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COSTUMBRES | 06-12-2011 12:58

El “off” comercial

La oposición entre “independiente” y “profesional” se desdibuja. La escena experimental llegó a Corrientes o agota entradas en pequeñas salas. ¿Se terminó la bohemia pobre? Opinan los protagonistas.

Hacer” un Shakespeare hoy es un desafío actoral del que muchos artistas consagrados no se sienten a la altura y, si se atreven, es con una enorme inquietud. Pero ¿quién interpretaba a Hamlet antes de que Lawrence Olivier estableciera, en los años ‘30, la vara con la que habría de medirse a todos los Otelos, Enriques y Coriolanos hasta el fin de los tiempos? En la época del teatro isabelino, cualquier actor de una compañía de teatro de las que pagaban a los autores por interpretar sus textos.

A veces, estas compañías eran las dueñas de las “salas” –antiguos circos o predios donde se realizaban hasta luchas de perros–; pero en ocasiones tenían que rentarlas. Como la actividad teatral no estaba bien vista, era esencial que algún miembro de la compañía estuviera bajo la égida de un noble que de algún modo la protegiera de las cancelaciones y prohibiciones legales. Este cuadro mejoró cuando los ingleses tuvieron una reina que disfrutaba enormemente del espectáculo: Elizabeth I. William Shakespeare y una constelación de dramaturgos menos célebres no hubieran sido posibles sin su patrocinio.

Desde esos tiempos hasta hoy, la historia social del teatro (como la de otras artes) puede narrarse como el proceso de profesionalización que transformó a actores, autores y directores en trabajadores que viven en forma independiente de su creación sobre las tablas. Y todo profesional se inserta en un mercado que tiene lógicas propias de inclusión y exclusión, jerarquías y canales de consagración.

Una de las dicotomías que divide (u ordena, según cómo se lo mire) el campo teatral, opone las producciones populares, comerciales y masivas a las experimentales, solo para iniciados, que se sostienen a duras penas con escasos recursos. Una polaridad que en la Argentina actual, parece a punto de quebrarse. Los famosos “on” y “off” tienen hoy más puntos en común que diferencias. La aureola militante, pobre y bohemia del teatro independiente habita solo en la imaginación de los no iniciados. Y el goteo de actores y autores experimentales a las salas comerciales es incesante. No solo los productores tradicionales del teatro comercial montan textos de culto. Hay salas esponsoreadas por grandes empresas y proyectos cooperativos para los que se requiere reservar entradas con dos meses de anticipación. El “éxito off” podría bautizarse a esta nueva era en la que las estrellas no salen en televisión todos los días, pero cotizan muy alto en seminarios, puestas en escena y actuaciones.

En este nota, un análisis del nuevo escenario del campo teatral tal como lo perciben sus protagonistas.

“On” o “no”.

“‘Off’ me suena a apagar algo. O a matamosquitos. ‘Experimental’ me sugiere juego de química para que los chicos hagan explotar cosas. No me parece mal provocar explosiones, pero tampoco me cierra como categoría teatral”, explica Lola Arias, estrella en ascenso del teatro independiente, cuya obra “Melancolía y manifestaciones” acaba de ser rechazada por el Teatro San Martín y va camino de ser montada con financiación obtenida en el exterior, en una sala que le ofrecieron unas “chicas”. El verdadero “off del off”.

A Norman Briski (73), formador de generaciones de actores y puestista apasionado del teatro no comercial, los conceptos “on” y “off” también lo ponen lúdico. “‘On’ significa ‘no’ al revés, pero son palabras que no definen nada. A lo mejor, el único teatro que puede definirse claramente es el comercial”, considera. Es uno de los pocos que afirma que vive medianamente bien, fundamentalmente haciendo teatro –tiene una sala que se llama Calibán–, dando clases desde hace más de 30 años; y trabajando en cine y televisión “cuando le gusta”. “Vivo más del teatro y de las clases, aunque con irregularidades, porque el mundo de lo artístico es irregular. Las clases pueden ser más regulares como hecho productivo; ahora tengo unos 100 estudiantes”, indica Briski, metiéndose de lleno en el conjunto de temas que se cruzan cuando se habla de la oposición entre dos maneras de vivir la profesión.

El dictado de clases parece ser la diferencia entre dedicarse a la búsqueda estética “per se” y vivir de las tablas. El arancel promedio de un profesor prestigioso se ubica en un rango entre 300 a 400 pesos por persona por mes (dos o tres clases por semana que no imparten solo ellos, sino también miembros de su equipo –en cada curso suele haber unos 20 estudiantes–). Una actividad que le da seguridad económica a un rubro por demás variable en materia de ingresos.

“Tengo que dar clases porque del teatro solo he vivido circunstancialmente, con giras internacionales o con algunos espectáculos puntuales”, afirma Ricardo Bartís. “Pero para vivir tengo que trabajar de otra cosa. Formar actores es un trabajo menos gozoso que el de ensayar”, completa el director, quien dice tener “ciento y pico” de alumnos.

La estructura económica les cierra muy bien a los maestros consagrados del off, que a lo que obtienen con sus clases suman el hecho de trabajar en sala propia (muchas veces, su casa), montar obras en cooperativa y ofrecer entradas a bajo precio, lo que les asegura mayor asistencia de público.

“El teatro que yo llamo profesional hoy está entre 100 y 150 pesos por entrada”, explica el productor Carlos Rottenberg. “Siempre se calculó entre cinco y seis entradas de cine. Hoy la relación es tres o cuatro. En cambio, en el circuito independiente he visto últimamente una obra por la que pagué 35 pesos la entrada. El costo de producción también varía. Ninguna obra ‘comercial’ puede hacerse con una inversión inferior a 250.000 pesos, como mínimo. Y la revista es más cara. Para arriba, lo que quieras”.

Diferencias que se compensan y que, al fin de cuentas, pueden hacer tan rentable un modelo de negocio como el otro, siempre que el favor del público acompañe.

Transiciones. El testimonio de los protagonistas da cuenta del fenómeno. Salas proyectadas para pocos espectadores que sobrepasan sus posibilidades y obligan a esperar dos meses para conseguir localidades. Directores de pequeños emprendimientos que deben adaptarse a los grandes medios o planear producciones millonarias.

Cuando Cristina Banegas hizo “Antígona” en su sala “El Excéntrico de la 18”, la crítica la bendijo enseguida, así que el público empezó a llamar a las 9 de la mañana para no quedarse afuera. Atendía la propia “Antígona”, por supuesto. Y no solo eso. “Tenía una señora que venía a limpiar, pero solo por las mañanas. Después, yo daba clase y a la noche había función: tenía que ocuparme hasta de ver si había papel higiénico”, evoca.

Más tarde pudo desglosar la vivienda de su teatro-estudio, pero ella sigue viendo una diferencia entre lugares como El Excéntrico –que ya tiene 25 años– y otras salitas que ni siquiera tienen habilitación. “Después de Cromañón, todos quedamos ‘deshabilitados’; recibimos una especie de subsidio que sirve aunque más no sea por eso: para acondicionar, ignifugar, una locura”, relata Banegas. “Pero ya podríamos decir que está habiendo un ‘off del off’, salas que no reúnen las condiciones edilicias como para que los gobiernos las habiliten. En lugares así, yo he visto trabajos muy valiosos para los que incluso me costó conseguir ubicación”, añade.

En Buenos Aires se estrenan alrededor de 600 espectáculos por año, sin contar las reposiciones. De ellos, al menos 400 son deficitarios y alcanza un dígito para contar los que resultan exitosos en toda regla. Frente a esta realidad es cuando actores y directores más remiten a la cuestión estética. Una pasión indudable que se impone frente a todo, funcione o no en los números la propuesta presentada.

“Yo valoro mucho el teatro independiente”, dice Carlos Rottenberg. “Tal vez más que alguien que venga de ahí; porque es el verdadero semillero, que les da el puntapié inicial al teatro oficial y al comercial. Porque un empresario no puede apostar con 700 o 1.000 butacas a actores que no se conocen masivamente o que no probaron que tienen ese ‘algo’ fuera de serie, porque el edificio mismo se lo fagocitaría. Para los primeros pasos hacen falta los lugares adecuados. En los ‘70 fue Gerardo Romano con “Postdata: Tu gato ha muerto”. Yo fui a ver a Juan Pablo Geretto al Teatro del Cubo y ahora está haciendo “Yo amo a mi maestra normal” en el Multiteatro, hace tres años. Y hace 35 años vi “La lección de anatomía” en el Teatrón y lo llevé al Tabarís, donde estuvo tres años”, concluye.

Fenómenos

Claudio Tolcachir (36), es uno de los bendecidos con el éxito en los últimos años. Tanto que se ha transformado en un verdadero “caso de estudio” que no para de crecer. Desde Francia, adonde está de gira con “La omisión de la familia Coleman” y “El viento en un violín” opina: “Somos productores de nuestras obras, como cooperativa. Y el teatro Timbre 4, que era mi casa, es también una cooperativa. Arrancamos así cuando no había nada para repartir, y así continuamos. Cuando nos va mal, se rema, como toda la vida”.

En este sentido, Tolcachir tiene un recuerdo emocionado de Alejandra Boero, en cuyo teatro él ha trabajado (por ejemplo, en “4D Óptico”), como actor y director. “Yo la vi defender Andamio ’90 a capa y espada hasta último momento, invirtiendo el dinero de una operación primordial para su salud”.

Javier Daulte es otro fenómeno particular. Del “off” pasó a los teatros comerciales y hasta dirigió en televisión programas como “Para vestir santos”. Este año hizo puestas como “Espejos circulares y “Filosofía de vida” en el teatro comercial.

“Hasta Alfredo Alcón fracasó alguna vez: nadie está exento”, advierte Daulte.“Es muy importante poder definir, tanto para uno mismo como para el equipo de trabajo, el perfil de cada proyecto”, desgrana. “Porque cada proyecto tiene que ser encarado de una manera singular. Uno siempre trabaja para que la gente venga; pero si yo monté una obra en una sala en la que entran 50 personas y quedan 300 afuera, también me equivoqué”, sigue.

Y concluye: “Cuando traje de México ‘Filosofía de vida’, de Juan Villoro, allá la hacían en el circuito alternativo; y yo se la propuse a Pablo Kompel para hacerla con Rodolfo Bebán, Alcón y Claudia Lapacó en la calle Corrientes”.

Un ejemplo de que el teatro off está de moda y tiene más chances que nunca de abandonar los subsuelos y llegar a las grandes salas. Por lo pronto, sus protagonistas ya lucen aura de estrellas.

por Paula Ancery

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