Igual que les sucede a las mujeres anónimas, las actrices denunciantes de acoso o abuso sexual pasan a ser evaluadas con un medidor descalibrado: hizo falta que aparecieran portadoras de apellido o prestigio familiar (Rita Pauls, Cecilia Roth) denunciando a un comediante (Tristán) para que el asunto fuera tomado en serio. Al parecer, que el colega se hubiera metido con una bailarina (Cinthia Fernández) era admisible.
Según ese difundido criterio, si la víctima es sensual o pertenece a determinadas actividades, se tiene que aguantar lo que venga. O como dijo esta semana la ejecutiva de empresas afecta a los trajecitos Isela Costantini, “si te pusiste el escote, hacete cargo”.
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Desde un noticiero del mediodía, Nicolás Repetto también indagó en el comportamiento de las abusadas. Argumentó que, en su larga carrera como modelo y actriz, a su bella mujer nadie la acosó. Es decir, ella no se lo buscó.
En la hipótesis del maltrato sexual merecido, los varones del siglo XXI son adanes tardíos del paraíso bíblico que en el tránsito de era se saltearon la socialización. Y ya sabemos lo que Eva les hizo. Irrefrenables animalitos de Dios tentados por el mal que asoma desde un escote, las piernas torneadas, el calce del pantalón, los labios carmesí o, acaso, la mera actitud.
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Porque también entran en el lote de mujeres dignas de escarmiento las que tienen una vida sexual hiperactiva y las que no llegan a plantarle batalla al atacante. Se suponen a salvo quienes cubren sus partes con rigor victoriano y andan por la vida en horarios adecuados y por lugares amigables. Precavidas de los hombres, esos depredadores en potencia a la espera de un guiño activador. ¿Y si la culpa la tienen los culpables?
* Editora ejecutiva de NOTICIAS.
por Alejandra Daiha*
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