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SOCIEDAD | 05-12-2018 11:45

Alimentación y grupos sanguíneos: ¿heredamos qué comer?

Una investigación sugiere dietas diferenciadas por el tipo de sangre.

El grupo sanguíneo, la geografía y la raza se han entrelazado para formar nuestra identidad humana. Podemos tener diferencias culturales, pero cuando se considera el grupo sanguíneo, se puede apreciar hasta qué punto son superficiales. Su tipo de sangre es más antiguo que su raza y más fundamental que su origen étnico. Los grupos sanguíneos no son un hecho fortuito de actividad genética aleatoria. Cada nuevo tipo de sangre fue una respuesta evolutiva a una serie de reacciones en cadena, desarrolladas durante eras de cambios ambientales.

Si bien los primeros cambios raciales parecen haber tenido lugar en un mundo que estaba compuesto casi exclusivamente por el grupo sanguíneo O, las diversificaciones raciales -junto con las adaptaciones alimentarias, ambientales y geográficas- fueron parte de la fuerza evolutiva que finalmente produjo los otros tipos de sangre. Algunos antropólogos creen que clasificar a los seres humanos en razas constituye una simplificación exagerada. El grupo sanguíneo es un determinante de la individualidad y la similitud mucho más importante que la raza. Por ejemplo, un africano y un caucásico del grupo sanguíneo A pueden intercambiar sangre y órganos y tener muchas de las mismas aptitudes, funciones digestivas y estructuras inmunológicas, características que no compartirían con un miembro de su propia raza del tipo B.

Las distinciones raciales basadas en el color de la piel, las costumbres étnicas, los orígenes geográficos o las raíces culturales no son una manera válida de distinguir a los pueblos. Los miembros de la raza humana tienen mucho más en común entre sí de lo que podríamos suponer. Todos somos potencialmente hermanos y hermanas. De sangre.

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Más que roja. A simple vista, la sangre es un líquido rojo homogéneo. Pero bajo el microscopio se ve que está compuesta por muchos elementos diferentes. Los abundantes glóbulos rojos contienen un tipo especial de hierro que nuestro organismo utiliza para transportar oxígeno y crear el característico color de la sangre. Los glóbulos blancos, mucho menos numerosos que los rojos, circulan por nuestra corriente sanguínea como tropas vigilantes, protegiéndonos contra la infección. Este complejo flujo vital de vida también contiene proteínas que proporcionan nutrientes a los tejidos, plaquetas que favorecen la coagulación y plasma que contiene los guardianes de nuestro sistema inmune.

El tipo de sangre es la clave para todo el sistema inmune del organismo. Controla la influencia de los virus, bacterias, infecciones, sustancias químicas, estrés y todo tipo de invasiones y condiciones capaces de comprometer su sistema inmune.

La naturaleza ha dotado a nuestro sistema inmune de métodos muy sofisticados para determinar si una sustancia en el organismo es o no extraña. Un método comprende a los indicadores químicos llamados antígenos, que se encuentran en las células de nuestros cuerpos.

Toda forma de vida, desde el virus más simple hasta los seres humanos mismos, tiene antígenos únicos que forman parte de su identidad química. Uno de los antígenos más poderosos en el organismo humano es el que determina su tipo de sangre. Los antígenos de los diferentes tipos de sangre son tan sensibles que cuando actúan eficazmente constituyen el mejor guardián de seguridad del sistema inmune. Cuando el sistema inmune evalúa un elemento sospechoso (es decir, un antígeno extraño de las bacterias) una de las primeras cosas que considera es el antígeno de su tipo de sangre para establecer si el intruso es aliado o adversario. Cada tipo de sangre posee un antígeno diferente, con su propia estructura química específica. Su tipo de sangre se califica por el tipo de antígeno que usted posee en sus glóbulos rojos (A, B, A y B, o ningún antígeno en el caso del grupo sanguíneo 0).

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Cuando el antígeno de su tipo de sangre percibe que un antígeno extraño ha ingresado en el sistema, lo primero que hace es crear anticuerpos contra ese antígeno. Estos anticuerpos, sustancias químicas especializadas producidas por las células del sistema inmune, están destinados a perseguir y atacar al antígeno extraño para destruirlo. Las células de nuestro sistema inmune elaboran incontables variedades de anticuerpos, y cada uno está específicamente destinado a identificar y a atacar a un particular antígeno extraño.

Cuando un anticuerpo se encuentra con el antígeno de un intruso microbiano, se produce una reacción denominada aglutinación (literalmente, un encolado). El anticuerpo ataca al antígeno viral y lo torna muy pegajoso. Cuando las células, los virus, los parásitos y las bacterias son aglutinados, se adhieren firmemente, lo que hace más fácil eliminarlos.

Las lectinas. Mientras tanto, cada vez que usted ingiere una comida se produce una reacción química entre su sangre y los alimentos, y eso es parte de nuestra herencia genética. Los sistemas inmune y digestivo todavía mantienen preferencia por los alimentos que comían los antepasados que tenían nuestro mismo tipo de sangre. Y esto se debe a un factor conocido como lectinas. Las lectinas son proteínas abundantes y diversas que se encuentran en los alimentos, y tienen propiedades aglutinantes que afectan su sangre. Son un medio que utilizan los organismos de la naturaleza para atacarse entre sí. Muchos gérmenes, e incluso nuestro propio sistema inmune, utilizan este super aglutinante para su beneficio. Por ejemplo, las células de los conductos biliares de nuestro hígado tienen lectinas en sus superficies para ayudarles a capturar bacterias y parásitos. Las bacterias y otros microbios también tienen lectinas en sus superficies, que les permiten adherirse a las mucosas del cuerpo. A menudo, las lectinas utilizadas por los virus o bacterias pueden ser específicas para un tipo de sangre, haciendo que esa sangre se torne viscosa.

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Lo mismo ocurre con las lectinas en los alimentos. Dicho en otras palabras, cuando una persona ingiere un alimento que contiene proteínas lectinas incompatibles con su antígeno de la sangre, esas lectinas atacan un órgano o sistema orgánico (riñones, hígado, cerebro, estómago) y comienzan a aglutinar las células en esa zona.

Algunas lectinas de los alimentos tienen características muy análogas a ciertos antígenos de la sangre, lo cual las convierte en adversarios entre sí. Por ejemplo, la leche tiene propiedades parecidas al tipo B; si una persona del grupo sanguíneo A bebe leche, su sistema inmediatamente comenzará el proceso de aglutinación a fin de rechazarla.

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Supongamos que una persona del tipo A come un plato de habas. Las habas se digieren en el estómago a través de un proceso de hidrólisis ácida. Sin embargo, la proteína lectina es resistente a la hidrólisis ácida. No llegan a ser digeridas, sino que permanecen intactas. Pueden interactuar directamente con las paredes del estómago o del tracto intestinal, o ser absorbidas en el torrente sanguíneo junto con los nutrientes de las habas digeridas. Las diferentes lectinas afectan a diferentes órganos y sistemas orgánicos.

Una vez que la proteína lectina intacta se instala en algún lugar del organismo, literalmente tiene un efecto magnético sobre las células de esa área. Aglutina las célu-las e intenta destruirlas, como si ellas también fueran cuerpos extraños. Esta aglutinación provoca el síndrome de intestino irritable o de cirrosis hepática, o bloquea la irrigación sanguínea renal por nombrar sólo algunos de los efectos.

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El 95 por ciento de las lectinas que absorbemos de nuestra dieta típica son desechadas por el organismo. Pero al menos un 5 por ciento de las que ingerimos se infiltran en el torrente sanguíneo, donde reaccionan y destruyen los glóbulos rojos y blancos. A menudo crean una aguda inflamación de la mucosa sensible de los intestinos, y su acción aglutinante puede parecer una alergia a los alimentos. Incluso una cantidad diminuta de lectina es capaz de aglutinar un gran número de células si ese particular tipo de sangre es opuesto o reactivo.

Esto no quiere decir que una persona repentinamente tenga que ser cautelosa con todos los alimentos que come. Después de todo, las lectinas son muy abundantes en las legumbres, los frutos de mar, los granos y los vegetales. No es fácil eliminarlas de la dieta. La clave es evitar las lectinas que aglutinan sus células en particular, lo cual está determinado por su tipo de sangre. Por ejemplo, el gluten, la lectina más común que se encuentra en el trigo y otros granos, se adhiere a las paredes del intestino delgado, causando una considerable inflamación e irritación dolorosa en algunos tipos de sangre, especialmente en el tipo O.

Las lectinas varían ampliamente, de acuerdo con su origen. Por caso, la lectina que se encuentra en el trigo tiene características diferentes a la lectina de la soja, y se une a una combinación diferente de azúcares; cada uno de estos alimentos es peligroso para algunos tipos de sangre, pero beneficioso para otros.

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