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CIENCIA | 12-01-2019 08:29

Cuál es la relación entre la felicidad y el cerebro

Explicaciones acerca de dónde se origina la felicidad y por qué. Dudas y certezas en un bestseller neurocientífico.

¿Quieren saber de dónde viene la felicidad? Pues muy bien. ¿Qué es la felicidad? Es un sentimiento, o una emoción, o un estado de ánimo, o un estado mental, o algo por el estilo. Sea como fuere que la definamos, resulta sumamente difícil negar que, en su nivel fundamental, es algo producido por el cerebro.

Pese a sus pocos cientos de gramos de peso, el cerebro humano realiza una cantidad asombrosa de trabajo y tiene centenares de partes diferentes haciendo miles de cosas distintas a cada segundo, y todo ello nos proporciona la rica y detallada existencia que tan inconscientemente damos por descontada. Así que por supuesto que la felicidad viene del cerebro, pero necesitamos saber de dónde viene exactamente la felicidad, qué parte del cerebro la produce, qué región la sustenta, qué área reconoce la presencia de hechos que inducen esa felicidad.

Aunque muchas veces se concibe como un ente único (y sorprendentemente feo), el cerebro es también un órgano que puede descomponerse en un elevadísimo número de componentes individuales. Tiene dos hemisferios (derecho e izquierdo) formados por cuatro lóbulos diferenciados (frontal, parietal, occipital y temporal), cada uno de los cuales se compone a su vez de abundantes regiones y núcleos diferentes.

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Todos estos componentes están hechos, a su vez, de células cerebrales (neuronas) y de muchas otras células de apoyo vital (gliales) que mantienen todo en funcionamiento. Cada célula consiste, en esencia, en un complejo sistema de sustancias químicas. Así que podría decirse que, como ocurre con la mayoría de órganos y entes vivos, el cerebro es un gran conglomerado de componentes químicos. Sustancias químicas dispuestas de formas y modos complejos, pero sustancias químicas al fin y al cabo.

(…) El cerebro es, en esencia, una masa enorme e increíblemente compleja de neuronas, y todo lo que hace depende (y es resultado) de pautas de actividad generadas en esas neuronas. Una señal electroquímica, un impulso conocido por el nombre de “potencial de acción”, viaja a lo largo de una neurona y, cuando alcanza el extremo final de esta, se transfiere a la siguiente, y así sucesivamente hasta que llega a destino.

El patrón y el ritmo de esas señales, de esos potenciales de acción, pueden variar enormemente, y las cadenas de neuronas que los transmiten por relevo pueden ser increíblemente largas y ramificarse de manera casi interminable, dando lugar a miles de millones de patrones, a billones de cálculos posibles, sustentados por conexiones establecidas entre casi todas las regiones del cerebro humano. Eso es lo que hace que el cerebro sea tan potente.

Procesos. El lugar en el que la señal se transfiere de una neurona a la siguiente tiene una importancia crucial. Esa transmisión se produce en la sinapsis, que es el punto de encuentro entre dos neuronas. No obstante, no existe ningún contacto físico significativo entre dos neuronas: la sinapsis propiamente dicha es el hueco que hay entre una célula nerviosa y la siguiente, no un punto material sólido.

¿Cómo viaja una señal de una neurona a otra si estas no se tocan entre sí? Mediante los neurotransmisores.

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La señal llega al extremo terminal de la neurona precedente en la cadena y eso activa en dicha célula la liberación de neurotransmisores en el hueco de la sinapsis. Cuando esos neurotransmisores interactúan con unos receptores específicos para ellos que se encuentran en el extremo inicial de la segunda neurona, esta recoge la señal y la reenvía hasta la siguiente neurona en la cadena.

El cerebro usa una gran diversidad de neurotransmisores y cada uno de ellos tiene un efecto palpable sobe la actividad y el comportamiento de la neurona siguiente. Los neurotransmisores se caracterizan por su flexibilidad: los hay que incrementan la intensidad de la señal; los hay que la reducen; los hay que la detienen; los hay que provocan reacciones totalmente diferentes.

¿Es posible que haya un neurotransmisor, una sustancia química, responsable de la producción de felicidad? Son varios los candidatos.

Nominados. La dopamina es uno de los más evidentes. La dopamina es un neurotransmisor que desempeña una amplia variedad de funciones en el cerebro, pero una de las más conocidas y contrastadas es su papel en la generación de placer y gratificación o recompensa.

La dopamina es el neurotransmisor que sustenta toda la actividad del circuito mesolímbico de recompensa en el cerebro. Siempre que el cerebro de una persona detecta que esta ha hecho algo que él aprueba (beber agua cuando tenía sed, huir de una situación de peligro, intimar sexualmente con otra persona, por casos), recompensa ese modo de actuar de un modo muy característico: haciendo que la persona experimente un breve pero, a menudo, intenso placer desencadenado por la segregación de dopamina. Y el placer da felicidad. El circuito dopaminérgico de recompensa es la región cerebral responsable de ese proceso.

También hay pruebas que indican que la segregación de dopamina se ve afectada por lo sorprendente que sea una recompensa o una experiencia. Cuanto más inesperado es algo, más lo disfrutamos, algo que, al parecer, se debe a la cantidad de dopamina liberada por el cerebro. Las recompensas esperadas se corresponden con un aumento inicial de dopamina que enseguida amaina. Pero las recompensas inesperadas activan un nivel de segregación aumentada de dopamina durante un periodo más prolongado desde el momento en que se experimenta la recompensa.

Pero sustentar el placer y la gratificación solo es uno de los múltiples y variados papeles y funcionaes de la dopamina en el cerebro.¿Podría ser que otras sustancias químicas tuvieran funciones más específicas en lo referente a la inducción de placer?

Los neurotransmisores llamados endorfinas son el verdadero pez gordo de las sustancias químicas causantes de placer. Tanto se si liberan al atiborrarse de chocolante o durante el subidón del sexo, las endorfinas proporcionan esa vertiginosa e intensa sensación de calidez que invade todo nuestro ser.

Ciertas drogas opiáceas, como la heroína y la morfina, actúan porque activan los receptores de endorfina en el cerebro y el organismo. Esas drogas son tan placenteras como debilitantes.

Algunas estimaciones calculan que la potencia de la heroína sólo es un 20% de la de las endorfinas naturales. Aunque es una mala noticia para los adictos al placer, los seres humanos tienen mucho que agradecer a que el cerebro use las endorfinas con ese sumo cuidado. Las libera como respuesta a un dolor y un estrés intensos. Un buen ejemplo de ambas cosas a la vez es el momento del parto.

Uno de los problemas de las explicaciones basadas en las dopaminas y en las endorfinas es que dan por supuesto que “felicidad” es lo mismo que “placer”. Y aunque es posible (e incluso normal) ser feliz experimentando placer, para ser verdaderamente feliz una persona necesita mucho más que eso.

La vida es más que una serie de momentos eufóricos. La felicidad tiene que ver, también con la alegría, la satisfacción, el amor, las relaciones, la familia, la motivación, el bienestar y muchas otras palabras habituales en los memes de Facebook. ¿Sería posible que hubiera una sustancia química que sirviera de soporte a todas esas cuestiones más profundas? Quizá.

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Más que placer. Una aspirante sería la oxitocina. La oxitocina tiene una reputación poco habitual: a menudo se la llama la hormona del amor o de los abrazos. El papel mejor contrastado de la oxitocina es el de sustancia química que se libera en dosis elevadas durante el trabajo de parto y durante el amamantamiento.

Es clave para ese encuentro, que no deja de ser el más fundamental que puede haber entre dos individuos humanos: causa el inmediato e intenso vínculo afectivo que se produce entre la madre y el bebé, está presente en la propia leche materna e induce la lactancia. No obstante, a la oxitocina se la ha relacionado también con otras situaciones: con la excitación y las respuestas sexuales, con el estrés, con la interacción social y hasta con la fidelidad.

Tan amplio radio de acción da pie a toda una serie de extrañas consecuencias. Por ejemplo, la oxitocina es importante para la formación y la potenciación de los lazos sociales, pero también se libera durante las relaciones sexuales. Eso podría explicar por qué a tan a menudo citada situación de los “amigos con derecho a roce” es tan difícil de mantener.

Gracias a la oxitocina, la interacción sexual puede alterar en lo más fundamental la percepción que uno de los dos amigos tiene del otro y transformar lo que era una atracción puramente física en un afecto y un anhelo genuinos. La oxitocina es lo que crea el “amor” mientras se hace el amor.

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Podríamos decir mucho más al respecto, pero lo esencial es que la oxitocina es un ingrediente fundamental para que el cerebro experimente sensaciones como el amor, la intimidad, la confianza, la amistad y los vínculos afectivos sociales. Sólo los más cínicos se atreverían a decir que estas cosas no son cruciales para una felicidad duradera. Así pues ¿podemos afirmar que la oxitocina es responsable de la felicidad? No precisamente.

Quizás les parezca que lo cierto es que el placer y la intimidad conducen a la felicidad y que, por tanto, cualquier sustancia química que produzca esas sensaciones no es más que una causante indirecta de la felicidad. ¿Existe alguna sustancia química que directamente nos haga felices? Puede que la serotonina, que es un neurotransmisor empleado en una gran variedad de procesos neurológicos. Tiene una gran diversidad de funciones, como facilitar el sueño, controlar la digestión y (la más relevante en este caso) regular el humor o el estado de ánimo.

La serotonina es, al parecer, vital para que podamos sentirnos animados, que es otro modo de decir alegres o "felices". Pero tampoco es la serotonina por sí misma. Todo parece indicar que tratar de atribuir la felicidad a una sustancia química concreta es un error de enfoque. Los compuestos químicos intervienen en el proceso, pero no son una causa.

*Fragmento de "El cerebro feliz", Dean Burnett, Ed. planeta. 

por R. N.

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