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MUNDO | 06-12-2011 17:38

Les “indignés” de París

Crónica de una noche junto a los activistas en el Arco de la Defensa. Hostigamiento policial, heladas bajo cero y el afán de no claudicar.

Lo más duro no es el frío, sino la represión policial. Pero de aquí no nos moverán”, asegura Jean-Philippe Delarue sentado sobre la inmensa escalinata de falso mármol blanco que conduce al patio del Arco de la Defensa.

Sentado en esa escalinata, casi desplomado, su figura es un símbolo de los estragos provocados por la crisis en poco más de dos décadas. Ese monumento desangelado fue inaugurado por François Mitterrand en 1989 para el 200° aniversario de la Revolución Francesa. Su idea era mostrar la vigencia de los principios de “libertad, igualdad y fraternidad”. Durante un tiempo, allí funcionó la Comisión de Derechos Humanos y ahora está ocupado por el Ministerio de Ecología.

Jean-Philippe y otros 300 indignados franceses –más un puñado de italianos, alemanes y españoles– se instalaron en la explanada el 4 de noviembre cuando terminó la cumbre del G-20 de Cannes para protestar contra la pasividad de los gobiernos para enfrentar resueltamente la crisis y comenzar a sancionar a los verdaderos responsables.

Por su historia y los principios que encarna, el Arco de la Defensa es casi una anomalía en medio de los enormes rascacielos de ese barrio de negocios que los franceses persisten en comparar con Manhattan. En La Defensa tienen su sede las principales multinacionales y es el lugar donde mejor se escucha el latido del corazón financiero francés.

Sin caminos.

A los 27 años, con dos títulos universitarios, Jean-Philippe hizo 18 meses de pasantías ad honorem en cuatro gigantes de la industria financiera mundial. Pero nunca consiguió un trabajo estable. Para no depender totalmente de sus padres –una típica familia de clase media–, trabaja dos días por semana como sereno de hotel y empleado en una casa de música. Su novia, trabaja los fines de semana en una boutique de moda. Como los otros 52 millones de jóvenes europeos que ganan mil euros por mes –los famosos mileuristas–, nunca pudieron dejar la casa de los padres para irse a vivir juntos. Al carecer de empleo fijo, los bancos no les dan crédito y nadie les alquila un departamento porque no ofrecen seguridad. “¿Qué nos queda? ¡Protestar!”, clama, casi a los gritos.

“Somos indignados, pero no resignados”, le responde Olivier Merxel, un ingeniero informático de 36 años, que acaba de perder su empleo en un gran banco internacional, que despidió a 6.000 empleados de un plumazo.

“Ni una cosa ni otra: somos desesperados”, intercede Anna Nosorie, ex empleada de una modesta fábrica de embalajes de cartón que quebró por la crisis. Ex militante del trotskismo se pregunta ahora si no llegó la hora de abandonar la resistencia pasiva y pasar a la acción violenta. “Las Brigadas Rojas y el Che Guevara no fueron un buen ejemplo –afirma–, pero mientras sigamos creyendo que el Mahatma Gandhi es un modelo no le daremos miedo a nadie”.

Un minuto después, Anna es la primera que divisa el batallón de la policía antimotines avanzando hacia el campamento de los indignados.

— Ahí vuelven. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cruzarnos de brazos, mientras nos humillan y destrozan nuestros refugios precarios?, clama con la voz entrecortada por los sollozos.

Desde que se instalaron en ese símbolo del capitalismo –como los norteamericanos que ocupan Wall Street–, los indignados franceses reciben todos los días la visita policial. El primer día les incautaron las tiendas de campaña. Luego destruyeron las viviendas precarias construídas con cartones, lonas y carteles. Después se llevaron los bolsas de dormir. Por último, confiscaron los alimentos y hasta los efectos personales.

Nada consiguió disuadirlos ni les hizo modificar la actitud de resistencia pasiva que caracteriza la acción de los indignados. Un puñado de irreductibles continúa durmiendo todas las noches al pie del Arco, bajo la mirada de un reducido grupo de policías. Se aprietan unos contra otros para defenderse del frío implacable de París, que en ese amplio espacio abierto a los cuatro vientos desciende a 0 grado. Los otros, que partieron a dormir en casa de familiares o militantes, regresan por la mañana.

Los logísticos, como se los llama en la jerga interna, vienen con termos de café, medialunas y sándwiches. Algunos, incluso, con sus computadores portátiles y a través de Google rastrean las actividades y los discursos que pronuncia Stephan Hessel, autor de “Indígnense” y “Comprométanse”, los dos libros que inspiran el movimiento planetario de indignados. Otros aportan los diarios, traen algún libro, pilas para las radio y efectos de limpieza, sabiendo que pocas horas después serán nuevamente incautados por la policía. Las fuerzas del orden recibieron orden de “no tocar un solo cabello” de los indignados. En La Defensa cumplen escrupulosamente con la consigna. Pero en otros lugares, son menos flexibles.

Los 80 miembros de grupo que partieron de La Defensa a hacer una fugaz protesta frente a la Bolsa de París fueron arrestados por la policía. Estuvieron detenidos 18 horas, acusados de “deterioro de bien público” por haber “destrozado” un vidrio del camión celular que los trasladaba.

Ejemplos.

El grupo de indignados que acampa en La Defensa se convirtió en una curiosidad para los miles de empleados que trabajan en las torres del barrio. Algunos los insultan y la mayoría los mira con curiosidad: “¡Un día u otro ustedes también terminarán por comprender que el sistema nos está devorando”, les dicen los resistentes. Otros suelen acercarse y deslizan alguna palabra de aliento o les ofrecen la mitad del sándwich que compraron para el almuerzo. Muy pocos se atreven a entablar una conversación política.

A diferencia de España o los Estados Unidos, los indignados franceses cuentan con la simpatía de una franja importante de la población. Pero, por el momento, el movimiento no parece ganar adeptos. “Comenzaremos a crecer cuando se acentúe la crisis”, afirma el estudiante de administración de empresas Robert Breton, que tiene la fe y el entusiasmo de un converso. “2012 será el año de la explosión de los indignados en todo el mundo”, promete.

por Christian Riavale

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