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OPINIóN | 17-04-2019 13:01

Izquierdas unidas: aliados del horror

Quiénes aún defienden al régimen de Nicolás Maduro, a pesar de la tragedia humanitaria que causó en Venezuela.

En qué creen los que no creen que Nicolás Maduro sea una calamidad. Vale parafrasear el título del libro en el que Umberto Eco y Carlo María Martini dialogan sobre “la ética en el fin del mundo”, para intentar comprender a los izquierdistas que aún hoy defienden al régimen facineroso que hundió un país con inmensas riquezas.

En el mundo, hay izquierdas que lo siguen defendiendo por haber recibido, o por estar recibiendo, financiamiento o prebendas desde Caracas. Pero también están las que lo hacen por razones ideológicas. Esas son las inexplicables.

Sucede que, a esta altura de la sangre derramada por la represión y de la diáspora causada por la destrucción de la economía, el respaldo que ciertas izquierdas de la región y del mundo dan a la ruinosa nomenclatura chavista, ya no sólo revela cultura autoritaria; también revela negligencia en forma de masturbación ideológica.

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Imbecilidad. Las explicaciones de ese posicionamiento sólo pueden abordarse desde la idea de “imbecilidad política” que planteó Ortega y Gasset; o desde la “hemiplejía moral” que Jean-Francois Revel atribuyó al maniqueísmo de izquierda. Apoyar a una dictadura calamitosa por razones ideológicas explica cabalmente lo que quiso decir el filósofo español en un prólogo de su libro “La Rebelión de las Masas”, al afirmar que en ciertas circunstancias “ser de izquierda, como ser de derecha, es una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”.

Por su parte, el pensador liberal francés acusaba al izquierdismo de juzgar a dirigencias y regímenes, no por los hechos que producen, sino por la posición política que tengan. Desde el enfoque de Revel masacrar, censurar, robar, torturar o acumular presos políticos no son hechos malos en sí mismos, sino dependiendo del signo ideológico del poder que los comete.

Como la casta político-militar que impera en Venezuela tiene discurso y simbología izquierdistas, algunas izquierdas lo defienden a pesar de su criminal represión, sus cárceles colmadas de disidentes, la destrucción de PDVSA, la pobreza generalizada, la falta de alimentos y medicamentos, la debacle del sistema de salud, el colapso del sistema energético y las demás tragedias humanitarias que han causado la diáspora más grande de la historia americana.

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Amigos. Autócratas como los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Turquía, Recep Erdogán, así como también la reaccionaria teocracia persa, el capitalismo autoritario chino y los gobiernos caribeños que reciben petróleo gratis o fuertemente subsidiado, apoyan a la nomenclatura chavista, o bien por conveniencias económicas, o bien por estrategias geopolíticas. En ambos casos, aunque cuestionable, lo que hacen tiene fundamento lógico.

También es lógico, aunque despreciable, el apoyo de las dirigencias que han recibido financiamiento, prebendas o la posibilidad de hacer suculentos negocios gracias a la política que inició Hugo Chávez para comprar lealtades en el exterior.

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Las autocracias que se están apropiando de riquezas estratégicas de Venezuela a partir de la pavorosa ineptitud del régimen, no tienen que pagar precios políticos por seguir apoyándolo. Si lo tienen, y lo pagan con resignación, las dirigencias que recibieron financiamiento o prebendas. Pero el caso curioso no son los apoyos que responden a intereses concretos y visibles sino las izquierdas que, sin esconder razones inconfesables, defienden y apoyan a Maduro. Para estos casos enigmáticos habría dos posibles explicaciones: una, es la “imbecilidad” aludida por Ortega y Gasset. La otra, tiene que ver con la significación que Revel le dio al concepto “hemiplejía moral”.

Para oponerse a un ataque norteamericano o a una guerra que involucre a los países que buscan un cambio de régimen, no hace falta defender lo indefendible. La diáspora de dimensiones bíblicas es la muestra más contundente de la tragedia causada por un poder esperpéntico.

Si los defensores de ese liderazgo militarizado necesitaban más pruebas de sus crímenes de lesa humanidad, se las mostró la denuncia que hizo Michelle Bachelet desde el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Algunos de los que están obligados a devolver favores al régimen de Caracas, eluden defenderlo abiertamente, limitándose a decir que Maduro es un presidente legítimo y que sacarlo por la fuerza o adelantando elecciones, implica cometer golpe de Estado.

Habría que preguntarles si están de acuerdo con las proscripciones de partidos y de dirigentes, porque para los comicios presidenciales del 2018 el régimen había proscripto a la coalición opositora y a sus principales figuras, además de otra larga lista de trapisondas que invalidan cualquier legitimidad que quiera darse a Maduro.

Entre los que sostienen que el actual mandato de Nicolás Maduro es legítimo porque surgió de un proceso electoral legítimo, hay sectores del kirchnerismo. Increíble, porque que parecen olvidar que el peronismo siempre invalidó, y con toda la razón, las elecciones que se realizaron con el peronismo proscripto.

Para ellos está mal proscribir al peronismo y a Perón, pero está bien que en Venezuela se proscriba a la mesa de Unidad Democrática (MUD), siendo la principal alianza opositora, además de proscribir las candidaturas de dirigentes de la primera línea de las fuerzas disidentes, como Henrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López, Antonio Ledesma y tantos otros.

Violaciones. También está a la vista que, ni bien la oposición fue mayoría en la Asamblea Nacional, sus facultades de legislar fueron anuladas por el Poder Ejecutivo en complicidad con el Poder Judicial, que es en realidad, y a todas luces, un brazo del Ejecutivo, igual que la Asamblea Nacional Constituyente. Cuando Fujimori clausuró el Congreso peruano, la región le aplicó un cerco diplomático hasta que restableció al poder legislativo. Y también se le aplicó una fuerte presión cuando, para seguir en el poder, cometió un fraude tan visible como el de Maduro para conseguir este mandato que amplias mayorías rechazan. De hecho, esa presión externa colaboró a que Fujimori terminara huyendo y refugiándose en Japón.

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Si hubiera honestidad intelectual en muchos de los defensores ideológicos del régimen venezolano, llamarían las cosas por su nombre. Por ejemplo, lo que hace Cuba desde hace una década y media llevándose el petróleo gratis, no sólo para el consumo de la isla sino también para exportarlo en beneficio propio, se llama colonialismo extractivo. Y para asegurarse la continuidad de ese despojo, La Habana maneja los servicios de inteligencia y los resortes claves del ejército de Venezuela.

Es legítimo oponerse a una acción militar externa. Pero deplorar un ataque norteamericano es una cosa, y defender a un régimen forajido que entregó el país a mafias, milicias y potencias extranjeras, es otra muy distinta. La defensa que hacen ciertas izquierdas sólo puede explicarse por el defecto moral que describió Jean-Francois Revel, o por pertenecer a ese izquierdismo que Ortega y Gasset consideró como una de las formas de la imbecilidad.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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