Friday 19 de April, 2024

LIBROS | 13-02-2019 15:29

El viaje interno

Igort recorre un paisaje invernal en blanco y negro, una ciudad donde acaban de florecer los cerezos, un bosque que hace sonar la tecla de lo natural misterioso, o incluso una ciudad donde pensó que podría vivir sólo para descubrir que no es apta para su necesidad de silencio y soledad.

****  Se puede viajar para hacer algo específico: un pariente, un congreso, la actuación de un artista admirado, un museo. También se puede viajar para hacer turismo: vehículos llenos, lugares predeterminados, ofertas especiales, ruido y mezcla. También hay viajes iniciáticos. Aunque el más cercano a la literatura y la creación es el viaje que se deja llevar por la deriva.

Igort es el seudónimo de un dibujante italiano que ha hecho del viaje porque sí, de puro curda, la materia de sus libros. Que no son exactamente álbumes de cómic, ni novelas gráficas, ni recopilación de ilustraciones. Aparte de dos libros sobre Japón, ha hecho otro sobre Rusia.

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En este caso, la guía y el empuje inicial es el poeta Matsuo Basho, para quien “viajar era un estado interior”. Lo que falta en un viaje como este es la meta. Muy occidental, buscador siempre de algún mínimo rendimiento, Igort se pregunta: “¿Me toparía con algo que enriqueciera mi insignificante existencia durante aquel viaje sin meta precisa?”.

El libro contesta con creces la pregunta. Igort recorre un paisaje invernal en blanco y negro, una ciudad donde acaban de florecer los cerezos, un bosque que hace sonar la tecla de lo natural misterioso, o incluso una ciudad donde pensó que podría vivir (irse a Japón: un impulso que sobrevuela el libro) sólo para descubrir que no es apta para su necesidad de silencio y soledad. A veces divide las páginas en cuadritos de cómic, a veces despliega a doble página grandes ilustraciones de calles o paisajes.

El ritmo se vuelve serenamente móvil, cambiante, dispuesto a incorporar no sólo lo visual, sino también datos puros y duros sobre el escritor Kawabata, la ciudad de Hiroshima, o Izumo, el fabricante artesanal de un papel “al estilo chino”. Hay pasajes macabros, con niños fantasmales, o un videojuego con una protagonista virtual que tiene cientos de amantes reales.

O aparece un teléfono muy real, al que acuden muchos en busca de alivio del desastre real en Otsuchi, ciudad arrasada por el terremoto y el tsunami del 11 de marzo de 2011: entran en la cabina, levantan el tubo y hablan con la persona cercana que perdieron. El cable del teléfono está conectado a la nada, pero “las palabras (…) acaso hagan la vida más aceptable”.

El residuo que queda en el aparato visual y sensible del lector no se aferra a esos núcleos anecdóticos. Queda en cambio la sensación general de haber hecho un viaje idéntico al del autor, sin moverse.

“Cuadernos japoneses. El vagabundo del manga”, de Igort. Salamandra, 175 págs. $ 795.

por Elvio E. Gandolfo

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