Para ser su “poesía reunida”, elegida por José Ioskyn entre la que escribió la autora (nacida en Minas Gerais en 1935) entre 1976 y 2013, el libro parece pequeño. Son ciento cincuenta páginas. Pero la lectura compensa ampliamente el temor a la escasez. De origen humilde, hija de un padre obrero ferroviario y una madre ama de casa, su originalidad y potencia son excepcionales.
El rasgo principal es la naturalidad con que habla del amor, encarnándolo en los deseos y el erotismo de un cuerpo de mujer. Ese plano se mezcla a menudo con la figura del padre y con un misticismo, o impulso religioso, también expresado con sencillez. Ya en 1976 decía: “Cuando nací un ángel esbelto,/ de esos que tocan la trompeta, anunció:/ va a ser abanderada”. Y explicaba: “Cargo muy pesado para una mujer,/ esta especie todavía avergonzada”. Pero se sentía con una superioridad: “Ser fallido en la vida es maldición para el hombre./ La mujer es desdoblable. Yo soy”.
Escapa de la complejidad agregada: “Quiero un amor sencillo/ amor sencillo no mira uno al otro./ Una vez encontrado es igual a la fe,/ no teologa más./ (…) Todo lo que no dice lo hace”. Las metáforas son palpables, llegan con fuerza: cuando llora siente que el corazón le queda “ablandado como un higo en almíbar”. Se interroga y se contesta: “¡Oh! ¿Por tan poco me incendiaba?/ ¿Estoy hecha de paja,/ mujer que los griegos despreciarían?/ Soy de barro y hueca./Soy barroca”.
Cuando pasan los años, y los libros siguen, la voz se vuelve más compleja y cauta, los poemas se alargan. El pie a tierra está siempre cerca: “Un nombre para mí sería LA BOCA/ o LA ZARZA ARDIENTE Y LA MUJER CONFUSA/ o mejor todavía LA BOBA GRAVE./ ¡Me gustan tanto los porotos con arroz!”.
Todo es rodeado, permeado por la vida cotidiana, familiar: “Tengo los mismos deseos de treinta años atrás,/ inmutables como los mosquitos en la cocina soleada,/ mi madre haciendo café/ y mi padre sentado, esperando”. La llena de energía incluso la idea del espacio urbano sin gente: “Querría una ciudad abandonada/ para encontrar cosas en las casas, objetos de hierro,/ un cuadro interesantísimo en la pared,/ olvidado en la prisa”.
De 2013 se incluye un solo poema, muy breve: “Para el minuto de goce que llamamos Dios, hacer silencio todavía es ruido”. Ella, en Brasil, escribió y escribió.
“Poesía reunida”, de Adélia Prado. Griselda García editora, 167 págs. $ 550.
por Elvio E. Gandolfo
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