Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 22-11-2014 08:20

Mauricio y las mujeres

Por diferentes motivos, Macri es el elegido de Cristina Fernández y Elisa Carrió.

Mauricio Macri es un hombre privilegiado: con cierta frecuencia, las dos mujeres más poderosas, influyentes e iracundas del país dan a entender que, pensándolo bien, les gustaría que resultara ser el próximo presidente de la República. No se trata de una manifestación de amor sino de espanto. Si Cristina Fernández de Kirchner y Elisa Carrió coinciden en algo, es que sería desastroso que la contienda electoral que ya ha comenzado culminara con otro triunfo peronista. Huelga decir que sus motivos para sentirse alarmadas por dicha eventualidad son distintos. Mientras que Cristina teme que Daniel Scioli o Sergio Massa se las arreglarían para privarla de los vestigios del poder que espera conservar, dejándola a la merced de una jauría de juristas vengativos, Elisa cree que, si uno ganara, se limitaría a encargarse del gran negocio que es la política, lo que a su juicio tendría consecuencias calamitosas para la Argentina que, enferma de corrupción, pronto degeneraría en un Narco-Estado.

¿Y Mauricio? Mira las maniobras de las damas con ecuanimidad distante. Sabe que, siempre y cuando no se dé por aludido, la especulación en torno a lo que tendrían en mente le conviene. Así, pues, a veces se permite quejarse porque últimamente Cristina no le atiende el teléfono pero, claro está, comprende que la señora tiene motivos de sobra para negarse a charlar con quienes no comparten todas sus opiniones. En cuanto a su relación con Elisa, jura que nunca “tomé un café” con ella. De todos modos, Juliana Awada no tiene motivos para preocuparse por el interés evidente de las dos en el destino de su marido: sus designios son exclusivamente políticos.

 

Durante buena parte de su gestión como jefe del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Macri hubo de defenderse contra los ataques reiterados de un Poder Ejecutivo nacional resuelto a hacerlo tropezar. Para hacerle la vida imposible, los kirchneristas demoraron obras fundamentales, procuraron sabotear la embrionaria Policía Metropolitana, instigaron paros sorpresivos e inundaron las calles de piqueteros, pero andando el tiempo la mezquindad evidente de sus adversarios lo ayudaría. Lo mismo que los bonaerenses, los porteños propenden a atribuir los problemas más urticantes que enfrentan a diario a la malicia propia de los ultrakirchneristas, no a las eventuales deficiencias del mandatario local, razón por la que el índice de aprobación tanto de Scioli como de Macri, dos presidenciables que tienen mucho en común, sigue siendo bastante alto.

Aunque la Capital Federal tiene la reputación de ser un distrito progre y en opinión de quienes se suponen izquierdistas Mauricio milita en la derecha liberal, tal imagen ya no le perjudica a ojos de Elisa que, en un avatar anterior, dijo que “Macri es un límite moral infranqueable”, un partidario del capitalismo salvaje y, sería de suponer, intrínsecamente corrupto con el que nunca se le ocurriría pactar. Pero desde entonces mucho ha cambiado. Para horror de los radicales fieles a las doctrinas ancestrales, para no hablar de los soñadores de la izquierda más o menos moderada, en la actualidad Elisa lo ubica entre los políticos decentes y se propuso articular una gran alianza republicana y democrática que incluya a PRO, la UCR, el socialismo santafesino y otras facciones presuntamente compatibles. Si bien sus esfuerzos en tal sentido no prosperaron, ya que lo único que ha logrado es dinamitar el Frente Amplio-UNEN del que fue la arquitecta principal, ha ayudado a Macri a superar los prejuicios de muchos que se habían habituado a tomarlo por un cuco peligrosísimo que, de tener la oportunidad, no vacilaría en privatizar absolutamente todo.

Conforme a las pautas imperantes en otras latitudes, Macri dista de ser un extremista de la derecha retardataria. En Europa, sería considerado un centrista nato capaz de congeniar, según las circunstancias, con gobiernos socialistas o levemente conservadores. Es evidente que no le importan demasiado las divagaciones ideológicas que, a pesar de todo lo ocurrido en el país y en el resto del mundo, siguen obsesionando a los politizados locales. Antes bien, se concentra en tratar de solucionar “los problemas de la gente”, una actitud que le ha merecido la gratitud de los hartos del guitarreo inconducente de aquellos profesionales de la política que prometen mucho pero que, una vez anidados en el poder, se limitan a administrar la crisis de turno, llenando los baches con relatos engañosos que sólo sirven para legitimar los proyectos personales.

 

Gracias en buena medida a Elisa, la candidatura presidencial de Macri ya ha cobrado fuerza suficiente como para plantear una amenaza a Massa, que para mantenerse en carrera se siente constreñido a sacar un conejo tras otro de la galera –ahora quiere que nadie pague Ganancias en diciembre, lo que, en vista del estado lamentable de la economía nacional, parece irresponsablemente populista–, y a Scioli, el que sigue confiando en que Cristina finalmente lo unja como su sucesor, puesto que en su propio círculo no cuenta con nadie mejor. De agravarse mucho más el descalabro económico provocado por el voluntarismo insensato de los kirchneristas, las acciones de Macri podrían subir mucho en los meses próximos.

A juzgar por la experiencia europea, en tiempos de incertidumbre en los que todo parece estar a punto de desplomarse, la mayoría propende a optar por un gobierno de la derecha civilizada por entender que sería suicida intentar aplicar recetas progresistas que acaso serían apropiadas para una etapa de vacas gordas. Aunque en este ámbito como en tantos otros las tradiciones argentinas son distintas de las de países latinos europeos como España, Italia y Francia, o vecinos como Chile y Uruguay, aquí también las preferencias populares suelen oscilar entre la izquierda repartidora y la derecha estabilizadora.

Los kirchneristas pudieron aprovechar los ingresos fabulosos que fueron posibilitados por el boom de las commodities para comprar popularidad, pero por desgracia los gastaron sin pensar en mañana, de suerte que, pase lo que pasare, el próximo gobierno se verá obligado a ajustar con aún más vigor que el ensayado por el actual. Sería por lo tanto lógico que el electorado decidiera que sería mejor que se encargara de aquella tarea sumamente ingrata gente cuyas ideas son radicalmente distintas de las de populistas que, una vez más, se las han ingeniado para arruinar el país. ¿Está por producirse el tantas veces pronosticado cambio de actitudes luego de largas décadas de populismo autocompasivo que han dejado el país nuevamente en la vía? Pronto sabremos la respuesta a este interrogante fundamental.

Elisa, la que hace casi diez años quería aliarse con Ricardo López Murphy –un duro “genocida” según progres radicales que no creían en los números–, parece consciente de que la situación en que el país se ha precipitado podría favorecer las aspiraciones de Macri frente a los dos peronistas que, según las encuestas de opinión, aún lideran la carrera presidencial, ya que, a diferencia de ellos, no ofrece más de lo mismo. Algunos kirchneristas piensan igual, si bien por razones maquiavélicas: quieren que quienes tomen el relevo a Cristina protagonicen un fracaso realmente espectacular.

Suponen que, si Macri se muda la Casa Rosada, el ajuste que pondría en marcha resultaría ser tan sádico que el pueblo no tardaría en alzarse en rebelión para reclamar el retorno inmediato de Cristina, lo que les permitiría frustrar a quienes esperan verla obligada a rendir cuentas ante la Justicia por los delitos perpetrados en el transcurso de la década que ella y sus cómplices ganaron. Se trata de una variante de la estrategia elegida por los peronistas de los años setenta del siglo pasado que consistía en apostar a que un régimen militar “de derecha” hiciera el trabajo sucio necesario para restaurar cierto equilibrio fiscal después de una fiesta populista, abriéndoles así la puerta para un regreso triunfal; de no haber sido por la irrupción inesperada de Raúl Alfonsín, hubiera funcionado tal y como previeron.

 

Desde el punto de vista de Cristina y sus incondicionales, el futuro de la economía nacional, y de las decenas de millones de personas que dependen por completo de sus vicisitudes, es lo de menos. Lo que más quieren es la impunidad, pero no les será nada fácil conseguirla. Aun cuando se resignaran a respaldar a Scioli y financiaran una campaña exitosa con lo que todavía quede en la caja, en cuanto el así beneficiado se instalara en el poder sería reacio a poner obstáculos en el camino de la Justicia. De triunfar Massa, el tigrense no titubearía un solo minuto en ensañarse con aquellos kirchneristas que se resistieran a incorporarse a las filas del movimiento que está aglutinándose en torno a su figura cuando todavía podían hacerlo con cierta elegancia. Por su parte, Macri, si bien no parece ser una persona vengativa, no tendría más opción que la de asumir una postura legalista, ya que le sería prioritario mostrar que estar a favor de una mayor participación del sector privado en la vida económica del país no significa estar dispuesto a tolerar la corrupción, como quisieran hacer creer aquellos izquierdistas y populistas que insisten en tratarlo como un derechista vinculado con lo peor del capitalismo “neoliberal”.

* PERIODISTA y analista político, ex director de

“The Buenos Aires Herald”.

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