Thursday 18 de April, 2024

CUMBRE G20 | 30-11-2018 10:55

Argentina, ring del mundo: las peleas ocultas del G20

Qué se juegan EE UU, China, Rusia, la Unión Europea y Macri. La seguridad de Trump. Inodoros, polo y hoteles.

Es probable que Donald Trump vuelva a convertirse en el personaje más disruptivo de la cumbre del G20 en Buenos Aires, como lo fue hace un año en la de Hamburgo, pero al menos esta vez evitará repetir un error. En aquella oportunidad había puesto tan en duda su presencia que su comitiva estuvo a punto de quedarse sin hotel. En cambio, en marzo pasado mandó a reservar el Palacio Duhau y la seguridad estadounidense requirió los nombres de todo el personal del hotel, con lo que ningún empleado contratado con posterioridad podrá asistir durante el 30 de noviembre y el 1º de diciembre, ni en los días previos. Agentes vigilarán el armado de los platos, aunque se desconoce si el presidente norteamericano se alojará allí o en la embajada de su país, que está acondicionada para la ocasión.

(Lea también: La ultraseguridad de Trump y sus pedidos extremos)

Más allá de la agenda formal del G20, en la que la Argentina incluyó temas cruciales pero menos ardientes como seguridad alimentaria, futuro del trabajo y financiamiento de infraestructura, Trump acaparará la atención por su previsto encuentro con su par chino, Xi Jinping, en medio de una guerra comercial que está escalando y que amenaza más y más a toda la economía mundial. El líder de la segunda economía del planeta hizo valer también su estrellato en la preparatoria del encuentro presidencial: pidió un salón privado para él en el predio donde se celebra, Costa Salguero, y ocupar un lugar central en la foto de familia de los mandatarios.

(Lea también: G20 en Argentina: la pelea del siglo)

En esa imagen deberán estar en el centro Mauricio Macri con los anfitriones de las dos próximas cumbres del G20: el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, receloso de China, y el principe saudita Mohamed Bin Salmán, acusado de mandar a asesinar y descuartizar el pasado 2 de octubre al periodista de su país Jamal Kashoggi en la embajada en Estambul. Será una foto incómoda, justo cuando otros líderes del G20 se enfrentan con Arabia Saudita (el turco Recep Tayip Erdogan exige que aparezca el cuerpo y la alemana Angela Merkel le aplica sanciones por el caso) mientras que Trump pone en duda el informe de la CIA que compromete al príncipe y el ruso Vladimir Putin anticipó que se reunirá con el sospechoso.

Todo esto y mucho más ocurrirá en el ring de los crecientes conflictos entre los titanes de la política internacional que se desplegará en Buenos Aires por 48 horas. Una cumbre altamente custodiada que paralizará la ciudad entre amenazas de más barreras comerciales entre EE.UU y China y de peleas por propiedad intelectual y control de la inteligencia artificial y la robótica, conflictos entre Washington y la Unión Europea por el proteccionismo norteamericano, el costo de la protección militar del Viejo Continente y las sanciones estadounidenses a Irán, el caso Kashoggi, la reforma de la Organización Mundial de Comercio (OMC) para revertir su obsolescencia para resolver disputas, la ampliación de la capacidad prestable del FMI con el consiguiente mayor aporte y voto de Beijing, la polémica persistente por la salida de Trump del Acuerdo de París contra el cambio climático, el cuestionado acuerdo entre Bruselas y Londres por el Brexit, la advertencia de la UE de que sancionaría a una Italia rebelde en lo fiscal, los castigos europeos contra Rusia por su intervención en Ucrania hace cuatro años. Al menos podría concretarse el 30 de noviembre la firma del nuevo Nafta, el tratado de libre comercio que Trump renegoció con sus pares Justin Trudeau, de Canadá, y Enrique Peña Nieto, que al día siguiente entregará el poder mexicano a Andrés Manuel López Obrador.

(Lea también: Los encuentros más incómodos en la Cumbre del G20)

En el medio, Macri tendrá la misión de lograr que las 20 potencias acuerden un comunicado conjunto. Para ello, Trump pretende que se elimine el habitual párrafo de condena al proteccionismo, que los presidentes venían firmando año a año desde que empezaron a reunirse como reacción a la crisis mundial de 2008, incluida la proteccionista Cristina Fernández de Kirchner. Está en discusión también la mención al Acuerdo de París. El jefe de Estado argentino también mantendrá bilaterales con diversos líderes, aunque sus agendas están más atentas a las grandes disputas internacionales.

Vidriera. “La Argentina puede aspirar a ser un organizador eficiente de la cumbre, mantener el diálogo abierto y terminar la cumbre con comunicado final”, opina Roberto Bouzas, director académico de la maestría en Política y Economía Internacional de la Universidad de San Andrés. La última cumbre del G7 (EE UU, Canadá, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Japón) terminó sin mensaje final por un desplante de Trump. Bouzas recuerda que la Argentina consiguió la sede de esta cumbre en 2016, cuando imaginaba que para la actualidad estarían consolidándose las reformas económicas. “Ahora es difícil que el Gobierno proyecte esa imagen al mundo. Hoy se ve más un déjà vu que reformas. Ese el riesgo de haber querido tanta exposición. Es importante que la reunión transcurra sin violencia. Si la hay, habrá más desgaste para el Gobierno y por eso está trabajando en eso”, analiza Bouzas.

(Lea también: El G20, más que una cumbre)

De la anterior cumbre del G20 sólo quedaron las imágenes de Trump peleándose con sus colegas por un proteccionismo que comenzaría a aplicar este año y, sobre todo, el descontrol en las calles de Alemania. Ex funcionarios K con larga experiencia en estas cumbres comentan: “No veo que mucha gente vaya a protestar. Al final de cuentas, el G20 es uno de los pocos espacios internacionales que nos incluye. No creo que vengan muchos europeos, están lejos. No sé por qué el Gobierno está tan preocupado: si es para después mostrar su éxito o para ejercitar a los policías en las calles”. Alemania, recelosa de la protección de datos personales, se resistió al pedido de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, de entregar la lista de los 451 detenidos en Hamburgo.

Trump tomará sus habitales resguardos. Un equipo de seguridad testeará su comida para detectar venenos. En lugar de quedarse tres días, como se preveía inicialmente, sólo estará 24 horas porque al día siguiente quiere presenciar la asunción del poder de López Obrador. Al menos, Macri acaparará el liderazgo latinoamericano en la cumbre, no sólo por anfitrión sino porque Peña Nieto y su par brasileño, Michel Temer, están en retirada. El próximo jefe de Estado de Brasil, Jair Bolsonaro, desistió de venir porque supuestamente debe terminar de curarse del atentado que sufrió en campaña. Sí asistirá el chileno Sebastián Piñera, que no es del G20, pero fue convidado por Macri. También viene Pedro Sánchez porque España es invitada permanente al foro.

Trump se hará lugar para verse con Putin, quien supuestamente colaboró con su campaña electoral de 2016. Aunque la tensión se centrará en la bilateral con Xi, a quien amenazó con elevar del 10% al 25% los aranceles a sus productos por 250.000 millones de dólares a partir de enero próximo. A principios de noviembre hablaron por teléfono, pero después se suspendió una misión negociadora china a Washington, con lo que se especula con más barreras norteamericanas y represalias de Beijing.

(Lea también: Guerra económica: la tormenta perfecta)

Guerra. La guerra comercial entre la primera potencia y la que quiere reemplazarla está impactando en forma negativa en la economía mundial y el efecto puede agravarse. A la Argentina le afecta que China crezca menos o que las sanciones de Beijing a la soja norteamericana depriman la cotización de esta oleaginosa, según apunta el consultor Marcelo Elizondo. Además, Estados Unidos amenaza a la UE con aranceles a los autos europeos y Bruselas le advierte que le pagará con la misma moneda. Trump viene de protagonizar una pelea a todo público con el francés Emmanuel Macron y siempre se ha maltratado a Merkel. 

Pero no sólo discuten frenos a las importaciones. Estados Unidos quiere evitar que China lo supere como potencia, y sobre todo en términos tecnológicos. Por eso analiza impedir exportaciones que el gigante asiático podría copiar sin respeto de la propiedad intelectual, como hizo en el pasado, o que empresas chinas compren competidoras norteamericanas.

(Lea también: La cadena de bloopers de Gabriela Michetti en el G20)

Xi está desconcertado con Trump, pero al menos estará despreocupado por su alojamiento. Hace un año su comitiva reservó todo el Sheraton de Retiro, ordenó mejoras en las suites principales y hasta consiguió que el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta suspenda las campanadas de la Torre de los Ingleses. “No queremos perturbar el sueño del presidente chino”, admiten en la ciudad. Su comitiva se quejó también del ruido del tránsito y hasta de los trenes, pero esos días no funcionarán.

El poderoso líder chino, que logró que se derogara el límite temporal de su mandato, cumplirá con una visita de Estado y verá a Macri el 2 de diciembre en Olivos. En su gobierno sostienen que le dan a la Argentina lo que EE UU y la UE no: más autorizaciones para el ingreso de los productos agrícolas y, sobre todo, financiamiento para inversiones. La primera dama china, Peng Liyuan, ha pedido tomar el té con Juliana Awada, a la que le mostró en 2017 la Ciudad Prohibida de Beijing. Parte de la comitiva tiene reservado un palco para ver al día siguiente a La Dolfina de Adolfito Cambiaso en el Abierto Argentino de Polo.

(Lea también: Juliana Awada y su impronta fashion)

River-Boca. Al final Putin no vendrá a la final de la Libertadores. Estará sólo dos días. Fue uno de los últimos en confirmar su presencia. Su séquito quería ir al Duhau, pero terminó pidiéndole a Alemania que le cediera un piso en el Alvear Palace. “Merkel es la más ‘low maintenance’ (bajo mantenimiento) de la primera línea de mandatarios. Su comitiva casi no tiene requerimientos, más allá de los resguardos de seguridad”, explican desde la oficina de protocolo de la cumbre. En cambio, Putin hasta trajo un veedor para inspeccionar la cocina y ver cómo se preparan y qué llevan los alimentos que ingerirá. Intentará que su figura no quede demasiado relegada tras la pelea EE UU-China y meterá cuña entre los europeos que más y menos lo quieren.

Macron es otro líder de alto perfil. No soporta que se lo relegue: el año pasado se coló entre chistes en la primera fila de la foto de familia del G20 y esta vez pidió que le aseguraran un lugar adelante. Con su comitiva de 130 personas, se alojará en el Intercontinental. Se reunirá con Macri. Su esposa, Brigitte, se verá con Awada, que llevará a las primeras damas y a los esposos de Merkel, Joachim Sauer, y de la británica Theresa May, Philip May, al Malba y a Villa Ocampo. El presidente argentino también protagonizará bilaterales con Trump, Merkel, el italiano Giuseppe Conte, May –que dormirá en un hotel de Puerto Madero–, el surcoreano Moon Jae-in –que también se quedará en su legación diplomática–, Sánchez –que iría al Hilton– y el singapurés Lee Hsien Loong, cuyo país es invitado y en la Argentina está representado por el amigo presidencial Nicolás Caputo. Atrás quedó el sueño de Macri de firmar en la cumbre el pacto comercial que se viene negociando desde hace 19 años entre Mercosur y la UE: Francia y otros vecinos se resisten a abrir su agricultura a un año de las elecciones al Europarlamento, mientras Bolsonaro pone en duda la vigencia de la unión aduanera sudamericana.

(Lea también: Qué quiere Macri de Macron)

El príncipe Salmán será la figura más ostentosa del G20. Se alojará en un hotel de Puerto Madero con una comitiva de 400 personas, que llegó en parte hace unos días y preparó las habitaciones acorde con sus requerimientos. Eso incluyen una marca específica de inodoros, bidets y lavamanos: la estadounidense Kohler. El heredero al trono de Arabia Saudita tendrá también un cuarto exclusivo de rezo, que se ambientó para la ocasión, y hasta Costa Salguero, escenario habitual de actos del PRO, se moverá junto a sus allegados en cuatro autos blindados que llegarán en aviones de carga dos días antes de la cumbre.

Su rival Erdogan arribará acompañado por casi 200 personas, que comerán comida halal, la aceptada por la ley islámica. Chefs de restaurantes locales expertos en la materia la cocinarán, supervisados por enviados de la presidencia turca. Para la cena de gala del 30 de noviembre en el Teatro Colón ya están avisados de que en su mesa estará ausente el alcohol.

(Lea también: El asesinato de Jamal Khashoggi: Trump socio de la barbarie)

Show. Desde hace unos días, en Ezeiza un grupo de 100 extras ensaya la llegada de los presidentes en la Terminal C. El show incluye el aterrizaje, la recepción de los mandatarios y las fanfarrias antes de que dejen la pista en sus autos blindados. Cada comitiva tiene 30 minutos para ese despliegue y la organización insiste en que no puede haber retrasos porque dejarían a otro avión presidencial en el aire, situación no deseada por el operativo de seguridad. “En esos ensayos es donde más problemas hubo, pero ya están solucionados”, desnudan en la Unidad Técnica G20.

Pero más allá del protocolo y los conflictos internacionales, dos transiciones están ocurriendo en el mundo, según el tesorero del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), Francisco de Santibañes. “Una es que EE.UU, la única potencia hegemónica tras la caída del muro de Berlín (1989), tiene un rival en ascenso, China. Eso genera conflictos, suspicacias, recelos, temores. Eso se traduce en la guerra comercial por el déficit de EE.UU en el intercambio bilateral. La segunda transición es de un orden internacional liberal, de cooperación, de libre comercio, diálogo sobre medio ambiente y derechos individuales, a un contexto que refleja cambios internos, con gobiernos más conservadores y antiestablishment. No sólo en EE.UU. Hay más nacionalismo en China, India, Turquía, Rusia, ahora en Brasil, Italia, Reino Unido. Están contra los organismos multilaterales, como la ONU, la OMC, el Acuerdo de París, la UE. También crece la oposición a los gobiernos liberales en Alemania, donde Merkel ya anunció que se va, y Francia, donde Macron vio caer su popularidad al 25% en su primer año de presidencia”, expone De Santibañes.

(Lea también: Angela Merkel entre los demonios)

Tribuna. Pero la crisis de los organismos internacionales no afecta al G20, según el experto del CARI. “Porque no les quita soberanía a sus miembros. Es un espacio donde ganan influencia. Nadie lo critica. Sirve porque en este contexto es importante que los líderes se vean las caras. Eso reduce la falta de entendimiento”, opina De Santibañes, aunque otros analistas advierten que Trump suele usar estas citas para sus desplantes con mensaje para su público interno y el externo.

“La estrategia de Trump es ir al choque y después negociar, como hizo con el Nafta”, observa De Santibañes. En su gobierno existen, puertas adentro, tres posturas diferentes. Peter Navarro, el director del Consejo Nacional de Comercio y promotor de la guerra comercial, quiere llevarla hasta el extremo. El representante de Comercio de EE.UU, Robert Lighthizer, aboga por apretar al mundo hasta reformar la OMC, pero después restaurar la armonía con las demás potencias. Australia es uno de los países que lo apoyan, más allá de que critican el tradicional proteccionismo agrícola de Washington, Bruselas y Tokio. Y el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, alerta que la guerra comercial puede derivar en una recesión mundial, como aquella que originó las cumbres presidenciales del G20. Alemania, cuarta economía mundial, está contrayéndose, por ejemplo. Por eso, Mnuchin propone un pacto de aranceles razonables que permitan a Trump cantar victoria, pero sin derramar sangre.

Beijing trata de postergar el conflicto mientras su economía sigue avanzando para alcanzar algún día a la de Washington. Quiere dar señales de paz, como la visita que a principios de noviembre recibió del ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, activo a los 95 años, o la feria de importaciones que al mismo tiempo organizó en un intento de demostrar que pretende balancear su superávit comercial con el mundo. China sabe que la guerra con EE.UU le cuesta más a ella que a su rival.

Pasado. Hace diez años, ante el colapso financiero global, los países del G7 tuvieron que caer en la cuenta de que solos no podían resolverlo y convocaron al G20. Todos se pusieron de acuerdo en la necesidad de rescatar a los bancos en quiebra y algunos países como EE.UU, Reino Unido, Brasil o la Argentina propusieron programas de estímulo fiscal, frente a la moderación de Alemania y Francia. Berlín y París pretendieron poner en jaque a los paraísos fiscales, pero Washington y Londres, controlantes de muchos de esos territorios, se opusieron. La Argentina de Macri, con funcionarios que ahorran en esos paraísos, relegó el asunto de la agenda. El FMI se abrió un poco al ascenso chino, pero sin quitarle a EE.UU su poder de veto. Ahora el Fondo pide más recursos, no para el préstamo récord a la Argentina sino por si sobreviene una nueva crisis mundial.

Pero con el tiempo, el G20 ha dejado de tomar decisiones concretas y se ha convertido en un foro que abarca cada vez más temas, pero sin definiciones precisas. “Está muy pinchado”, observa aquel ex funcionario K. Pero diplomáticos extranjeros defienden el G20: “Cuantas más reuniones, más charlas, más seguros estaremos. Lo contrario sería que los líderes mundiales no se conocieran, no hablaran regularmente”. Peor es nada.

También te puede interesar

Galería de imágenes

Comentarios