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MUNDO | 26-11-2018 11:23

Los encuentros más incómodos en la Cumbre del G20

Trump vs Xi Jinping, Macron y Trudeau. Merkel vs Erdogan. Y la presencia de un “príncipe asesino”. Los posibles choques entre líderes que se detestan.

¿Con qué cara va a mirar el príncipe saudita a los otros asistentes del encuentro del G-20? ¿Querrá alguien hablar con Mohamed bin Salman luego de que se filtrara la conclusión de la CIA sobre su responsabilidad en el asesinato de Jamal Khashoggi?

La Casa Blanca salió a relativizar la revelación de The Washington Post, pero el sentido común se inclina hacia la versión del diario. Con esa sombra llega a Buenos Aires el hombre que controla el poder en el reino del desierto.

Habrá varios encuentros incómodos en Costa Salguero. Líderes que se llevan muy mal se cruzarán en reuniones y posarán juntos para las fotos. El protocolo obligará a estrecharse las manos, sonriendo, a varios que deberán esforzarse para hacerlo.

Seguramente, a espaldas de las cámaras y los micrófonos, algunos se insultarán en voz baja. No extrañaría, por caso, que lo hicieran Trump y Macrón. De hecho, el jefe de la Casa Blanca acaba de batir récords de insolencia al hacerle bullying a su par francés.

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En una reacción tardía por el discurso de Emmanuel Macron en la conmemoración del final de la Primera Guerra Mundial, el magnate neoyorquino entró en trance tuitero y se burló del jefe de Estado galo.

La relación entre París y Washington nunca fue fácil. De por sí, para el orgullo francés era difícil digerir que los norteamericanos los hubieran liberado de los nazis. La insurgencia maqui, con sus emboscadas y sabotajes, no habría podido poner fin a la ocupación alemana. Ese malestar se acrecentó en 1956, cuando Eisenhower ordenó a París y Londres cesar la guerra contra Egipto por la nacionalización del Canal de Suez.

De ahí en más, faltó buena sintonía. Aunque en los actos de París el anfitrión no cargó contra Estados Unidos sino contra el resurgimiento nacionalista que amenaza la globalización y las políticas comerciales que atacan al multilateralismo, Trump es un abanderado en ambos rubros. No se puede cuestionar el nacionalismo y el aislacionismo sin cuestionar el “América First” y el belicismo comercial de Trump. Lo insólito es que el presidente norteamericano respondiera como lo hizo: disparando pullas contra Macron.

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Los choques entre ambos mandatarios, que se cruzarán en Buenos Aires, habían comenzado mucho antes. En un principio, Macron había intentado convencer al estadounidense de que deje de atacar a los aliados porque debilita la OTAN, y de revisar su decisión de sacar a los Estados Unidos del Acuerdo de París sobre Cambio Climático.

Fue como meter los dedos en un enchufe. Trump lo colocó en el paredón de fusilamiento verbal y, en la antesala de la cumbre del G-20, traspasó todos los límites. El insólito ataque contra Macron incluyó una burla morbosa por las dos guerras que enfrentaron a Alemania y Francia en el siglo XX. La intención era clara: ridiculizar el tándem conformado por Macron y Merkel, opuesto a los liderazgos nacionalistas que están desgarrando Europa y desgajando la Alianza Atlántica.

La respuesta francesa al bullying del presidente norteamericano fue contundente: le exigió actuar con “decencia”. Una forma elegante de llamarlo indecente.

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¿Podrán darse la mano en Argentina, como si ese increíble duelo verbal nunca hubiera ocurrido?

También Justin Troudeau se cruzará con Trump en Costa Salguero y quizá se atreva a reprocharle, en privado, la brutal dureza con que trató a Canadá en la renegociación del NAFTA. Trump, por su parte, al cruzarse con Angela Merkel querrá preguntarle a quién se refería cuando habló de “nacionalismo miope” en la conmemoración del armisticio de Campiègne.

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Merkel, a su vez, de buena gana le exigiría al presidente turco que se disculpe por haberle dicho “nazi” cuando le impidió a sus ministros hacer mitines en suelo germano para el referéndum sobre la reforma de la Constitución ataturkista.

Erdogán y la canciller alemana se desprecian porque expresan modelos de liderazgo claramente contrapuestos. El líder islamista de Turquía logró colocarse por encima de la institucionalidad creada por Atatürk sobre los escombros del Imperio Otomano, mientras que Merkel lleva a cabo, junto con Macron, una cruzada contra el nacionalismo de autócratas que está carcomiendo a la Unión Europea.

La líder alemana quizá aproveche también algún momento de la cumbre del G-20 para arrimarse a Giuseppe Conte y sugerirle que asuma de verdad el cargo de primer ministro y tome el control de Italia, antes de que Matteo Salvini la choque contra Bruselas.

Incluso es posible que Shinzo Abe le susurre duros reproches a Xi Xinping por hacer expansionismo marítimo sobre aguas japonesas creando islas artificiales chinas. Sería uno más de los tantos encontronazos en voz bajas que podrían producirse durante la mega-cumbre del G-20 en Buenos Aires.

De todos los posibles roses que no trascenderán a la prensa, a los más graves debería protagonizarlos Mohamed Bin Salmán. Sobre todo si se cruza con Recep Tayyip Erdogán, el primero en denunciar el aberrante asesinato perpetrado en el consulado saudí de Estambul.

Si al periodista disidente lo hubiesen matado en Jordania, Egipto, Kuwait o los Emiratos Arabes, el mundo quizá jamás se hubiera enterado. Pero lo mataron en Turquía, cuyo gobierno quedó enfrentado con Arabia Saudita por la guerra en Siria. Por eso Erdogán denunció el crimen ni bien se produjo y también por eso le dio todas las pruebas a la CIA, que concluyó que a la orden de asesinar a Khashoggi la dio personalmente el príncipe que controla absolutamente todo en el reino más grande de la Península Arábiga.

No es el primer evento al que asiste Mohamed bin Salmán después del resonante crimen. Hasta ahora no mostró otra cosa que no sea soberbia e impunidad. Pero a Buenos Aires llega con la filtración del análisis de la CIA concluyendo en que sólo él pudo haber ordenado el aberrante asesinato perpetrado en la sede diplomática.

Los esfuerzos de Trump para encubrir a su preciado aliado estratégico y comercial en el Oriente Medio, difícilmente logren que se sientan cómodos aquellos asistentes que tengan que pararse junto al príncipe cuando se tomen las fotos que retratarán esta cumbre para el álbum de la historia.

por Claudio Fantini

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