El 27 de enero de 1945 el ejército ruso ingresó en las instalaciones del campo de concentración Auschwitz-Birkenau y encontró 600 cadáveres y 7000 presos moribundos, según datos consignados por la historiadora alemana Sybille Steinbacher en su libro “Auschwitz”.
Los prisioneros que no estaban en el campo, marchaban en ese mismo momento alejándose del frente oriental junto con las fuerzas alemanas, hacia Occidente, en una larguísima caminata que se llamó “Marcha de la muerte”. En su retirada, los nazis destruían todo testimonio de sus crímenes: las instalaciones de los campos y dentro de ellas, principalmente, las cámaras de gas. De los hombres y mujeres que partieron de Auschwitz (el único campo que los nazis no tuvieron tiempo de destruir y por eso, el más valioso e indubitable testimonio de la barbarie) murieron alrededor de 15000, de hambre, frío, cansancio y todas las enfermedades derivadas de estas tres condiciones.
El complejo de Auschwitz junto a sus sub campos fue el más grande de su tipo que se proyectara durante el mandato de Adolph Hitler. Fue pensado no sólo como lugar de exterminio (finalidad casi exclusiva de los otros “lager” distribuidos en distintos países ocupados) sino también como campo de trabajo, adonde se establecieron compañías que aprovechaban la mano de obra esclava, como la célebre IB Farben. El campo se construyó en las afueras de la ciudad polaca de Oswiecim y allí murieron alrededor de un millón de personas. El noventa por ciento de ellas eran judíos.
En 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas eligió el 27 de enero, fecha del aniversario de la liberación de Auschwitz, como “Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto”.
Este año, en que se cumple el 75 aniversario de esa liberación, el tema elegido por Naciones Unidas para inspirar sus actos es “75 años después de Auschwitz: recordación y enseñanza del Holocausto en pro de la justicia global”. Los actos comenzaron la semana pasada en Israel, adonde mandatarios de todo el mundo, incluido el presidente Alberto Fernández, se reunieron en Jerusalén para rendir tributo a las víctimas de la Shoáh, término con el que en hebreo se designa al Holocausto, que quiere decir literalmente “catástrofe”.
Auschwitz hoy. Alrededor de 2 millones de personas visitan cada año las instalaciones del famoso campo de concentración. Quien quiera tener una idea de cómo es el monumento, desde su casa, puede visitar la página Auschwitz.org, que presenta un recorrido virtual de sus instalaciones e imágenes históricas y actuales, además de una historia sencilla pero detallada del lugar.
Quienes tengan la posibilidad de viajar a Polonia, pueden contratar una excursión desde la ciudad más cercana a Auschwitz, Cracovia, que está ubicada a 60 kilómetros. Este es el modo más sencillo de llegar al lugar.
También es posible realizar la visita en forma individual. En este caso, conviene hacer el “booking” online con anterioridad en visit.auschwitz.org y reservar día y hora. El recorrido se divide en dos partes, Auschwitz I (el sitio original del campo) y Auschwitz II- Birkenau, que se construyó después y adonde se alojó a la mayor parte de los deportados. Ambos están a un kilómetro de distancia entre sí. Las autoridades del Memorial recomiendan fervientemente hacer la visita guiada que se ofrece en diferentes idiomas. Esto es un modo que encontró la dirección del monumento histórico de darle un marco de información adecuado a la avalancha de turistas que invade el lugar.
A través de la visita guiada, se ofrece a los visitantes un explicación detallada del origen y usos que tuvo Auschwitz dentro la estructura de la maquinaria de exterminio nazi.
También se solicita a los visitantes, antes de ingresar al campo, no hacerse selfies ni fotos festivas allí, recordándoles que el sitio tiene la misma carga simbólica que un cementerio.
La invasión turística, en una Europa que sufre más que ninguna otra parte del mundo las consecuencias del llamado “over tourism” (en referencia al exceso de visitantes) preocupa y mucho. Pero el dilema es profundo y no se soluciona limitando el ingreso. Porque cuanta más gente visite Auschwitz, más personas tomarán conciencia de lo que allí sucedió. Por eso es necesario abrir las puertas del campo, aunque haya que soportar que los chicos hagan equilibrio en las vías del tren (antigua entrada de los deportados a Auschwitz) o que la gente se retrate al lado de los barracones, como absurdo testimonio de su paso por el lugar.
Testimonios. En un libro que acaba de publicarse en español, “Como rana en invierno. Tres mujeres en Auschwitz” (Altamarea), la periodista italiana Daniela Padoan cita al Premio Nobel húngaro, Imre Kertész, que pasó parte de su adolescencia en el campo de Buchenwald; a propósito de lo que él llamó el “kitsch del Holocausto”. La escritora advierte sobre el proceso de banalización que el tratamiento del tema tiene de parte de las empresas turísticas, pero también del cine y hasta de los programas educativos que se imparten en Europa, que no hacen justicia a la gravedad del tema.
Por eso, quien quiera acercarse profundamente a este capítulo negro de la historia, deberá leer los conmovedores testimonios que brindaron muchos deportados, entre ellos, los escritores para quienes sus experiencias en los “lager” fueron centrales en su obra. El citado Imre Kertész, Primo Levi, Elie Wiesel, Jean Améry, entre muchos otros, sin olvidar el maravilloso “Diario de Ana Frank”, escrito antes de la deportación de la niña a Auschwitz.
En los testimonios de los sobrevivientes está el corazón de la catástrofe que fue la Shoáh. En este sentido, el título de las memorias de Primo Levi (el sobreviviente que mejor describió la maquinaria de Auschwitz), “Si esto es un hombre”, explica mejor que mil discursos el corazón del conflicto que trajo al mundo el plan de exterminio nazi: hundir la vara de la raza humana hasta niveles de indignidad inimaginables.
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