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OPINIóN | 15-10-2017 00:00

Cambiemos se prepara para el despegue

La gobernadora María Eugenia Vidal es la cara visible del anunciado triunfo del macrismo.

En la mayoría de los países, las elecciones legislativas que se celebran a mitad del mandato presidencial brindan a los decepcionados por el gobierno de turno, sin por eso querer echarlo, una oportunidad para darle un rapapolvo amonestador, razón por la que el oficialismo suele perder algunos escaños. Pero la Argentina es diferente. De estar en lo cierto todos los encuestadores, aquí los votantes aprovecharán los comicios del domingo venidero para manifestar algo más que su opinión de la gestión de Mauricio Macri. Para sorpresa de los resignados a la hegemonía de variantes del populismo autocompasivo, según el cual la Argentina es la eterna víctima de la malignidad de potencias envidiosas, hay señales de que por fin el país se ha cansado de una modalidad que tantos perjuicios le ha provocado y que por tal motivo buena parte de la ciudadanía estará dispuesta a confiar en Macri, María Eugenia Vidal, Elisa Carrió y otros miembros del equipo gobernante. Más que una tenue esperanza, los une el hartazgo.

De ser así, estamos ante un cambio de paradigma que, andando el tiempo, incidirá en la conducta y las actitudes de muchísimas personas, incluyendo a aquellas que odian a la gente de Cambiemos. A diferencia del peronismo y las sectas que ha incubado, entre ellas la kirchnerista, o la izquierda combativa, el movimiento que se ha formado en torno a Macri no se alimenta del repudio rencoroso de cuanto les parece foráneo o vinculado con la oligarquía terrateniente sino de la convicción de que, bien manejada, la Argentina podría dejar atrás una etapa larguísima signada por frustraciones y fracasos para crear una sociedad que acaso no sea perfecta pero que por lo menos sería comparable con las más avanzadas del mundo occidental.

Desde el punto de vista de los que, a pesar de todo lo ocurrido en los años últimos, siguen reivindicando lo que nos aseguran son aspiraciones más elevadas que las meramente tecnocráticas, se trata de una meta poco emocionante, una que es típicamente burguesa y por lo tanto despreciable, pero parecería que dentro de un año o dos obtendrá el respaldo de la mayoría.

Para algunos, el que, desde que irrumpió en la Capital Federal hace apenas diez años, el macrismo, acompañado por la UCR y la Coalición Cívica, haya continuado expandiéndose con rapidez hasta conformar el núcleo de un movimiento de alcance nacional, plantea un peligro. Dicen temer que el ingeniero Macri, envalentonado por los resultados electorales previstos, caiga en la tentación de creerse un hombre providencial, un salvador de la Patria imprescindible, o sea, que se transforme en un caudillo narcisista como los de antes que premiaban indebidamente la lealtad de sus vasallos, comenzando con sus parientes y amigos. Si bien dicha alternativa es factible, por ahora no hay muchos motivos para suponer que Macri permitiría que el eventual éxito de su proyecto político se le subiera a la cabeza. Por su formación, entenderá que en el mundo actual los reacios a acatar las reglas, escritas o no, que son consideradas propias de la democracia no suelen merecer la aprobación de sus pares.

De todos modos, hay mucho más en juego en las elecciones del 22 de este mes que el destino personal de un político determinado. En el exterior, el consenso es que los resultados dirán si el triunfo de Macri de dos años atrás fue nada más que una anomalía pasajera atribuible a los errores groseros cometidos por Cristina con el presunto propósito de prolongar su propio reinado o si, como aventuran los voceros oficiales más optimistas, la Argentina realmente está preparándose para despegar luego de haber perdido décadas negándose a intentarlo.

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La cautela de los escépticos tanto locales como extranjeros tiene su lógica. Hay interesados en el futuro del país que aún sospechan que lo sucedido en octubre de 2015 sólo reflejó el fastidio que muchos sentían por la presencia entre los candidatos de piantavotos esperpénticos como Carlos Zannini y Aníbal Fernández y que votaron a Macri porque creían que representaba el mal menor. Es posible que quienes piensan de tal modo no se hayan equivocado.

Así y todo, es evidente que a partir de entonces comenzó a difundirse la conciencia de que lo que el país necesita es mucho más que contar con un gobierno que sea internacionalmente presentable. Al fin y al cabo, la alternativa al cambio propuesto por Macri y sus aliados es más de lo mismo, es decir, más saqueo a manos de los integrantes de bandas corporativistas de características mafiosas, más inflación, más contabilidad imaginativa y mucho más pobreza. Puede que el impacto de la tragedia venezolana en el estado de ánimo popular no haya sido muy grande, pero muchos intuyen que algunos años, quizás meses, más del kirchnerismo hubieran tenido consecuencias catastróficas para todos salvo los militantes.

En el mundo actual, desprovisto como está de relatos aglutinantes, se ha hecho habitual que los triunfos electorales deban menos a los méritos propios del eventual ganador que a los defectos de sus adversarios. En Estados Unidos, Donald Trump se impuso porque a juicio de muchos Hillary Clinton era un personaje antipático y nada confiable. En Francia, fue merced al pánico que motivaba el ascenso de Marine Le Pen que el casi desconocido Emmanuel Macron pudo instalarse en el Palacio del Elíseo. Es natural, pues, que muchos macristas recen para que Cristina logre mantenerse fuera de la cárcel hasta nuevo aviso. En términos objetivos, como dirían los ideólogos comunistas, es su aliada más valiosa. Por supuesto que si la Justicia se pusiera a la altura de las exigencias formales de los halcones de Cambiemos que quieren que actúe sin prestar atención a los presuntos deseos del Poder Ejecutivo, la estrategia así insinuada, que ya parece anacrónica, tendría los días contados.

Además de modificar los ruinosos códigos de la política argentina que durante tanto tiempo han contribuido a frenar el desarrollo del país, Cambiemos está obligando a los peronistas a someterse a una severa autocrítica. Si bien a los compañeros no les preocupan demasiado las deficiencias de sus doctrinas o, si se prefiere, las verdades recopiladas por el general, sí los angustia el que millones de votantes estén dándoles la espalda. Algunos han reaccionado acercándose a Macri –es la vocación del poder de la que se ufanan–, mientras que otros están pesando las ventajas de incorporarse a una de las agrupaciones post-kirchneristas que están consolidándose y que, desde luego, se parecen bastante a ciertos sectores de Cambiemos.

Los así inclinados se afirman más moderados, más pragmáticos y, claro está, más respetuosos de los valores democráticos que los que obedecían sin chistar las órdenes de la señora. Aun cuando sólo sea cuestión de oportunismo, el realineamiento que está en marcha es otro síntoma del cambio que según parece está produciéndose en el seno de la sociedad argentina. ¿Fructificarán los esfuerzos por adaptar el peronismo a los tiempos que corren? Por tratarse de un movimiento tan asombrosamente proteico, algunas facciones podrían sobrevivir, pero a juzgar por la performance reciente de Florencio Randazzo, sería poco probable que lograran combinarse para emprender la reconquista del país. Mal que les pese a los compañeros que, sin reconocerlo, encarnan el conservadurismo argentino, lo suyo ya es viejo. Huele a naftalina.

Tal y como están las cosas, el enemigo más peligroso que enfrenta el macrismo es el facilismo, la costumbre inveterada de sucesivas elites nacionales de minimizar las muchas dificultades que el país tendría que superar para alcanzar sus objetivos. Al iniciar su gestión, apostaron a que la sensación de que la Argentina estaba en vísperas de un gran cambio sería más que suficiente como para impresionar a los inversores en potencia para que la llenaran de dólares, euros y yuanes. Asimismo, decidieron hablar lo menos posible de “la herencia” atroz que les habían legado Cristina, Axel Kiciloff y compañía con la esperanza de que bastaría como para hundirlos. Si bien desde entonces han adoptado actitudes un poco más realistas, aún se resisten a admitir que no les será del todo sencillo concretar las reformas que tienen en mente para que el país disfrute de un período largo –uno que tendría que durar veinte o treinta años–, de crecimiento sostenible.

De confirmarse las previsiones de los encuestadores, el Gobierno subestimó a la gente al dar por descontado que lo único que le importaba era el bolsillo. Aunque la tibia recuperación que se ha registrado después de casi dos años muy arduos llegó tarde para influir mucho en las PASO, los resultados sorprendieron gratamente a los dirigentes oficialistas que habían supuesto que en última instancia dependerían de la evolución de la economía. No es que los votantes estuvieran indiferentes ante la erosión del poder adquisitivo, es que una proporción sustancial sentía que el camino elegido por Cambiemos era mucho más promisorio que los propuestos por Cristina, Sergio Massa, Randazzo y otros que creían que la mejor forma de conseguir votos consistiría en persuadir al electorado de que le convendría confiar una vez más en el voluntarismo facilista que siempre ha sido la carta de triunfo del populismo.

por James Neilson

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