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MUNDO | 11-07-2017 17:57

Brasil, ocaso de la diplomacia

El país del norte vive el realineamiento de su política exterior por detrás de la crisis.

Mientras las denuncias de corrupción contra Michel Temer amenazan la estabilidad presidencial nuevamente en el vecino Brasil, un fenómeno menos percibido (pero quizás más interesante para sus vecinos, especialmente para Argentina) se acelera notablemente: el retraimiento de su política exterior.

Este ensimismamiento de Brasil no es un fenómeno estrictamente nuevo. Sus orígenes se pueden rastrear en las regañas públicas de Dilma Rousseff a sus cancilleres, las escasas veces en que los veía (poco pesaban en su agenda), sus pocos viajes al exterior, y la mengua tanto del presupuesto de Itamaraty (el Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño) como de la cuota de ingresantes al Instituto Rio Branco (la escuela de formación diplomática) durante su primer gobierno.

Más tarde el ajuste fiscal limitó aún más una política exterior que ya no era prioritaria y la crisis política contribuyó a minar el liderazgo, no sólo presidencial, sino propiamente ministerial. Los últimos cinco cancilleres de Brasil (Antonio Patriota, Luiz Figueiredo, Mauro Vieira, José Serra y Aloysio Nunes) duraron un año cada uno.

Pero aún así Brasil había mantenido su política de proyección global (con convicción, eficiencia, y la paciencia estratégica de sus parceiros) en un piloto automático digno.

Apoyo internacional

Muchos analistas han reconocido en los avatares diplomáticos de los últimos meses un desesperado intento de Temer por legitimar su gobierno. Y están esencialmente en lo cierto.

Pero mientras el presidente brasileño recorre el mundo dejando gaffes e incomodando a sus anfitriones, la diplomacia brasileña ha comenzado a cuestionar la “política del piloto automático” de los últimos años.

Dos factores apuntan a una mayor retracción de Itamaraty en los tiempos venideros. El primero es la acumulación de evidencia (tanto judicial como periodística) apuntando a una estrecha connivencia entre la clase política y las grandes multinacionales brasileñas (los llamados campeões nacionais), quienes fueron los principales beneficiarios de la expansión hacia el exterior a través de crédito local, utilizando a la diplomacia presidencial y comercial como punta de lanza.

El segundo factor es el evidente fracaso de las cuatro agendas centrales para Itamaraty: reforma del Consejo de Seguridad, la Ronda de Doha, los BRICS, y la integración con América del Sur.

Un documento reciente de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Presidencia que recalca estos fracasos ha despertado la ira del cuerpo diplomático, y cierta esperanza en una minoría creciente de liberales y realistas. La decisión de ingresar a la OCDE se inscribe en esta misma línea de confrontación con Itamaraty. También lo haría la opción, luego abandonada, de no asistir a la reunión del G20 – un ámbito predilecto del “Brasil global”.

Salpicados por Odebretch

Las fracturas dentro del ministerio también parecen apuntar a una coyuntura crítica: el actual Canciller, Aloysio Nunes, está siendo procesado bajo acusación de haber recibido 500.000 reales de Odebrecht, lo que junto a su desconocimiento del métier diplomático, lo ha aislado completamente. Debajo de él, la primera plana de embajadores (aquellos con acceso real al gobierno) ha sido paulatinamente rotada desde el año pasado para otorgar mayor influencia a funcionarios de la era Cardoso, caracterizados por su mayor sobriedad. Un escalón más abajo, diplomáticos de menor jerarquía se aprestan a demostrar su descontento con la nueva cúpula.

A principios de junio, 94 diplomáticos de carrera – en su mayoría jóvenes frustrados por el estancamiento de las numerosas cohortes admitidas en la era Lula – pidieron en una carta abierta el fin de las “tendencias autoritarias” de su propio gobierno. La visibilidad de estas contradicciones y el tono del debate son de una estridencia inusitada para una burocracia hermética como la de Itamaraty.

Fin del Brasil global

Así, puede que estemos presenciando el fin (o la segunda muerte) del Brasil global. Vale decir que este desinfle de las ambiciones internacionales del mayor vecino argentino no es producto de su crisis actual.

Es más bien, el reacomodamiento de las expectativas de un país que quiso ser gran potencia, a su tamaño real: Brasil representa el 2,5% de la economía global, mientras que la Unión Europea, Estados Unidos y China representan cerca del 20% cada uno. En otras palabras, la expansión de Brasil más allá de sus capacidades puede que sea una de las causas de la crisis.

Por mucho que duela a los ideólogos y think tanks de la era Lula, la pequeñez estructural de Brasil impone severos límites a sus ambiciones. Por lo tanto, este reacomodamiento no será coyuntural y probablemente sobreviva a la crisis. Los cambios antes mencionados documentan el surgimiento de un Brasil modesto que sobrevivirá a Temer.

La epifanía brasileña puede ser una buena noticia para Argentina. Es en su región (América del Sur) donde Brasil es verdaderamente grande, representando un 50% de su economía, población y territorio. Hoy los ojos de Temer y la diplomacia más pragmática están puestos en el acuerdo MERCOSUR-Unión Europea que, muchos vaticinan, proveerá la victoria diplomática del año. Es a través de iniciativas de este tipo que, con o sin Temer, Brasil comenzará a volver a su humilde hogar sudamericano.

por Luis Schenoni

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