreso de infiltradas. “Métanse con nosotras pero si se van, por favor, avisen”, nos dijo la chica que nos permitió a mi madre y a mí unirnos detrás de su bandera.

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Las 50 mil mujeres llenaron más de 40 cuadras de marcha en un recorrido de 4 kilómetros y lo que primero era visto como una amenaza fue transformándose de forma paulatina. Los curiosos se acercaban a sacar fotos, muchas mujeres participaron por primera vez de una marcha feminista y cientos de hombres se animaron a salir de sus casas para apoyar el reclamo de sus hijas, esposas y amigas. Se marchó por el centro y, por primera vez, también por los barrios humildes. Cada vez que aparecía una mujer mayor con un pañuelo verde, la multitud frenaba y la aplaudía. Las consignas, en un movimiento que tiene discusiones internas, eran las que nos unifican a todas: basta de asesinar, desaparecer y maltratar a las mujeres y basta de decidir sobre nuestros cuerpos.

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