Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 26-01-2016 15:40

De Cabezas a Nisman

La profunda reforma de las policías y los servicios de inteligencia sigue siendo una gran deuda de la democracia, recuperada en 1983.

Hace 19 años, un grupo de cuatro delincuentes comunes cumplían la orden de darle el susto de su vida a José Luis Cabezas. Lo habían seguido durante días. Tan poco profesionales eran que no sólo se les fue la mano asesinando con salvajismo al fotógrafo de NOTICIAS: crearon uno de los más potentes símbolos de la lucha por la libertad de expresión en la Argentina democrática y, de paso, expusieron en público una trama mafiosa de políticos, empresarios, policías y lúmpenes capaces de cualquier cosa para ganar dinero al margen de la ley. No era la primera vez que los cuatro maleantes hacían sus trabajos sucios en Pinamar. El jefe de calle de la comisaría local los contrataba todos los veranos, con auto y casa incluidos, para que robaran a gusto y piacere gracias a la planificada vista gorda policial. A eso se llama "hacer caja". El Caso Cabezas resultó ser una tomografía trágica de la corrupción estatal y paraestatal a todo nivel. También de los disparates judiciales y carcelarios que la rodean. Gustavo Daniel Prellezo, el oficial principal de la Bonaerense que contrataba una bandita de ladrones y le prometió al magnate Alfredo Yabrán que en aquella temporada de 1997 ningún periodista iba a molestarlo, terminó cumpliendo condena en su casa. En las páginas anteriores se prueba que deja la cómoda prisión domiciliaria cuando se le canta.

Cuando mataron a Cabezas, la "Maldita policía" ya había sufrido la primera de las 32 purgas que se sucedieron hasta nuestros días, con el reciente descabezamiento de toda la jefatura de la zona sur del Gran Buenos Aires en medio de la fuga de los presos del Triple Crimen. Aquella crisis de 1996 surgió de las sospechas de que altos jefes de la fuerza habían participado del atentado a la AMIA, mientras Eduardo Duhalde elogiaba a "la mejor policía del mundo". El método de desplazar sin juzgar resultó inútil. En medio de la disparatada fuga de los hermanos Lanatta y la cadena de inoperancias que hubiera hecho matar de risa a todo el país si no se tratara de una tragedia, trascendió la conversación telefónica entre un comisario quilmeño y un allegado a los prófugos también sospechado de narco en la cual el uniformado parecía el subordinado del otro, quien le advertía que cuidara sus palabras porque los teléfonos podían estar pinchados.

Un mismo modus operandi une a Prellezo con el comisario Leonardo Julián, el de la irritante charla telefónica. Y con los miles de exonerados en dos décadas, cuyas relaciones promiscuas con malandras y políticos de toda laya les otorgaron poder, dinero e impunidad, aun (en la inmensa mayoría de los casos) cuando fueron echados.

El citado Caso AMIA se impone como un gran fracaso nacional. Dos décadas sin claridad ni justicia definen un tremendo agujero negro agravado hasta el límite de lo verosímil al cumplirse un año del sangriento final de Alberto Nisman, fiscal especial de dicha causa. Habiéndose tratado tanto de un homicidio como de un suicidio, la inoperancia de sus custodios policiales (en este caso de la Federal) se reveló evidente. Tanto como la peligrosísima viscosidad de los servicios de inteligencia, cuyas internas de todo tipo hervían el 18 de enero de 2015, cuando Nisman fue hallado muerto de un balazo en el baño de su departamento.

Policías y espías condensan una de las grandes deudas de la democracia, recuperada en diciembre de1983. Ambas estructuras se mantuvieron, pese a los cambios cosméticos de las sucesivas administraciones civiles a nivel nacional y provincial, intactas en cuanto al diseño que les dieron, a lo largo del siglo XX, los gobiernos militares que complicaron todos los problemas.

Fueron concebidas como extensiones de la territorialidad que ostentaba el Ejército. Y, dado que su tarea principal era afianzar el poder interno, fueron más eficientes para perseguir opositores que para prevenir delitos o desbaratar organizaciones mafiosas que, en general, siempre las tuvieron infiltradas. La retracción del Estado agravó el asunto a niveles desesperantes. Mal equipadas, con instrucción de baja calidad e integrantes muchísimas veces al borde de la marginalidad económica, el juego de la política les ofreció menos mística y compromiso democráticos que vericuetos para zafar del sálvese quien pueda. Es decir: lo mismo que cualquier hijo de vecino, pero armados hasta los dientes. Más que como instituciones de civiles armados para defender a la sociedad, se las formó desde una lógica militarizada y corporativa que impidió someterlas a las reglas democráticas. La subordinación a la ley fue reemplazada, como lógica de conducción, por el pacto y el dejar hacer. Claro que hay buenos policías. Ellos también merecen (acaso en primera línea) un debate serio del problema.

*Jefe de redacción de NOTICIAS.

Seguí a Edi en Twitter: @zuninoticias

por Edi Zunino*

Galería de imágenes

En esta Nota

Comentarios