"Ser paki es aburrido”. Se lo dice una adolescente a su madre de cuarenta y pico, algo sorprendida por el revival de un término que no escuchaba desde los noventa. “No seas paki” es también un reclamo de moda.
A diferencia de lo que significa en Europa, donde se utiliza despectivamente para identificar sin sutileza a inmigrantes surasiáticos, en la Argentina el término paki lo empezaron a aplicar a principios del siglo XX –también en forma despectiva- gays y lesbianas al referirse a los heterosexuales (una discriminación desde la minoría, algo así como el goy para los judíos).
Hay muchas versiones sobre el origen de la palabra pero la más sustentada la ubica como apócope de paquidermos, animales lentos, de piel dura, que representan el modo en que, desde la disidencia, perciben a los heterosexuales en la cama: torpes, pesados y englobados en una categoría taxonómica perimida. La novedad es que la palabra saltó del nicho de origen para popularizarse entre los centennials (la generación de nacidos entre 1997 y 2010) que crecieron bajo el influjo de nuevas leyes como la de matrimonio igualitario (2010) y la de identidad de género (2012). Y estimulados por celebridades –Miley Cyrus, Kristen Stewart, Cara Delevigne- para las que la amplitud amatoria es seña particular. Los centennials descreen de las etiquetas.
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Sobre todo entre los adolescentes educados en sectores urbanos e intelectuales, se expande cierto rechazo a la sexualidad convencional, pero más aún a los encasillamientos del llamado “binarismo” (masculino/femenino). Hablan de “género fluido” (identidad sexual cambiante) y creen que ser “cis” (personas cisgénero, aquellas cuya orientación coincide con su sexo biológico) es apenas una opción dentro de un menú diverso.
Una investigación de Ana Lía Kornblit y Sebastián Sustas, del Instituto Gino Germani (Facultad de Ciencias Sociales, UBA) que analizó actitudes y prácticas sexuales de jóvenes escolarizados en el nivel medio de la enseñanza pública revela, en comparación con sondeos previos en la misma población, un progresivo alejamiento de las concepciones tradicionales sobre la sexualidad. En 2005, la homosexualidad era considerada “una práctica inmoral y pecaminosa” o bien “una enfermedad” por el 52% de los encuestados, mientras que el 44% la definía como “una práctica sexual más”. Siete años más tarde, las respuestas de las dos categorías agrupadas se situaban en el 29% mientras que las opiniones más tolerantes alcanzaron al 69% de los entrevistados.
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Son la generación que vino a naturalizar una nueva mirada que acelera transformaciones: el censo nacional 2020 del Indec incluirá, por primera vez, la noción de identidad de género. Después de preguntar por el sexo de nacimento, se interrogará a los encuestados acerca de su autopercepción: podrán reconocerse como mujer, varón, trans o de género ignorado. Meses atrás, la provincia de Mendoza debutó en un reconocimiento inédito: asentó en un Registro Civil la identidad de una persona de 32 años como de “sexo indefinido”. Ya no necesitará demostrar legalmente la adscripción a un género específico.
El futuro unisex se expresa también en cambios sutiles de costumbres y conductas. La moda andrógina salta de la alta costura a los uniformes escolares de los que van desapareciendo corbatas y polleras plisadas en favor de joggings indiferenciados. Y el nuevo Código de Planeamiento Urbano habilita desde este año la posibilidad de baños mixtos, medida a la que ya se le habían anticipado el año pasado varios centros de estudiantes secundarios que impulsaron la creación de “baños inclusivos”. Los primeros en trascender fueron los de una escuela del barrio de Flores y otra de Tigre.
La revista norteamericana Time ya había llevado a su tapa hace dos años el tema de la laxitud de género, bajo el título “Beyond he or she” (Más allá de él o ella). Lo hizo a partir de una encuesta realizada por la Ong LGBTQ Glaad, según la que el 20% de los milennials (la generación anterior) no se reconoce estrictamente heterosexual.
“Hay algo entre nacer de una manera y elegir”, dice Stephanie Sanders, científica senior del Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana que estudia el comportamiento sexual humano. “¿Es biología o educación?”, es la pregunta tramposa que a la investigadora le hicieron mil veces: “Siempre somos, en todo momento –responde una vez más- producto de ambos.”
*EDITORA Ejecutiva de NOTICIAS.
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