Friday 19 de April, 2024

MUNDO | 12-04-2018 12:39

La gran simulación de otra "Guerra Fría"

Lo que intenta ocultar la crisis diplomática entre Rusia y las potencias de Occidente.

Extraña paradoja: la crisis es real y, al mismo tiempo, una gran simulación. La cantidad de diplomáticos expulsados de uno y otro lado, sumado a la cantidad de países involucrados, confiere una magnitud descomunal a la tensión entre Rusia y las potencias de Occidente. Sin embargo, la crisis tiene pliegues que revelan sugestivas sobreactuaciones.

La reacción de Estados Unidos es sobreactuada. No parece razonable que haya expulsado el doble de funcionarios rusos de los que expulsó Gran Bretaña, el país donde ocurrió el hecho que detonó la crisis: el envenenamiento de Serguey Skripal.

Por otro lado, si de verdad se quiere golpear al gobierno ruso porque se lo considera autor de un crimen gravísimo, las sanciones serían económicas, o se aplicarían boicots que duelan verdaderamente. Como en 1980, cuando Washington impulsó el boicot a los Juegos Olímpicos que se disputaban en la URSS como castigo por la invasión soviética de Afganistán. O en el 2014, cuando el Consejo Europeo impuso duras sanciones económicas por la anexión de Crimea. Al lado de ese tipo de acciones, las sanciones diplomáticas son castigos tenues, porque se pueden revertir velozmente sin que dejen daños como los que provocan las sanciones económicas.

Si las potencias occidentales de verdad quisieran golpear duro al gobierno ruso por ser un criminal serial, entonces tendrían la pelota picando en la puerta del arco. Y esta imagen es más real que metafórica, debido al mundial de fútbol con que Putin se apresta a colocar su país en el escenario donde convergerá la mirada global. Gran Bretaña no ha sido convincente en su denuncia de que a Skripal lo envenenaron por orden de Putin. El informe de seis páginas en el que fundamenta tal certeza, no tiene pruebas sólidas.

El historial de envenenamientos iniciados en la era soviética para eliminar enemigos de Moscú, continuó en la era pos-soviética. Y hasta el asesinato de Litvinenko, ex agente de inteligencia ruso que devino en enemigo de Putin, tenía lógica pensar en el presidente ruso cada vez que alguno de sus enemigos moría intoxicado con una sustancia letal. Pero a esta altura de la historia, es difícil imaginar a Putin ordenando un asesinato sin advertir a sus agentes que no usen venenos, porque eso es como ponerle al crimen la firma del Estado ruso.

Es más lógico imaginarlo exigiendo que usen otros métodos, como la simulación de un asalto o arrollar a la víctima con un automóvil, que ordenando un envenenamiento. Después de tantos envenenamientos, sería una negligencia eliminar enemigos utilizando venenos.

En el caso Skripal, vale al menos como hipótesis sospechar que al ataque lo ejecutó algún interesado en que se acuse a Putin. Mucho más si el veneno utilizado (el Novichok), ya no es un secreto soviético que sólo puede producirse en un laboratorio situado en Uzbekistán. Al desintegrarse la URSS, el científico ruso Vil Mirzayanov reveló la existencia de ese veneno más potente que el agente VX. Y en el 2007, ya radicado en EE.UU., describió la fórmula en su libro Secretos de Estado. Desde entonces, el Novichok podría producirse fuera de Rusia.

Esta realidad no excluye a Putin como presunto responsable del ataque a Skripal. De hecho, tendría un motivo poderoso: el ex espía cometió alta traición vendiendo al MI-6 una lista de topos rusos en Europa. Por menos que eso, el Kremlin hizo ejecutar al agente Oleg Penkovsky en 1963.

En el 2011, Moscú canjeó a Skripal por los espías apresados en Europa y matarlo siete años después sería una estafa de Putin a las potencias que le entregaron decenas de agentes a cambio del doble agente que se radicó en Inglaterra.

Lo revelador de la sobreactuación norteamericana con las sesenta expulsiones, es que se explicaría en el vínculo inconfesable entre Trump y Vladimir Putin. Mientras el fantasma del Rusia-gate sobrevuele Washington con posibilidad de aterrizar en un juicio político, Trump debe simular una enemistad que no existe.

El Estado norteamericano tiene al presidente ruso como un adversario que merodea las fronteras de la enemistad total. Pero no es el caso del magnate que ocupa el Despacho Oval. Eso explicaría la increíble contradicción de haber llamado a Putin para felicitarlo por su reelección, cuando ya el caso Skripal había detonado la crisis diplomática.

La verdad es que Trump admira a Putin y postula el modelo de liderazgo que encarna el presidente ruso como superior al Estado de Derecho con presidencialismo acotado por las instituciones. Él mismo lo planteó desde las primarias republicanas. El propio Trump criticó la institucionalidad norteamericana, comparándola con el poder del líder ruso. Y si quedaban dudas de lo que piensa sobre el poder, expresó su admiración por el paso que dio el presidente chino Xi Jinping al realizar la reforma que le dio casi tanto poder como el que había tenido Mao Tse-tung.

En las democracias maduras de Occidente, el anti-sistema es ese modelo de liderazgo en el que el líder está por encima de las instituciones. Eso representa Trump: el anti-sistema en Estados Unidos. Y el anti-sistema es precisamente lo que impulsa el jefe del Kremlin contra la democracia liberal, apoyando con sus hackers desde el Brexit hasta el independentismo catalán y las ultraderechas en Italia, Francia, Holanda y Alemania.

La Rusia de Putin es económicamente insignificante, pero una superpotencia militar, nuclear y cibernética, cuyo líder tiene la osadía de situarse en el centro del escenario mundial.

Allí estuvo la Unión Soviética en los tiempos de la Guerra Fría. Pero la URSS tenía un modelo socio económico y político radicalmente contrapuesto. Mientras que la Rusia actual tiene institucionalidad republicana y capitalismo, aunque ambos sometidos a los designios de un líder todopoderoso.

La existencia de dos modelos socio-económicos y políticos absolutamente contrapuestos, es la condición para que pueda hablarse de Guerra Fría. Cualquier confrontación que en ambas veredas tenga gobernantes identificados con modelos económicos similares y el mismo modelo de liderazgo político, más que a una Guerra Fría, se parece a una gran simulación.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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