Wednesday 24 de April, 2024

OPINIóN | 16-07-2018 12:32

Una carta de pedido de disculpas a Lugano

Cuando un periodista consigue un resultado totalmente distinto al que buscaba, es necesaria una aclaración.

El jueves pasado el barrio que me vio crecer fue noticia por un crimen. Un crimen cometido por un famoso. Un crimen cometido por un músico de rock. El homicidio ocurrió en el pasillo que separa la torre 11 de la 12 en el barrio Samoré, a pocos metros de la esquina de la avenida Escalada y la colectora de la autopista Dellepiane.

36 horas después fui invitado al programa Bella Tarde, de la señal de cable TN. Acepté por un solo motivo: no me habría gustado que un homicidio quedara limitado a la última locura cometida por un famoso. Muchos me contactaron para agradecerme. Otros, para todo lo contrario. Así fue que alguien me compartió un punto de vista que no había tenido en cuenta.

Durante los minutos que estuve en el aire no pude ver el zócalo que salía en la imagen que ven los televidentes. Ninguno de ellos. Así fue que luego supe que figuraba “Nicolás Lucca, periodista, creció en Lugano”. Y así fue que noté, también, que no importaba lo que dijera, todo podía ser interpretado como que hablaba de Lugano todo y que cualquiera de mis palabras podían contribuir a una estigmatización de toda una comunidad. Exactamente todo lo contrario a lo que buscaba. Todo.

Por ello es que estas líneas vienen para pedirle a los vecinos de Lugano mis más sincero pedido de disculpas a quienes se hayan sentido dolidos. Realmente lamento lo ocurrido.

La tele es audio e imagen. Vemos todo y nos comunican con un todo. Poco importa lo que uno está diciendo si la imagen muestra otra cosa. Metido en la furia de lo inmediato, hablé de mi experiencia en el barrio en el que viví hasta los veinte años. Podría limitarme a decir que fue culpa de quien escribió el zócalo, pero sería patear la pelota afuera en lo que a mí concierne.

No quise hablar de todo Lugano. No quise meter a todos y cada uno de los vecinos de Lugano en una bolsa de marginalidad. Lejos, muy lejos de toda intención negativa, quise darle visibilidad a algo que casi nunca tiene visibilidad. Mi error fue no haber sido más explícito sobre el contexto en el que se dieron estos hechos. O sea: no haber hecho hincapié en que la violencia molesta y mucho porque la inmensa mayoría de los vecinos de Lugano son personas de bien, laburantes y familieras. No es que no lo haya dicho, pero pasó desapercibido en la catarata de palabras.

Nací en el barrio Copello, donde viví hasta 1988 cuando nos mudamos con mi familia al Samoré. Allí crecí junto a mis dos hermanos hasta los veinte años. Allí aprendí a andar en bicicleta y a manejar un auto. Allí jugaba en la calle hasta que mi madre tuviera que venirme a buscar para cenar. Iba al colegio sin compañía, hacía los mandados sin ir con ningún adulto ni para cruzar la avenida Castañares. ¿Cómo podría tener problemas con la gente del barrio en el que di mi primer beso, en el que tuve mi primera novia?

Pero fue a mediados de la década del ´90 que en mi barrio se comenzó a vivir distinto. Lo recuerdo, no es una fantasía y de eso quise hablar. Y por mi barrio no me referí, ni quise referirme a todo Lugano, sino a lo que me rodeaba. Había peleas, corridas y tiroteos de madrugada. Incluso de día hubo un homicidio delante de mí, a “la hora de la siesta” en plena semana. Ello no implica que todo el barrio se haya vuelto malo menos mi familia y yo. Era la preocupación de todos los vecinos saber qué pasaba y cuándo lo solucionarían.

Los años me llevaron a otros rumbos, pero nunca me olvidé del barrio en el que crecí, ni de su gente. No se trató de que “progresé” y ahora reniego del pasado, ni que lo utilizo para decir “mirá de dónde salí y a dónde llegué”. Si mis colegas me contactaron, es porque llevo con tanto orgullo mi barrio que lo relacionaron conmigo. Y por otro lado, nadie llamaría progreso personal al recibo de sueldo de un periodista ni a vivir de mudanza en mudanza, de alquiler en alquiler.

La misma semana pasada, en la esquina de Santa Fe y Thames, pleno Palermo, frente a la Sociedad Rural Argentina, asaltaron violentamente a un señora dentro de una pizzería a plena luz del día y a tres cuadras de la Comisaría del barrio. Salió en todos los medios porque es Palermo.

Las estadísticas criminales que desde 2016 publica el gobierno de la Ciudad afirman que el primer puesto en robos se los lleva Palermo. Por lejos, sin faltar en la pole un solo mes. Pero esas mismas estadísticas dicen que por cada homicidio que se comete al norte de la avenida Rivadavia, se cometen tres al sur. Y en ese segmento, en Lugano se cometieron 24 homicidios en 24 meses. Ni cerca del promedio de Flores, donde en el mismo período murieron de forma dolosa 42 personas.

Pero es mi barrio.

Y porque es mi barrio y conozco el valor de su gente es que no quiero más violencia. ¿Cuántos de esos homicidios salieron en los medios? Ninguno. Las estadísticas de este año estarán disponibles recién en enero próximo, pero si hubo algún otro homicidio, sólo recordarán el que cometió el famoso. Del resto no se habla y eso es lo que quería: que se hable.

¿Hay zonas muy tranquilas en Lugano? Sí, casi todas. ¿Hay zonas donde se puede dejar la puerta abierta? Sí, claro. Un lujo que no cualquier barrio se puede dar. ¿Puede mi barrio estar mejor? Sí. ¿Se merece estar mejor? No sé qué opinarán los que viven en otros lados, pero para mí sí. Por eso es que hablé, porque las autoridades generalmente toman cartas en el asunto cuando los problemas llegan a los medios, aunque las estadísticas las manejen y las elaboren ellas mismas.

Nuevamente pido disculpas a los vecinos de Lugano. Realmente es muy triste sentir que una intención provoca un resultado tan adverso.

Finalmente, quisiera agradecer a Adriana Macías, quien me contactó para hacerme ver lo que no pude ver. Podría haber venido a destrozarme, pero terminó conteniéndome. Y eso es de buena gente. De la buena gente que hay en un buen barrio.

Nuevamente, perdón.

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