***** Hoy, decir que un aguatero indio salva a tres sargentos británicos prisioneros de un culto malvado en la India colonial podría despertar una serie de anacrónicas, zonzas y pobres discusiones políticamente correctas. En Hollywood, en 1939, era cuestión de filmar una buena película cuyos personajes fueran queridos o rechazados por el espectador, y que la puesta en escena –dinámica, cartesiana, precisa– nos metiera en un mundo desconocido y lo compartiéramos. Aquí hay aventuras, romance, riesgo, suspenso, y el propio Gunga Din, un tipo inolvidable. Además, existe una ley que dice que una película de Cary Grant no baja del seis y que Victor McLaglen le suma dos puntos a cualquier film, así que ya tiene cuatro “estrellitas” de entrada. El resto es porque esta gran aventura es un cuento moral donde la vida todavía tiene valor, y salvarla es mejor que eliminarla. Quizás eso sea lo más molesto de pensar para algunos en tiempos tan crispados.
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