El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, saluda al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a su llegada al Ala Oeste de la Casa Blanca en Washington, D. C.. (SAUL LOEB / AFP)

Te amo, te odio, dame más

La oscura danza de Trump y Netanyahu en el escenario donde, paradójicamente, el Nobel a María Corina Machado mejora la perspectiva de paz en el Oriente Medio.

Lo mejor que pudo hacer el Comité Noruego que decide el Nobel de la Paz, tanto para el pueblo venezolano como para israelíes y palestinos, es haber premiado a María Corina Machado.

Si cediendo a la visible presión de Washington se lo hubiera dado a Donald Trump, no le habría recordado al mundo que Maduro robó la voluntad popular en las urnas del 2024, y le habría quitado al magnate neoyorquino el aliciente que necesita para impulsar la pacificación de Gaza sin echar a su población nativa como pretendía Netanyahu.

Trump merecerá el Nobel de la Paz cuando el proceso que impulsó con su propuesta de 20 puntos haya desembocado en la Solución de los Dos Estados. Si lo hubiera ganado ahora no habría garantías de continuidad en la presión sobre Benjamín Netanyahu para poner fin al conflicto palestino-israelí.

Nadie espera del magnate neoyorquino la entereza de Le Duc Tho cuando rechazó el Nobel que le dieron en 1973 porque aún había sangrientos combates en Vietnam, a pesar de sus esfuerzos negociadores.

En toda la historia de la distinción escandinava, Trump es el único que se auto-postuló y se auto-proclamó merecedor de ese premio. Lo obsesiona el Nobel, no las paces que lo hicieran obtenerlo. Por lo tanto, una vez en sus manos, el fin del conflicto palestino-israelí dejaría de ser una prioridad para él.

Como el premio fue para María Corina Machado, Trump queda obligado a seguir presionando a Netanyahu para que se cumplan los 20 puntos del acuerdo. A su vez Egipto, Qatar y Turquía deberán presionar a Hamás hasta que esa organización criminal haya entregado el último Kalashnikov.

Los nudos gordianos que aún quedan por desatar explican un contrapunto entre Trump y Netanyahu que pasó desapercibido.

La portada de todos los diarios del mundo y también un retrato que quedará en la historia, fue Donald Trump ovacionado en la Knesset horas después del regreso de los últimos rehenes israelíes que quedaban en la Franja de Gaza.

En la primera fila, Benjamín Netanyahu con un rostro indescifrable. En sus respectivos discursos, el visitante y el anfitrión intercambiaron párrafos malamente encriptados. El primer ministro calificó a Trump como “el mejor amigo” que Israel ha tenido en la Casa Blanca en toda su historia y expuso tres razones para justificar esa calificación. La primera es que trasladó la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén. Ligada a ésta, la segunda razón expuesta por Netanyahu es el reconocimiento de Trump a Jerusalén como capital indivisible del Estado judío, mientras que la tercera razón es que avaló la multiplicación de asentamientos de colonos en Cisjordania.

Eso que parece un agradecimiento de Netanyahu a Trump, en realidad fue un recordatorio de sus anteriores compromisos con posiciones que quedaron a contramano de la propuesta que finalmente enarboló y permitió la liberación de los rehenes y el cese del fuego en Gaza.

La propuesta que le permitió a Trump lucirse como el “auto” de este paso hacia la paz, fue tomada de lo que propuso desde mediados de esta guerra la Fundación del ex primer ministro británico Tony Blair, y también de las ideas que promovía el gobierno de Joe Biden.

Netanyahu rechazaba tanto la propuesta de Blair como las similares iniciativas de Biden, porque abrían la posibilidad de un Estado palestino como desembocadura final del proceso, retomando las bases de negociación que tienen consenso internacional.

Trump también rechazaba las propuestas de Blair y de Biden, hasta que se las apropió para avanzar varios casilleros en el tablero del Premio Nobel de la Paz. Ni la capitalidad de Jerusalén ni la multiplicación de asentamientos coloniales en Cisjordania tienen el aval internacional. Al contrario.

Antes de plagiar las propuestas de Biden y Blair, Trump las rechazaba y avalaba el proyecto expansionista de Netanyahu. Por eso, ahora que cambió de posición para acercarse al Nobel, Netanyahu le recordó en la Knesset cuál era su posición original al respecto.

Hace sólo ocho meses, el mismo día que sacó a Estados Unidos del  Consejo de Derechos Humanos de la ONU y cortó el financiamiento a los organismos de ayuda internacional humanitaria, Trump anunciaba en la Casa Blanca, ante un entusiasta Netanyahu, su intención de convertir Gaza en una posesión norteamericana, deportando a sus dos millones de habitantes para repoblarla y convertirla en lo que llamó “La Riviera de Medio Oriente”: un paraíso turístico de alta gama.

Esa propuesta descabellada y oscura está en las antípodas del trayecto hacia la paz definitiva que señala la propuesta de 20 puntos que después enarboló y que logró el cese del fuego. Por eso Netanyahu se la recordó.

Parecía un agradecimiento, pero en realidad era una presión del primer ministro al jefe de la Casa Blanca, quien a su vez respondió con lo que tiene la apariencia de un favor, pero es, en realidad, una recordación incómoda: a Netanyahu lo persiguen varias causas judiciales por corrupción.

De haber querido darle una mano al jefe de gobierno local, Trump habría dicho en privado al presidente de Israel, Isaac Herzog, lo que le dijo ante el pleno del parlamento y los medios de comunicación que llevaron de inmediato el mensaje al mundo entero: “habría que indultar a Netanyahu”.

Por cierto, al líder ultraconservador de Israel bien le vendría un indulto. Lo salvaría de pasar por el banquillo de los acusados. Pero es obvio que Trump, al decirlo en ese ámbito, no quiso ayudar a su anfitrión, sino recordarle a él, a Israel y al mundo que tiene pendiente denuncias por corrupción que en algún momento lo sentarán ante un tribunal.

En cuanto al Nobel, había otros merecedores. Por caso las organizaciones socorristas que actuaron en Gaza y las que aún actúan en la guerra que desangra a Sudán. Pero la mujer que desnudó a Maduro en las urnas es merecedora de la distinción.

La historia de María Corina Machado tiene sombras. Incluso hoy asume posiciones cuestionables, como alentar una invasión militar. Aún así fue justo distinguirla por su coraje al enfrentar en soledad al régimen.

Fue además un justo castigo al dictador que robó una elección presidencial a cara descubierta. Y también una tentadora zanahoria delante de Trump, para que siga marchando hacia donde no iría sin ese aliciente: una paz justa en Oriente Medio.

En esta Nota