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VIDA GOURMET | 17-11-2017 19:22

Los secretos del Torrontés Riojano

En el mes en el que Chilecito celebra la Fiesta Nacional del Torrontés Riojano, un detalle de las curiosidades que esconde esta cepa.

Más de 400 años de arraigue, intuición y perfeccionamiento en su cultivo lograron que se instalara como “la cepa blanca argentina”. Y los expertos incluso aseguran que, junto con Malbec, el Torrontés Riojano se posiciona entre las principales variedades representantes del país a nivel mundial. ¿Qué tiene esta cepa que la hace tan especial?

Un minucioso proceso de selección

Fue hacia el año 1600 que el español Ramírez de Velasco introdujo la cepa de origen europeo en suelo riojano. Lo que ingresó fue la semilla y no la vid “en forma de estaca”, como dicen los que saben que suele trasladarse a la planta para que conserve sus características genéticas fundamentales. “Buena suerte o mala suerte, ¿quién podría saberlo?”, dice el dicho. Lo cierto es que en el contacto de la semilla con el suelo de la provincia de La Rioja se descubrió un verdadero tesoro. “A la variación genotípica que se produjo al sembrar la semilla en un nuevo suelo se sumaron luego las modificaciones provocadas por el clima y el terruño, caracterizado por sus suelos áridos y una muy buena amplitud térmica”, explica Viviana Michel, jefe del área Agrícola de Bodegas La Riojana, una de las principales productoras de vino torrontés de La Rioja y del país.

A eso se sumó luego la selección inconsciente de los productores, que se extendió por siglos, y aún continúa. “Somos cuna del torrontés. Tenemos un valor agrícola importante y una búsqueda por la autenticidad de lo nuestro. La evolución de la producción de la vid en nuestra provincia, y en particular en esta región, creció de la mano de la calidad. Ampliar la cantidad de hectáreas destinadas a la producción permitió que esta evolucionara enormemente”, explica Mario Andrada, Secretario de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Chilecito. La región apostó por la uva blanca y así, cosecha a cosecha fue instalándola en el paladar de los argentinos y del mundo. “En la década del 90, cuando todo el país decidía empezar a tomar y en consecuencia producir vino tinto, nosotros ya producíamos blanco. Vivíamos del torrontés”, agrega Michel. Actualmente, más de 2000 hectáreas de La Rioja se destinan al cultivo de esta cepa.

La prueba del ADN

Una cepa criolla y original. El torrontés riojano es una combinación de la cepa moscatel de Alejandría, que los jesuitas introdujeron a la provincia siglos más tarde a la llegada de los españoles, y la criolla. El torrontés fue el resultado del cruce natural ocurrido en alguno de los solares en los que trabajaban los religiosos, que dio origen a un nuevo varietal, que no se encuentra en otras partes del mundo.

La Rioja no es la única provincia que lo produce, también hay torrontés salteño, sanjuanino y mendocino. Sin embargo, sí hay características que lo definen. ¿Cómo reconocerlo? “Lo principal es que cuanto más al norte, más intensos son los descriptores”, dice Rodolfo Griguol, Gerente de Enología de Bodega La Riojana. Y agrega: “Un buen torrontés, se define, en primer lugar, desde el color, que suele ser amarillo tenue, con reflejos verdosos o plata. Desde lo aromático, en el primer impacto, se destacan las notas florales, cítricas y hasta de frutas tropicales. Y en boca, también lo primero que debe destacarse en el sabor dulce y fresco”. Jazmines. Azar. Rosas. Lima-limón. Pomelo. Duraznos. Ananá. Y hasta membrillo y mango. Con un carácter fresco y expresivo el torrontés busca seguir ganándole terreno a los tintos.

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