El deporte más popular de Estados Unidos, el fútbol americano, parece haber completado su transición de la resistencia a la sumisión ante Donald Trump. La asistencia del presidente al Super Bowl en Nueva Orleans marcó un giro político que refleja cómo las ligas deportivas, como muchas corporaciones, han optado acomodarse en lugar de enfrentarlo, como había sucedido en su primera presidencia.
Y esta transformación no es solo un fenómeno deportivo: es parte de un cambio más amplio en la sociedad estadounidense, la gran batalla cultural, donde Trump ha logrado recuperar terreno incluso entre votantes que antes lo rechazaban, incluidos sectores de la comunidad negra desencantados con los demócratas.
En su primera presidencia, Trump fue un feroz crítico de los jugadores que se arrodillaban durante el himno nacional en protesta contra la injusticia racial, exigiendo que fueran despedidos: fue el estallido del #Blacklivesmatter, primera chispa del movimiento woke.
En 2017, el comisionado de la NFL, Roger Goodell, rechazó su intervención, acusándolo de hacer comentarios "divisivos". De alimentar la grieta que dividió a los Estados Unidos. Sin embargo, ocho años después, la situación es diametralmente opuesta. La liga ya no promueve el lema "End Racism" en las zonas de anotación, el mensaje que había adoptado tras el asesinato de George Floyd en 2020. Por el contrario, Trump es quien tiene el escenario central en el mayor evento deportivo del país.
El presidente asistió al partido como invitado de Gayle Benson, la dueña de los New Orleans Saints, y tuvo un espacio destacado en la transmisión televisiva, con una entrevista pregrabada en Fox News. Este respaldo de la NFL llega mientras Trump intensifica su cruzada contra las iniciativas de diversidad, equidad e inclusión (DEI), con órdenes ejecutivas para erradicar del gobierno a las minorías trans, a la par que presiona a entidades privadas para que hagan lo mismo.
Y la liga, en lugar de resistir, parece haberse alineado con la estrategia de "guerra contra lo woke" promovida por el mandatario. Esta alineación también coincide con una transformación en la base electoral de Trump. Su retórica y políticas han resonado en sectores de votantes negros que han visto en él un liderazgo más efectivo que el de los demócratas, especialmente tras las desilusiones con la administración Biden-Harris.
El aumento del desempleo, la inflación y el sentimiento de abandono en comunidades que históricamente han apoyado a los demócratas han permitido a Trump captar votos en lugares donde antes era impensable. Esto se traduce en un debilitamiento del poder que antes tenían las figuras del deporte y el espectáculo para desafiarlo.
Las señales de esta nueva realidad se extienden más allá del fútbol americano. En enero, ESPN emitió un mensaje de Trump durante la final del campeonato universitario de fútbol americano, donde aprovechó la transmisión para criticar a la administración Biden. Además, ha utilizado el deporte como un campo de batalla político con medidas como la prohibición la última semana de la participación de atletas transgénero en deportes femeninos, una decisión que fue seguida por la NCAA en una muestra de alineación con la Casa Blanca.
La actitud de los jugadores también ha cambiado. En lugar de desafiar a Trump, las estrellas del Super Bowl, Patrick Mahomes y Travis Kelce, se han mostrado entusiasmadas con su presencia en el evento. Kelce, pareja de Taylor Swift, una de las celebridades más críticas del republicano, declaró que era un "honor" jugar frente al presidente.
Esta postura contrasta con la de otros atletas en la era previa, como LeBron James, quien en 2017 llamó a Trump un "idiota" y apoyó activamente a sus oponentes políticos. Pero después de la derrota de Kamala Harris y el descalabro de los demócratas, incluso las grandes figuras del entretenimiento y el deporte parecen haber entendido que desafiar a Trump, ya no tiene el mismo respaldo popular ni político.
El giro de la NFL hacia Trump no es solo una cuestión de política interna. La estrategia del presidente incluye una fuerte presencia en el mundo deportivo, con la Copa del Mundo de 2026 y los Juegos Olímpicos de 2028 en el horizonte. Su relación con el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, y su interés en los deportes de masas sugieren que continuará utilizando estas plataformas para consolidar su influencia.
Esta transformación plantea una pregunta clave: ¿Es esta la nueva normalidad para el deporte en Estados Unidos? La rendición de la NFL ante Trump podría ser un reflejo de una tendencia más amplia en la que las ligas deportivas, presionadas por intereses económicos y políticos, han decidido priorizar la neutralidad o incluso la colaboración con el poder: el giro se ha dado también en el mundo de la tecnología, donde referentes como Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, antes promotores demócratas, han virado para alinearse con Elon Musk y la Casa Blanca. Si antes el deporte, el espectáculo y las redes eran un campo de batalla ideológico, ahora parecen haberse convertido en un espacio de validación para el inquilino de la Casa Blanca. Y Trump está dispuesto a capitalizarlo.
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