Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 11-11-2017 00:00

Cómo la guerra entre Rafael Correa y Lenin Moreno se llevó puesto a Luis Juez

El embajador argentino, víctima del fuego cruzado entre los dos bandos de la grieta ecuatoriana.

"Soy macrista-leninista”, suele decir Jaime Durán Barba. Sucede que es, al mismo tiempo, asesor de Mauricio Macri y de Lenin Moreno. Y el sólo hecho de que el presidente ecuatoriano comparta asesor con el jefe de Estado argentino, expone la tensión que está sacudiendo a la política en Ecuador.

Durán Barba, además del viraje emprendido por su gobierno, muestra al actual presidente ecuatoriano más cerca de la vereda política donde se sitúa Macri que de la que ocupa su antecesor y mentor.

Lenin Moreno era el vicepresidente de Rafael Correa y fue el candidato del partido Alianza País, para que sea él quien continúe con la llamada “revolución ciudadana” al terminar el mandato de su impulsor.

Sin embargo, ni bien ocupó el despacho principal del Palacio de Carondelet, comenzó a desmontar el dispositivo que había montado el mandatario anterior para seguir controlando el poder. Por eso quedó enfrentado al ex presidente y al ala más correista del oficialismo.

Al pasar la banda presidencial al hombre que había ungido como sucesor, Correa se radicó en Bélgica con la intención de dar una señal de que se apartaba para no interferir en la nueva gestión. Pero como no confiaba del todo en Lenin Moreno, le había impuesto en la fórmula a Jorge Glas como candidato a vicepresidente.

Glas era más afín a Rafael Correa, pero Moreno tenía que ser el candidato porque, debido a la constante tensión política que causaba el estilo prepotente y confrontativo del líder de la “revolución ciudadana”, el correismo se había desgastado y necesitaba como candidato a quien menos correista pereciese.

El rostro amable y dialoguista de Alianza País era Lenin Moreno. Desde su silla de ruedas, había mantenido buenas relaciones con la oposición, con los empresarios y con la prensa crítica. Su personalidad era un remanso en el clima de crispación que imponía Correa.

Lo que nadie esperaba es que intentara gobernar por sí mismo desde el comienzo, desatando velozmente los nudos con que Correa pretendía sujetar el poder.

La furia del temperamental ex presidente estalló y, desde Bruselas, llegaron sus estruendosas maldiciones y acusaciones de traición.

Para ponerlo en términos argentinos, Lenin Moreno era el Scioli de Correa, y Jorge Glas el Zannini que le impusieron en la fórmula para que sea el vicepresidente que vigila al presidente; o sea, el chip que el líder deja instalado en el poder para mantenerlo bajo control.

La diferencia es que Scioli jamás se habría atrevido a desafiar a Cristina, desconectándose de Zannini para gobernar sin cumplir órdenes de la jefa. Moreno, en cambio, le quitó a Glas los poderes institucionales que ejercía y permitió (posiblemente, alentó) acusaciones de corrupción que terminaron con el vicepresidente en prisión preventiva y con Rafael Correa acusando de traidor a su heredero.

La guerra estalló cuando el actual presidente dijo que Correa había dejado una abultada deuda externa y anunció un giro en la dirección de la economía. La “revolución ciudadana” no había cometido los estropicios del chavismo y fue, en términos generales, exitosa.

El populismo de Correa estaba más en su forma de hacer política (siguiendo el modelo de liderazgo del mayoritarismo hegemónico) que en su forma de manejar la economía. Pero su sucesor considera que se acumularon problemas y que es necesario reducir el tamaño y el costo del Estado. Con eso bastó para que Correaempezara a denostarlo.

La guerra estalló abiertamente con la denuncia de corrupción y la consiguiente detención preventiva del vicepresidente. La política ecuatoriana se convirtió en un campo de batalla entre el ex presidente y el actual mandatario. Y en el medio del fuego cruzado quedó el embajador argentino.

¿La razón? Cometió un tremendo error que lo convirtió en uno de los tantos proyectiles con que el correismo ortodoxo está bombardeando a Lenin Moreno. El error fue decir una frase que puede fácilmente interpretarse como un agravio a los ecuatorianos, considerándolos poco higiénicos. La reacción fue inmediata y furibunda: funcionarios y legisladores que responden a Correa exigieron la expulsión del embajador argentino.

Los argentinos (sobre todo, los cordobeses) conocen el discurso de Luis Juez y saben que su verborragia, vertiginosa y barrial, pisa siempre la banquina; por ende, siempre corre con el riesgo de desbarrancar.

La torpeza que cometió en Ecuador, agravada por el hecho de ser embajador, constituye un estropicio diplomático. Pero en la Argentina saben que se le pueden cuestionar muchas cosas, pero no acusarlo de supremacista. No está en la naturaleza de Juez agraviar a un pueblo, al hombre común de una sociedad. Precisamente, la contraindicación (o el riesgo) de su discurso, está precisamente en sus rasgos marcadamente populares y poco diplomáticos.

En otras palabras, en Argentina es más probable suponer que le pasó por torpe, no por despectivo. La Cancillería y él mismo ofrecieron las disculpas del caso, que probablemente en otras circunstancias habrían sido aceptadas. Pero en el Ecuador de estos días, el error del embajador fue amplificado por la disputa que enfrenta al correismo duro con el presidente Lenin Moreno y el anti-correismo que lo defiende.

Juez metió la pata, pero lo grave es que la metió en “la grieta” ecuatoriana. Esa grieta es también regional, porque el dirigente cordobés es el embajador de Macri y el macrismo está en la vereda enfrentada a la que ocupa Rafael Correa.

De hecho, el ex presidente ecuatoriano homenajeó a Cristina Kirchner mientras la ex presidenta argentina estaba en plena ofensiva contra quien la sucedió en el poder.

Ecuador es un caso testigo de salto hacia el pos-populismo impulsado por una astilla del mismo palo. Por eso Rafael Correa acusa de traidor a Lenin Moreno y, desde Bruselas, ordena a sus huestes aún leales que lo ataquen en todos los frentes.

Uno de los proyectiles usados en la ofensiva es el embajador argentino. Y uno de los blancos seguramente será Durán Barba, el único asesor en el mundo que profesa el “macrismo-leninismo”.

por Claudio Fantini

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