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SOCIEDAD | 25-02-2014 15:59

El amor de Estefanía Heit a prueba de barrotes

Su intimidad en prisión. Cartas a CFK y la unión inquebrantable con su marido pastor.

Estefanía Heit podría haber hundido a su marido, el supuesto pastor evangélico Jesús Olivera, haberle lanzado todo el peso del caso encima. Pero tras un año de encierro, se niega a soltarle la mano: todavía se considera su esposa. Heit está alojada en la Unidad Nº 4 de Bahía Blanca, en una celda aislada del resto de las mujeres del penal junto a una ex policía acusada de matar a su marido, con quien se lleva bien.

Él permanece en la Unidad Nº19 en Saavedra, a dos horas de Bahía Blanca, en medio del campo. En mayo, ambos enfrentarán un juicio oral y público por estafa, lesiones graves y la reducción a la servidumbre de Sonia Molina. A Olivera, por su parte, también se lo acusa de abuso sexual.

La pareja puede verse semanalmente, en visitas carcelarias, traslados mediante, para recibir juntos a familiares. También pueden tener su visita conyugal, un beneficio que al principio les fue denegado. Hay una interna entre ambos: Olivera, según familiares de Heit, medita la idea de aceptar una culpa parcial, hacer un arreglo judicial para lograr una condena más leve. Pero Estefanía se niega. Con una acusación grave, todavía insiste en su inocencia.

El martes 18, Heit visitó los Tribunales de Bahía Blanca. Estaba ojerosa, con kilos de más, sin el maquillaje y accesorios que usaba para conducir el noticiero de videocable en su ciudad, Coronel Suárez, antes de ser detenida. El caso, en noviembre del 2012, había revelado una historia salvaje: Heit y Olivera, según el relato de Molina, la habían cooptado para sacarle todo el dinero y hambrearla en un cautiverio de tres meses en su casa de Coronel Suárez, donde habría sido violada y forzada a comer excremento de perro.

Todo esto bajo una aparente atmósfera religiosa: Olivera comandaba un culto evangélico al que Molina había entregado todo su dinero y hasta le vendió su casa en Río Negro a dos personas distintas por órdenes de Olivera, algo que a ella le valió una acusación de estafa. Se habló de videos, de grabaciones halladas en computadoras de Heit que demostraban los tormentos a Molina.Pero Claudio Lofvall, uno de los tres abogados que representan a Estefanía, se tiene fe. La evidencia en contra, sostiene él, es poca.

Cartas. En su año en la cárcel, Estefanía tuvo tiempo de quejarse. Le escribió a Cristina Kirchner, afirma Pablo Heit, una carta sobre las supuestas irregularidades que se cometieron en la investigación de su caso. Hasta organizó una biblioteca para los hijos de otras reclusas. Cerca de ella hablan de aprietes y amenazas sufridas. Lleva su encierro con entereza, aunque se quiebra y llora de vez en cuando. Se crispa cuando oye el nombre de Sonia Molina; le llegaron rumores de que va a escribir un libro sobre su cautiverio, que la ropa que usó para escapar será la foto de tapa.

Quién te conoce. Jesús Olivera consideraba a Molina su experimento máximo en la caridad cristiana. Cuando NOTICIAS lo entrevistó en la cárcel, en diciembre del 2012, reveló que a su supuesta víctima le convidó sushi en vez de excremento. La biografía del pastor era algo incierto. Todavía lo es. Olivera decía, en ese entonces, ser oriundo de Granadero Baigorria, un suburbio en Santa Fe.

Los pocos familiares que le quedan ahí –ninguno fue a visitarlo a la cárcel en las primeras semanas del caso– no lo recuerdan con cariño. Hablan de una ida de la casa familiar prematura y tormentosa. En su declaración judicial, Olivera dijo que se formó como pastor en el Centro Cristiano Dios es Amor, uno de los templos evangélicos más grandes de Mar del Plata, y dio como referencia a un supuesto instructor, Germán Gelman.

En Dios es Amor no hay registros de un miembro con ese nombre. Los archivos tampoco indican que Olivera se haya inscripto en el Seminario de Teología necesario para formarse como pastor; apenas tomó unas pocas clases sobre la Biblia en el 2007. Pero la estrategia judicial con su mujer para enfrentar el juicio es conjunta. El vínculo entre ambos no se quiebra.

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por Federico Fahsbender

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