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MUNDO | 23-12-2019 11:00

Gran Bretaña: el temible huracán Boris

El líder tory removió el último obstáculo que frenaba el Brexit, pero Escocia e Irlanda analizan ahora romper el Reino Unido.

El mapa de la Unión Europea empezó a resquebrajarse y también empezó a resquebrajarse el mapa británico. El precio de reconfirmar el Brexit es el crecimiento de un riesgo que no guarda relación con su causa: la destrucción de Gran Bretaña. Lo que podría desaparecer es nada menos que el Estado que comenzó a gestarse en el siglo XVII con la “Unión de las Coronas” inglesa y escocesa; se profundizó con el Acta de la Unión del siglo XVIII y se amplió con la inclusión de Irlanda en las puertas del siglo XX.

Bandera. La Unión Jack es la bandera que representa ese proceso y desaparecería junto con él. Sucede que la misma votación que confirmó el Brexit, acrecentó la voluntad de secesión en Escocia y de reunificación con la República de Irlanda en Ulster. A la misma hora que Boris Johnson festejaba su victoria en Londres, la primera ministra escocesa Nicola Sturgeon festejaba su triunfo en Edimburgo, mientras en Belfast festejaban los republicanos que, por primera vez, alcanzaron la mayoría. El fortalecimiento del Partido Nacionalista Escocés, y el control del parlamento del Ulster que otorga a los republicanos la suma de las bancas conquistadas por el Sinn Fein y el Partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP), señalan que los escoceses y los norirlandeses no están dispuestos a marchar por la senda elegida por ingleses y galeses.

El argumento de Escocia tiene lógica: en el referéndum del 2014, en el que perdió la opción secesionista, no existía la posibilidad de quedar afuera de la UE. Esa opción triunfó en el 2016, aunque los escoceses votaron mayoritariamente contra el Brexit. Ergo, si ingleses y galeses quieren abandonar la UE, que lo hagan, pero respetando el derecho de los que quieren permanecer. Ocurre que los británicos decidieron en elecciones lo que debían definir en un segundo referéndum: salir o quedarse. Esa era la cuestión fundamental de la votación: aplicar el Brexit de una vez por todas o comenzar a enterrarlo definitivamente. Y los contendientes principales fueron un líder diletante y demagógico, pero astuto y contundente, Boris Johnson, y un líder negligente y ambiguo, Jeremy Corbyn.

Nicola Sturgeon

Votos. Si la cuestión fundamental se hubiera dirimido en un segundo referéndum, en el cuarto oscuro habría habido sólo dos opciones: Brexit o Remain. Pero fue en una elección general, por lo tanto hubo tantas opciones como partidos.
El líder astuto logró monopolizar la opción Brexit, mientras que el líder negligente no tuvo estrategia para unificar el voto contrario. Con el viraje ultranacionalista que Johnson imprimió a los tories, el Partido Conservador absorbió votos ultranacionalistas que antes iban a partidos extremistas de Nigel Farage. Las dos opciones pro-Brexit se redujeron a una. En cambio el voto contrario se dividió entre el Partido Laborista, el Partido Liberal Demócrata, el Partido Verde, el Partido Nacionalista Galés y el Partido Nacionalista Escocés, entre otros.

El liderazgo anti-Brexit no tuvo estrategia. La liberal-demócrata Jo Swinson hundió a su partido al prometer que, si ganaba, desactivaría el Brexit sin mediar un segundo referéndum en el que sea la propia sociedad la que decida deshacer la decisión votada en el 2016. Más negligente aún fue el líder laborista. Corbyn presentó un programa de gobierno lo suficientemente radicalizado como para espantar votos en la clase media. 

No es la primera vez que esto pasa en el Partido Laborista. En los años ’70, Harlod Wilson pasó de ser contrario a la Comunidad Económica Europea a fomentarla abiertamente tras el referéndum que decidió la permanencia, expulsando de su gobierno a los euroescépticos. Pero hace tiempo que, sobre el Brexit, no hay lugar para la ambigüedad.

El programa radicalizado de Corbyn tenía una lógica: la del anti-sistema. Que éste sea un tiempo de anti-política hizo que la extravagancia y demagogia de Johnson, en lugar de cerrarle el acceso al liderazgo de un partido circunspecto y tradicionalista, se las abriera de par en par. La misma lógica anti-sistema podía hacer del izquierdismo un arma potente, pero no fue así.

Corbyn y Cameron

Quizá la explicación de por qué un anti-sistema funcionó y el otro no, sea que, más allá de su aspecto desaliñado y su estilo anti-establishment, Johnson pertenece a una familia de la elite británica. Lo seguro es que el premier tory logró representar algo concreto y contundente sobre la cuestión que se dirimía en las urnas, mientras que su adversario laborista representó algo indefinido, a pesar de que su propuesta sobre la UE era la más completa: un segundo referéndum en el que la alternativa al Remain no fuese el Brexit de Johnson, sino una salida a medias, con permanecia en el mercado único y la unión aduanera. Una propuesta buena expresada por un candidato malo. Sólo una parte del electorado llegó a conocer ese dato del programa laborista. A Corbyn le importó más enterrar definitivamente la Tercera Vía y demás vestigios del pragmatismo de Tony Blair y Gordon Brown, que derrotar el proyecto con que Johnson barrió a los tories moderados. Y lo que consiguió es la peor derrota laborista en casi cuatro décadas: repitió el error que cometió Michael Foot al encarar los comicios de 1983 con un programa marcadamente izquierdista frente a Margaret Thatcher.

Aquella debacle laborista causada por el izquierdismo intransigente de Foot le abrió las puertas de la conducción partidaria al pragmatismo modernizador de Neil Kinnock. Es posible que el fracaso de Corbyn produzca una resurrección del “blairismo”. Lo que está fuera de duda es que le permitió a Johnson lo que otros intentaron durante medio siglo: desasociar a Londres del proceso de integración europea. En 1975 fracasó un intento de salir del Mercado Común Europeo. Después crecieron en los partidos las alas euroescépticas que procuraban la salida de la Comunidad Económica Europea. Todos fallaron hasta que Cameron, pensando que otro fracaso euroescéptico sería el último, realizó el referéndum del 2016.

Dos años después, Johnson terminó de remover los obstáculos para la salida de la Unión creada por el Tratado de Maastricht. La contraindicación de su conquista podría ser la secesión de Escocia y la reunificación de Irlanda. O sea, la desaparición del Reino Unido de la Gran Bretaña.

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Claudio Fantini

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