Sandra Arroyo Salgado contesta con amabilidad pero con contundencia. Es consultada por muchos periodistas ante el cuarto aniversario de la muerte de su ex marido, Alberto Nisman, pero devuelve siempre la misma respuesta.
“Discúlpeme, pero por las mismas razones por las que ya no somos querellantes en la causa tampoco tendremos más exposición pública”. Sobre el viernes 18, le dice a NOTICIAS: “Estamos pasando esta fecha en la intimidad de nuestra familia”.
Una fuente del entorno avisa del rezo en el cementerio de La Tablada para los más íntimos, que se realizó en la mañana del viernes 18. “Nada formal”, completa.
Es todo, en un nuevo aniversario de la muerte del fiscal de la UFI AMIA que investigó al kirchnerismo por el memorándum de entendimiento con Irán. Este 2019, ya sin las pompas de otros tiempos.
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Arroyo Salgado renunció en diciembre a la querella desligando también a las hijas de ambos. Lo hizo, según el escrito que presentó en la Justicia, para reconstruir “la vida y la seguridad de la familia postergados en pos de esclarecer aquella muerte, cuyas singulares circunstancias demandaron esfuerzo y sacrificio”. Para la viuda hubo secuelas en el núcleo íntimo debido a “amenazas previas y posteriores al hecho y recurrentes al día de la fecha, a cuyo esclarecimiento no se ha podido llegar aún”.
En su entorno, simplifican su alejamiento: “Es como que probó el asesinato y ahora se desentendió de la política y la parte jurídica”, aseguran. Lo que Arroyo Salgado busca, en realidad, es pasar definitivamente la página.
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