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EN LA MIRA DE NOTICIAS | 12-03-2020 14:04

Las duras metáforas del Coronavirus

Cuáles son los fantasmas que se liberan con el desembarco de la pandemia en la Argentina.

En 1978, la intelectual norteamericana Susan Sontag publicó un ensayo que aún hace ruido: “La enfermedad como metáfora”, lo tituló, y una década más tarde, reforzó sus argumentos con la publicación de “El SIDA y sus metáforas”. En tiempos de cuarentena masiva y con las redes de wifi más saturadas que nunca, acaso valga la pena tomarse el tiempo de hojear aquellos libros, que nos previenen de (y a la vez nos explican) la peligrosa e inevitable manía de metaforizar sobre las pandemias.

El Coronavirus desata reacciones irracionales contradictorias, tanto de pánico como de negación, de paranoia y de fobia displicente. Paradójicamente, este desborde emocional responde a una lógica cultural evidente: aunque se trate de un fenómeno fortuito, el Coronavirus parece hecho a la medida de nuestra era.

Viene de China, el origen simbólico de todas las olas que hoy mueven el mundo, para bien y para mal. En relación con lo geográfico, el virus se comporta como la globalización: pone en duda la eficacia de las fronteras tradicionales, y su amenazante propagación dispara la reacción contraria de multiplicar al infinito las barreras, los filtros, y las rutinas de aislamiento.

En una época signada por la comunicación y hasta la organización cívica y económica en modo viral, justamente es un virus el que pone en jaque a la sociedad mundial tal como la conocemos. Tal como se razona desde el marketing y desde la economía demográfica, enfocada en la inviabiabilidad contable del Estado de Bienestar, en el tema del Coronavirus, también se dice que el problema son los viejos, en contraste con la juventud.

Como toda peste en la historia humana, ésta también exacerba las conductas discriminatorias, xenófobas, que tratan de equiparar el mal a lo diferente. Y en países periféricos como la Argentina, también se asoma la cicatriz de la brecha social: importado por viajeros provenientes de Europa, Estados Unidos y Asia, el Coronavirus se presenta en nuestro país como una peste de los ricos que, como toda crisis sanitaria, termina estadísticamente golpeando peor a los más pobres. Hablando de grietas, ya se desató una obscena guerra de cascotazos mediáticos entre periodistas K y anti K, que usan el alerta sanitario en curso como un tema más para fogonear el chicaneo nacional.

Mientras el jefe de Gobierno porteño aprende a estornudar responsablemente, el Presidente asegura, temerariamente, que tiene “todo bajo control”, certeza epidemiológica que los líderes mundiales vienen tragándose en secuencia dominó. No se sabe si el Coronavirus cambiará la Argentina, o si solo reforzará la tendencia predominante desde la asunción de Alberto Fernández: un país decepcionado con la fallida apertura al mundo del macrismo, y resignado a aguantar con paciencia y modales “solidarios” la tormenta capitalista que arrecia desde los centros internacionales.

Después de todo, Alberto Fernández -mucho más que Cristina Kirchner y que Mauricio Macri- posee la apariencia, la salud (con su crónica afección respiratoria) y hasta los gestos personales oportunos para un país que, por razones financieras y ahora sanitarias, parece destinado a atravesar una larga temporada de ahogo, resignación y recogimiento. Un modelo de tristeza patriótica.

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Silvio Santamarina

Silvio Santamarina

Columnista de Noticias y Radio Perfil.

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