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CIENCIA | 28-01-2019 14:22

Cuerpos en forma: más dieta que ejercicio

La alimentación es más determinante que la actividad física para perder peso.

La epidemia mundial de obesidad es uno de los mayores problemas de salud pública actuales. Unos 600 millones, o el 13 por ciento, de los adultos del planeta eran obesos en el año 2014, una cifra que se había más que duplicado desde 1980. De continuar esta tendencia, los expertos predicen que la mitad de la población será obesa para el 2030.

Uno de los consejos más comunes que reciben las personas cuando intentan perder peso es que deben hacer más ejercicio. Y la actividad física sí ayuda a mantener corazón, cerebro, huesos y otras partes del cuerpo en buen funcionamiento. Pero estudios realizados en diferentes partes del mundo muestran que el ejercicio es responsable por solamente un tercio del gasto energético total. El metabolismo basal del cuerpo, es decir, la energía que necesita para mantenerse en reposo, constituye los otros dos tercios. Aunque poco se conozca al respecto, lo cierto es que las áreas del cuerpo con mayor requerimiento de energía son el cerebro y ciertos órganos internos, como el corazón y los riñones.

Buena parte de los investigadores especializados en temas de salud pública y evolución humana vienen asumiendo desde hace mucho tiempo que los antepasados cazadores-recolectores humanos quemaron más calorías que las que utilizan las personas que actualmente viven en ciudades y pueblos. Muchos argumentan que esta reducción en el gasto diario de energía está detrás de la pandemia mundial de obesidad en el mundo desarrollado, y que todas esas calorías no quemadas se acumulan lentamente como grasa.

Pero las cosas no son tan sencillas. Diversos investigadores han documentado que las necesidades en cuanto a la cantidad de calorías diarias son similares en diferentes culturas, incluso cuando se comparan poblaciones muy sedentarias de países desarrollados con poblaciones indígenas que llevan vidas muy activas. Herman Pontzer, experto en antropología evolutiva de la Universidad de Duke (Estados Unidos) midieron los requerimientos calóricos de los Hadza, que viven en el norte de Tanzania, un grupo de cazadores-recolectores, y halló que los varones necesitaban 2.649 calorías en promedio por día. Las mujeres que, como los hombres, tienden a ser más pequeñas que sus contrapartes en otras regiones, sólo necesitaban 1.877. Otro estudio sobre los indígenas Yakut de Siberia demostró que los requisitos eran de 3.103 calorías para los hombres y 2.299 para las mujeres. Y se descubrió que los miembros de los aymaras que viven en el altiplano andino requerían 2.653 calorías en el caso de los varones, y 2.342 las mujeres.

“Nuestros datos indican que, contrariamente a lo que suele pensarse, los seres humanos tienden a quemar la misma cantidad de calorías, independientemente de cuán físicamente activos sean -explica Pontzer en un libro reciente-. Sin embargo, hemos evolucionado para quemar considerablemente más calorías que nuestros primos primates. Estos resultados ayudan a explicar dos enigmas que pueden parecer dispares al principio pero que, de hecho, están relacionados: primero, por qué el ejercicio generalmente no ayuda a perder peso; y, segundo, cómo surgieron algunos de los rasgos únicos de la humanidad”.

Para sumar diferencias, el antropólogo resume: “Durante casi los últimos dos millones de años, tanto los seres humanos como sus ancestros han estado viviendo y evolucionando como cazadores-recolectores. La agricultura sólo comenzó hace unos 10.000 años, las ciudades industrializadas y la tecnología moderna tienen apenas unas pocas generaciones. Poblaciones como la Hadza, una de las últimas del mundo que siguen siendo cazadoras y recolectoras, son clave para entender cómo evolucionaron nuestros cuerpos antes de las vacas, los autos y las computadoras.”

Caminos que no conducen a Roma. En un estudio publicado en 2008, ya por entonces Amy Luke, investigadora especialista en salud pública de la Universidad Loyola de Chicago (Estados Unidos) comparó el gasto de energía y la actividad física en mujeres rurales de Nigeria y en mujeres afroamericanas habitantes de la ciudad de Chicago. Al igual que el estudio de Hadza, el suyo no encontró diferencias en el gasto diario de energía entre las poblaciones, a pesar de las grandes diferencias en los niveles de actividad.

En un seguimiento de ese trabajo Lara Dugas, también de Loyola, junto con Luke y otros, analizaron datos de 98 estudios en todo el mundo y mostraron que las poblaciones más modernas y desarrolladas del mundo tienen un gasto energético similar al de que se registra en los países menos desarrollados en los que la vida cotidiana tiene más exigencia física.

“Los seres humanos no son las únicas especies con una tasa fija de gasto de energía -advierte Pontze-. Inmediatamente después del estudio de Hadza, realicé uno para medir el gasto diario de energía entre los primates, grupo de mamíferos que incluye monos, monos, lémures y… nosotros. Encontramos que los primates en cautiverio que viven en laboratorios y zoológicos gastan la misma cantidad de calorías cada día que los que viven en la naturaleza, a pesar de las diferencias obvias en la actividad física”. Son varias las investigaciones que indican lo mismo. En el año 2013, investigadores australianos hallaron gastos de energía comparables en ovejas y canguros mantenidos en cercos o a los que se les permitió vagar libremente. Y más acá en el tiempo 2015, un equipo chino informó sobre gastos de energía similares tanto entre pandas gigantes que viven en zoológicos como entre sus congéneres libres.

“Toda esta evidencia apunta a sugerir que la obesidad es una enfermedad de la gula y no de la pereza. Las personas aumentan de peso cuando las calorías que consumen exceden las calorías que gastan. Si el gasto diario de energía no ha cambiado a lo largo de la historia humana, las principales culpables de la pandemia de obesidad moderna deben ser las calorías consumidas”, hipotetiza.

Sin culpas. Pero la nueva ciencia ayuda a explicar por qué el ejercicio es una herramienta tan pobre para perder peso. Nuestros cuerpos han estado conspirando contra nosotros desde el principio. Dicen ahora los expertos que los alimentos que comemos afectan nuestra salud, y el ejercicio combinado con los cambios en la dieta puede ayudar a evitar los kilos no deseados una vez que se ha alcanzado un peso saludable, pero la evidencia indica que es mejor pensar en la dieta y el ejercicio como herramientas diferentes con diferentes fortalezas. Ejercicio para mantenerse sano y vital; la dieta para cuidar el peso.

“La obesidad, caracterizada por el exceso de grasa corporal y medida como 120 por ciento o más del peso ideal, es demasiado compleja para ser resuelta con soluciones rápidas -advierten Susan Roberts y Sai Krupa Das en un artículo escrito para Scientific American-. No es fácil averiguar por qué comemos lo que comemos, cómo el cuerpo controla el peso y cómo lograr que las personas cambien sus hábitos poco saludables”.

Y describe: “En nuestros estudios hemos hallado, por ejemplo, que el ejercicio no es lo más importante en lo que debe centrarse una persona que quiere perder peso, aunque tiene muchos otros beneficios para la salud, incluida la capacidad de mantener un peso saludable. Comprobamos que diferentes personas pierden peso de un modo más efectivo con diferentes alimentos. Por eso creemos que es importante crear planes personalizados de pérdida de peso para personas que funcionan mejor que cualquier consejo universal”.

¿Cuánta energía se necesita para alimentar al cuerpo humano promedio? Esta pregunta directa no es fácil de responder. La gente obtiene su energía de la comida, por supuesto. Pero para que las personas usen esa energía, la comida debe descomponerse o metabolizarse para convertirse en el equivalente de la nafta para un automóvil. El oxígeno que respiramos ayuda a quemar ese combustible, y todo lo que no se usa de inmediato se almacena en el hígado como glucógeno (una forma de carbohidrato) o grasa.

Cuando no hay más espacio disponible en el hígado, el exceso se almacena en las células grasas. Además, el metabolismo crea dióxido de carbono, que exhalamos, además de otros productos de desecho que se excretan como la orina y las heces. El proceso se ejecuta en diferentes niveles de eficiencia en diferentes individuos y en diferentes circunstancias en el mismo individuo.

Claves. La fórmula para mantener un peso estable es no consumir más calorías de las que el cuerpo necesita para mantenerse su temperatura corporal, cumplir con sus funciones básicas y moverse. Pero, de acuerdo con las investigaciones, el cuerpo puede extraer aproximadamente cuatro calorías de energía por cada gramo de proteínas y carbohidratos ingeridos, y nueve calorías por gramo de grasa. El problema es que la comida no llega a los seres humanos como proteína pura, carbohidratos o grasa. El salmón se compone de proteínas y grasas. Las manzanas contienen carbohidratos y fibra. La leche posee grasa, proteínas, carbohidratos y mucha agua. De modo que, dicen los especialistas, las propiedades físicas y la composición de un alimento desempeñan un papel más importante en la forma en que el cuerpo puede digerir y absorber las calorías de lo que se había previsto.

“Un estudio reciente realizado por nuestro equipo analizó lo sucedido cuando grupos de voluntarios consumieron una dieta integral que incluía 30 gramos de fibra dietética en comparación con la dieta estadounidense más típica que contenía la mitad de fibra -describe Roberts-. Detectamos un aumento en la cantidad de calorías perdidas a través de las heces y, además, un aumento en el metabolismo. En conjunto, estos cambios representaron un beneficio neto de casi 100 calorías por día, lo que puede tener un efecto sustancial en el peso después de algunos años”.

No todas las calorías son iguales, al menos para los frutos secos y los cereales ricos en fibra. Es probable entonces que, a medida que los científicos comprendan mejor con cuánta eficiencia son digeridos los diferentes alimentos y cómo afectan la tasa metabólica del cuerpo, puedan hallar otros ejemplos capaces de explicar la facilidad o la dificultad que tienen muchas de personas a la hora de controlar su peso.

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